Entre la estulticia y la sensatez, por Humberto García Larralde
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Hemos estado señalando en distintos escritos cómo el régimen chavo-madurista se refugia en una burbuja ideológica para absolver sus atropellos y legitimarse ante sus partidarios. Es uno de los aspectos que diferencia al fascismo de las dictaduras militares de antes. Los intentos de éstas de justificarse tenían como referencia forzosa el supuesto deterioro –según ellas– de elementos consustanciales a la realidad política, económica y social del país.
El generalato esgrimía como razón para violentar las instituciones democráticas, la imperiosidad de restablecer el orden, abatir la subversión, rescatar las tradiciones y los valores patrios, y defender los supremos intereses nacionales. Su misión era «corregir» o «enderezar» los desvaríos de gobiernos y políticos civiles que socavaban estos elementos, poniendo en peligro los cimientos de la nación. Igual que el chavo-madurismo de ahora, mentían, engañaban, violaban los derechos humanos y robaban, pero su búsqueda de legitimación se basaba en los mismos criterios de la cultura política asociados a las democracias de occidente. De ahí su vulnerabilidad política.
Al fascismo en absoluto le importan estos criterios. Disponen de otra «realidad» ante la cual sus acciones siempre serán redimidas. Esta realidad alterna parte de una escenificación épica, revolucionaria, en la cual el Pueblo –colectivo excelso y noble, escrito siempre con mayúscula– se enfrenta al enemigo sempiterno bajo la conducción del visionario Chávez. Fusionándose con él como uno solo, retoma el camino hacia el bienestar y la gloria que nos quiso legar el Libertador.
La redención de ese Pueblo, tanto tiempo postergado, se asocia a una guerra contra quienes traicionaron ese legado y sus amos extranjeros. Esta confrontación maniquea era apuntalada con consignas patrioteras, una simbología militar, de combate, y con un lenguaje de descalificación y de odio contra quienes se interponían a los designios del líder.
Con el enamoramiento de Chávez con Fidel, las consignas patrioteras fueron revestidas con clichés propios de la mitología comunista. El enemigo oligarca se convirtió en capitalista burgués, aliado con el imperialismo yanki. Con estas verdades reveladas y con sentirse ungidos por la historia para «liberar a la humanidad de la explotación», la «revolución bolivariana» desestimaba los llamados a rendir cuentas, cumplir con los preceptos constitucionales y los compromisos internacionales, respetar las garantías ciudadanas y la propiedad, y permitir la libertad de opinión.
Lo bochornoso, visto a la luz de hoy, es que esta invocación de una realidad paralela encubridora les funcionó muy bien a los chavistas. Por supuesto, muchos realmente creían en ella. En su mente, eran los medios críticos o las agencias internacionales de noticias los que propagaban realidades adulteradas para defender sus intereses (¡llevarse nuestro petróleo!) y socavar la «revolución» de Chávez.
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Lo cierto es que, con precios petroleros tan elevados alimentando un extenso socialismo de reparto, los atrevidos insultos al presidente de EEUU y con «la puesta en su sitio» a empresarios y periodistas criticones –para que supieran que manda el Pueblo–, se satisfizo, durante años, las expectativas de revancha y reivindicación forjadas entre muchos venezolanos por esa realidad ficticia. Había congruencia entre su realidad personal, con sus esperanzas de superación después de tantas injusticias sufridas, y el discurso redentor construido por Chávez con los simbolismos maniqueos de su «verdadera» realidad. Y, al arribar Maduro a la presidencia, ese escenario, sostén de la continuidad «revolucionaria», estaba resuelto.
Detrás de ese velo ideológico se asoló la economía doméstica, se destruyó Pdvsa, se acabó con los servicios públicos y se sustrajo a los venezolanos de todo amparo oficial. Terminó de instalarse el régimen de expoliación que venía cultivando Chávez desde sus inicios.
El informe recién publicado de Transparencia Venezuela «Pdvsa Cripto» ilustra la tupida telaraña de cargos y empresas creadas para la captura de los proventos de la venta de petróleo. Cobijado en la retórica chavista, también fue asentándose, con asesoría cubana, un Estado de terror para defender a la nueva oligarquía milico-civil.
