Enigmas de chiflados, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
A José Martín Estaba, destinado a no morir nunca. Amaba la ironía sutil, nunca el sarcasmo chocarrero, porque respetaba a las personas.
Me disculpará Xabier Coscojuela por apartarme de mis temas habituales en TalCual, pero lo hago por dos motivos para mi inevitables, suscitados por la muerte de mi hermano José Martín, el primero, la impresionante y comprometedora ola de pésames y condolencias que su despedida ha levantado en Venezuela y en varios continentes. El segundo, un pronóstico de vida eterna que en el Tomo 2 de Mis Memorias –hace siete años– le dediqué a quien ahora lo ha desmentido.
Comenzaba así:
Mi hermano José no debería morir nunca. Aparte de razones afectivas, me mueve a decirlo la inmensa cantidad de recuerdos que atesora. Cuando veas pasar mi urna, piensa ¡Cuántos secretos se irán conmigo a la tumba! me había comentado con aire cómplice el presidente interino Edgar Sanabria en 1958. Con tan buenas razones debería decirlo también José. ¡Cuántas hermosas vivencias perderíamos si no estuviera con nosotros! El avance de la tecnología comunicacional ha puesto a su disposición palancas formidables para compartirlas con el mundo.
Veo una de las más recientes obras del brillante dibujante en que se ha convertido José. Stan Laurel “el Flaco” y Oliver Hardy “el Gordo” nos miran sonrientes. José y yo nunca olvidamos sus desternillantes aventuras y a eso debo la donación que me hace.
Laurel es inglés y Oliver norteamericano, pero paradójicamente el del educado estilo británico es el gringo y el del desaliñado estilo newyorker es el inglés. Normalmente usan sus nombres de pila, “Oli” lo llama el flaco y “Stan”, lo llama el gordo, pero… Staaaanley pronuncia Oli con ira educada para no estrangularlo cuando el estrafalario mete la pata.
Oliver ha creado uno de los gags más efectivos del cine cómico. Han salido a la calle, Oli vestido apolíneamente, esmerada elegancia. A su lado el desordenado Stan, quien derriba unos potes de basura, cayendo la carga nauseabunda sobre el gordo.
¿Qué puede hacer Oli, tirado en el suelo cubierto de basura?
Nada. Permanece en el suelo mirando en total silencio a la cámara, a los espectadores, como para pedirnos algún consejo asesino.
Lo que ha hecho es duplicar el efecto cómico porque una cosa es reírse desde la lejanía y otra es estar al lado del suceso, lugar en que Oli nos coloca al mirarnos de ese modo.
¿De dónde sacó Hardy ese sencillo, barato y efectivo recurso? Probablemente de su larga experiencia como comediante junto a los ases del humor, pero puesto que con frecuencia me da por fantasear se me ocurre otra posible explicación. “La rendición de Breda”, también llamada “Las Lanzas”, es una de las obras más célebres de Velásquez. Figuran en el cuadro el genovés Ambrosio Spínola, uno de los mejores generales de su tiempo. El rey Felipe IV lo ha contratado, porque los famosos tercios de España se han venido a menos. Se trata de rendir Breda y devolver su intimidante presencia a las armas españolas. Velásquez cumple lo que se le pide sin perjuicio de la calidad y belleza de su trabajo.
Frente al vencedor Spínola está Justino de Nassau en trance de arrodillarse para entregarle a Spínola las llaves de la ciudad, no obstante éste se lo impide, pues Velásquez aprovecha para resaltar la hidalguía peninsular. Si, está bien la hidalguía, pero más útil parecerá al rey y al conde-duque de Olivares, demostrar la fuerza de España. Pan comido para el genial artista plástico. Dispone que las lanzas del lado vencedor estén uniformes y enhiestas, mientras las de los vencidos, en desconcierto.
¿Y que tiene todo eso que ver con Oliver Hardy y Stan Laurel? Seis de los soldados holandeses, aburridos seguramente por el inicio de los trámites de la rendición y unos tres o cuadro de los hombres de Felipe IV y Spínola, miran distraídos al pintor –a la cámara– y de esa manera nos hacen participar en el acto. Estamos en el propio campo de batalla, lo que nos da una percepción más profunda e inminente, como si fuéramos escribas o adelantados invitados a presenciar la brillante operación del general Spínola.
La diferencia es que mientras los soldados de Velásquez nos miran algo fastidiados, Oli nos está clavando su mirada, profundamente arrecho. Gracias pues hermano. Aquí guardo tu precioso dibujo de los dos incongruentes genios de la comicidad anglosajona.
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