Enredos en las redes, por Luis Manuel Esculpi
Leyendo un artículo reciente de Arturo Pérez- Reverte donde el autor de numerosa obra literaria, entre ellas la famosa serie del Capitán Alatriste, narra una conversación con otro notable y prolijo representante de la literatura española Javier Marías; quien durante la cena en un restaurante de la Plaza Mayor de Madrid, donde el ganador del premio Rómulo Gallegos, le comenta que piensa escribir en próximo trabajo sobre un interesante tema y le plantea: ¿te has dado cuenta -dice- de que en los últimos tiempos está de moda destruir la imagen de cuantos hombres ilustres tenemos en la memoria «.
Pérez-Reverte relata que después de meditarlo un poco le da la razón a Marías, añade que considera no sólo sucede en España, sino en toda Europa, o en «lo que aún llamamos Occidente «, en la conversación se pasean por figuras mundiales como Hitchcock, De Gaulle y mencionan » ahora le toca a Churchil» y por supuesto por algunos de los más conspicuos representantes de la filosofía y las letras españolas de los últimos tres siglos: «Derribar estatuas y bailar sobre los escombros. Es como una necesidad reciente. Como una urgencia». Escribe el autor en el artículo titulado: Que todos queden atrás.
Traigo a colación el texto mencionado a partir de la observación de varios debates -si se les puede denominar así- que se han producido recientemente en algunas redes sociales, en especial tuiter, la verdad es allí donde participo con alguna frecuencia, la tendencia que describen los dos escritores españoles se manifiesta de maneras incluso irracionales. La situación país puede explicar -no justificar- que el insulto y la descalificación sean expresión de desahogo, por la tensión, el desasosiego y la incertidumbre que reina en el ambiente, por las derrotas sufridas y por la ausencia de perspectivas nítidas.
La incomprensión de la necesidad de la mayoría de obtener algunos beneficios con el carnet de la patria, la absurda idea que la «casa que vence las sombras», la Universidad Central de Venezuela es la fuente de este enorme fiasco, casi motiva a algunos irracionales a proponer que el letrero ordenado por Chávez en la Academia Militar: «Cuna de la revolución bolivariana» sea mudado a la Plaza del Rectorado, son apenas dos muestras de la insensatez que reina en algunos círculos. Verdaderos enredos.
También allí se manifiesta la antipolítica -consciente o inconsciente- recorre esos espacios, olvidando que ese síndrome a fines del siglo pasado, destruyó reputaciones -individuales y colectivas- creando condiciones para los que hoy gobiernan asumieran el poder. Por supuesto el liderazgo político, de ayer y de hoy, tiene su cuota de responsabilidad en la expansión de tal fenómeno.
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No es conveniente, en ningún caso generalizar -no debo incurrir en el error que critico-además de los defectos señalados en las redes, también se manifiesta el talento, la reflexión, la exposición de ideas, el buen humor, el sarcasmo creativo e incluso la frivolidad inteligente. Confieso que he hecho amistad con gente a través de ese medio, incluso algunas quienes les tengo respeto y consideración sin ni siquiera haberlas tratado personalmente. Las redes sociales tienen entre otras esa virtud, permiten igualmente, la transmisión de información en tiempo real, en medio del cerco mediático establecido.
El régimen pretende igualar la sociedad hacia abajo, no sólo en el ámbito económico y social, también en la esfera cultural. Sin embargo no comparto una de las apreciaciones del reconocido autor en el sentido de: «ganaran los mediocres, no cabe duda. Suyo es el futuro». En el planeta y en nuestro país existen inmejorables e insuperables reservas humanas para impedir tal desaguisado, independientemente del ruido que hoy puedan hacer quienes optan por el «trending topic», por el fanatismo y el desahogo visceral ante el análisis, los argumentos y el debate racional, no debiera ser demasiado pedir, el respeto por quienes no piensan como nosotros.
La prédica y conducta del oficialismo, lamentablemente ha prendido más allá de sus filas. El cambio político no significa exclusivamente cambiar de gobierno, supone también objetivos verdaderamente exigentes para lograr el entendimiento y la reconciliación