Enseñando a enmudecer, por Rafael A. Sanabria M.
Es corriente escuchar a lo largo y ancho del territorio nacional, expresiones de alegría, de felicitaciones, cada vez que finaliza un periodo académico y son promovidos los escolares a un grado inmediato superior. Los padres y representantes, como es propio, se sienten orgullosos de sus hijos por haber finalizado una meta, sea el logro de avanzar a un nuevo grado o graduarse de bachiller u obtener un título profesional. Aunque el día de la defensa de su proyecto no haya hablado nada, se haya quedado mudo, tal vez por los nervios como dice el común, pero al final con detalles y ciertas observaciones alcanza su meta.
Cada vez que observo este rasgo actitudinal en estudiantes de primaria, media general y superior, digo tajantemente que nuestra educación forma mudos, como hace algunos años lo refería el intelectual Arturo Úslar Pietri.
Es lamentable tener este concepto de nuestro proceso de formación, porque durante todo el proceso de escolarización quienes ejercen la docencia se dedican a la enseñanza de la lengua, pero resulta que ni enseñamos a hablar ni a escribir, una total contradicción entre la prédica y la práctica. Esta situación debe ser objeto de estudio, no digo de preocupación, porque nada hacemos con preocuparnos, si no nos ocupamos del asunto.
Existe un gran interés desde que el niño ingresa a la escuela para que aprenda reglas, normas gramaticales, que tal vez ni importancia tienen para él, las considera aburridas, tediosas, casi una camisa de fuerza en las horas de clases.
Pero no hemos detenido la atención para enseñarle una lengua hablada y escrita que se use con propiedad y que sea límpida como el agua.
Estos veinte años de experiencia en la docencia me han llevado a escribir líneas, a formularme interrogantes y a preguntarme qué estoy haciendo por la educación. Aunque la culpa no es sólo mía, es también de todo el que decidió escoger por profesión la docencia.
He comprendido que de nada vale aprender todas las fórmulas matemáticas, físicas y químicas, historia, geografía, entre otras, si aún no se ha aprendido a comunicar. Sin duda alguna la lengua es un instrumento vital. Quien no sabe hablar es un mutilado, un ser incompleto, aun cuando sea un brillante científico. La lengua es el medio para pensar y entender.
Lo más triste es escuchar a nuestros jóvenes cantar canciones en otros idiomas a la perfección y lo más decepcionante es observarle utilizar su lengua materna de manera soez, contaminada y sin limpieza alguna. ¿Por qué otra lengua sí se maneja a la perfección o al menos se hace el esfuerzo por hablarse bien? Tal vez esta interrogante tendrá múltiples respuestas, pero hay una en específico a la que durante años no le hemos dado relevancia y es que no estamos enseñando a hablar, ni a escribir y por ende a comunicarnos.
Ante tal flagelo que avanza a pasos aligerados hay una gran monstruo que nos esta ganando la carrera y es la televisión, una aparentemente indefensa pantalla que brinda a un receptor pasivo una píldora para empobrecer, desnaturalizar y destruir su lenguaje y lo más alarmante de todo es que el cuerpo docente es una copia fidedigna del lenguaje televisivo. Entonces podemos comprender por qué nuestros estudiantes aludiendo al “miedo”, les cuesta expresarse en público. No es el miedo el que coarta su capacidad de expresión, es la educación (sus facilitadores). No los están enseñando a hablar, ni a escribir.
Es duro decirlo pero hay que pasar el proceso educativo por una reingeniería, que permita nutrir nuestro lenguaje, que ayude a erradicar su corrupción, que está viva y latente en el aula de la calle.
Mientras a esto no se le dé importancia, podemos tener grandes ciudades, extraordinarios científicos, construcciones fuera de serie, tecnología avasallante, pero seremos seres anónimos, sin voz propia, con un habla pobre, marginal, sucia, escueta, elemental y aislada. Quizás tendremos todos los recursos pero no sabremos hablar de ellos y por medio de ellos.
Recordemos que el habla devela lo que somos, nada identifica más a una persona que su lenguaje.
Por eso resulta doloroso el silencio y la valla que va creciendo entre quienes tienen que preguntar y quienes tienen que decir.
Docente en tus manos está que la mudez no crezca como hierba en las aulas, para empobrecer al hombre y su futuro.