Con la profanación del poder judicial, ahora puesta al servicio de esa oligarquía, se esfumó el marco de garantías a las actividades ciudadanas y al ejercicio de las libertades civiles. Así lo recogen los reportajes numerosos ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, como las indagaciones, por crímenes de lesa humanidad de parte del gobierno de Maduro, adelantadas por la Corte Penal Internacional.
Ante esta devastación, desentona estridentemente la retórica «revolucionaria». La burbuja ideológica ya no sirve como bálsamo legitimador y los mandamases lo saben. Los fabulosos excedentes petroleros con los que se inventaban una realidad a su gusto desaparecieron hace ya mucho. Pero, a pesar de tímidos pasos dados para enfrentar el mundo real sin morir en el intento –porque no les queda de otra–, terminan todavía batiéndose en retirada hacia sus trincheras fascistas de siempre ante nuevos reveses.
Ese acto reflejo explica su reacción ante el formidable triunfo de María Corina Machado en la elección primaria del pasado domingo 22 de octubre y la exhibición de compromiso democrático, por encima de las adversidades, mostrada valerosamente por tantos venezolanos. Muchos chavistas salieron a darle su apoyo.
Y es que los empleados públicos han sido los peores golpeados por el ajuste neoliberal de Maduro. Los dueños del poder no se esperaban tal participación en la primaria, ni la contundencia del triunfo de María Corina. Malogró su zona de confort. No se les ocurrió otra cosa que la insólita arremetida del fiscal Saab contra integrantes de la CNP y la absurda «anulación» (¡!) de los efectos, ya transcurridos y asumidos esperanzadoramente por la inmensa mayoría de los venezolanos, de tan importante evento.
Recostarse en los desmanes del pasado, propios del mundo ficticio detrás del cual se refugian, es totalmente incongruente con la realidad que ha venido emergiendo. Marcan la estolidez de su conducta.
La última encuesta Mercanálisis pone de relieve algunos parámetros de esa realidad política. Menos del 9% de los consultados votaría por Maduro y el chavismo en una próxima elección, 70,6% lo haría por María Corina Machado y casi 90% rechaza el socialismo por sus terribles efectos sobre el país. Claro, esa minoría repudiada controla las armas y los medios de represión, incluidos el poder judicial. Y la burbuja ideológica ha abonado una secta fanática propensa a hacer uso de ello. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Cuánto tiempo podrán mantenerse anclados en tácticas pasadas sin verse obligados a los cambios con base en los cuales perpetuarse, pero sobre bases diferentes?
Para algunos, los crímenes y atropellos cometidos los constriñen al atrincheramiento: «¡Patria, socialismo o muerte!». Pero para otros, la suspensión de sanciones, siempre y cuando se sientan las bases de una contienda político-electoral justa y creíble, les abre posibilidades de reacomodo y sobrevivencia, aún con el muy probable resultado de salir derrotados.
Contar con la factura completa de la exportación de crudos –un 30% adicional– también coadyuvará con esa dinámica, en la medida en que contribuya a reactivar la iniciativa privada y el empleo productivo, y no engrose simplemente los bolsillos de los de siempre.
Es un escenario posible, en el cual el manejo político de las fuerzas democráticas, fortalecidas en torno al contundente triunfo y visible liderazgo de María Corina Machado, tendrá que aportar positivamente. La prueba más resaltante de una evolución favorable será la posibilidad de anular su inconstitucional inhabilitación.
Ahí se pondrá de manifiesto si termina imponiéndose, una vez más, la respuesta brutal con que el fascismo ha enfrentado sus desafíos en el pasado, o –como diría Ringo Starr, «with a little help from my friends»– entra en juego una forma distinta de abordar la lucha política, que abra espacios de libertad y recuperación de una vida digna que tanto ansían los venezolanos. En fin, una contienda en el seno del chavismo entre la estulticia de quienes no pueden sino actuar con base en los cánones de su mundo ficticio y la sensatez de quienes han comprendido que, para subsistir, tienen que cambiar.
Humberto García Larralde es economista, Individuo de Número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Profesor (j) de la Universidad Central de Venezuela.
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