Entre el signo y el sentido, por Américo Martín
Acometer la infinita tarea de revertir el descomunal fracaso del Socialismo del siglo XXI –quedará explicado por qué generalizo con esa denominación el caos hirviente que destruye a Venezuela- ha resultado, como era de esperar, muy superior a las fuerzas que pueda reunir la cúpula del poder.
La marca del desastre se aprecia en sus infinitas contradicciones, que marcan con cicatrices siniestras los infructuosos planes dictados para detener lo indetenible.
El programa de recuperación económica que en opinión de la clara mayoría de expertos e instituciones financieras del mundo profundizará la crisis del país exhibe contradicciones insalvables entre el signo y el sentido, dicho sea con frase del poeta senegalés, Leopold Sedar Sengor. “El signo” es lo que promete. “El sentido”, la negación de lo que promete.
La índole del desafortunado plan ha sido desentrañada con argumentos implacables que el régimen no puede rebatir. Quizá hayan impactado a esferas altas de la Nomenklatura, pero ha costado tanto reunir el chavismo -o más bien el madurismo a secas- para conjurar el cambio democrático, que remover un solo hilo de la tela amenaza con desmadejar súbitamente toda la urdimbre.
Por eso ponen buena cara, exhiben sonrisas optimistas, defienden sin convicción lo indefendible y dejan el sueño de la perpetuación a la suerte de los dados.
Y sin embargo mantienen casi por inercia otro juego: el de envenenar la relación interna de la plural y variada oposición a fin de impedir que se reconstituya una muy amplia unidad hacia la que fluya igualmente la creciente disidencia democrática del chavismo, nacida de la comprensible descomposición cívico-militar, ideológico-moral que aleja a quienes de buena fe creyeron en el proceso.
Por comprender Chávez que la zarandaja “ejército-poder-pueblo- del argentino Ceresole no resistiría un debate serio, echó mano de un sistema ideológico que aún no había tocado fondo, como el socialismo, sin aparentemente comprar sus numerosos fracasos.
Entre distancias y cercanías lo adornó con un adjetivo que sintió innovador: “socialismo, sí, pero del siglo XXI” A quien preguntara con qué se come eso, respondería según el interlocutor. Leninismo, Maoísmo, Trotskismo, Tercer Camino de Tony Blair, socialdemocracia sueca, castrismo, lulismo, kirchnerismo.
No todos los leales de la primera hora pudieron seguirlo por semejantes vericuetos, mucho pero mucho menos desde que Maduro heredó el cetro. La esencia contradictoria de su revolución se proyectó con fuerza a lo político.
Sospecho que Castro, por el momento no Fidel sino don Cipriano, habrá alumbrado también sus noches. El cabito fue reivindicado y sus bravas palabras en 1902 contra la planta insolente del extranjero, fueron emblemas bolivarianos, olvidando convenientemente que el impetuoso general andino confió a EEUU nuestra diplomacia contra la planta insolente.
Cipriano se batió por el Partido Liberal, pero no queriendo cargar con el pasado sino adueñarse del futuro, le puso a su revolución un adjetivo que lo distanciara de viejos errores. Liberal, sí, pero Restauradora.
Gran verdad es que la Historia no se repite, solo que sus kafkianos paralelismos mueven a la sorna.
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