Entre los infortunios de Fauci y las páginas de García Pelayo, por Gustavo J. Villasmil

Twitter: @gvillasmil99
“Use mascarilla”
Anthony Fauci
“El saber político es más un savoir faire que un saber pensar”
Manuel García Pelayo
La del doctor Anthony Fauci, elevado últimamente a la categoría de rock star mundial, ha sido una presencia familiar en la vida de muchos internistas de mi generación e incluso de las anteriores en tanto que infaltable coeditor del Harrison’s Principles of Internal Medicine, uno de los textos seminales de nuestra especialidad.
Director durante años del National Institute of Allergy and Infectious Diseases (NIAID) en Bethesda, el doctor Fauci ha sido un verdadero campeón en medio de los más grandes dramas epocales vividos por la medicina en el siglo veinte, el del VIH/SIDA entre ellos. Internista, inmunólogo y experto en enfermedades infecciosas, Fauci ha estado detrás de importantísimos aportes que hoy son la base de la comprensión de esa enfermedad y sus derivas, así como también del complejo mundo de muchas afecciones inmunorreumatológicas (su clasificación clínica de las vascultitis de 1971, por ejemplo, es clásica).
A nadie extrañó que Fauci fuera convocado por la administración Trump para conformar el equipo a cargo del diseño de una política de contención y lucha contra la pandemia de covid-19 en Estados Unidos. En ese entonces, ni él ni sus miles de lectores en el mundo podíamos saber que sus infortunios estaban apenas por comenzar.
*Lea también: Vacunar a los políticos: ¿oportunismo o necesidad?, por Fernando Barrientos Del Monte
Tal parece que el celebérrimo médico y académico italo-estadounidense de educación jesuítica, graduado en Cornell, no entendió del todo las reglas del juego al que estaba siendo llamado a participar: el juego de la política. De allí que bien pronto terminara entrando en frontal contradicción con el señor Trump y su desacertado enfoque de una pandemia cuyas fatalidades en el territorio de Estados Unidos solo son superadas hoy por las que ocasionó la Guerra de Secesión entre 1861 y 1865.
Autoritario e intelectualmente minimalista –como no podía ser de otro modo tratándose de un genuino representante de la política WASP estadounidense– el señor Trump no estaba dispuesto a lidiar con las dificultades inherentes al problema que Fauci prolijamente le señaló. Porque en tanto que producto dirigido a los ignorantes del llamado Bible belt norteamericano, el del trumpismo era, es y será siempre un discurso simple y sin matices, fácil de entender y, por tanto, de reproducir. Ni más ni menos que todo lo contrario al paradigma desde el que se tuvo que enfocar esta epidemia desde sus inicios y que no es otro que el de la complejidad.
El señor Trump, experto en la administración de campos de golf, hoteles de cinco estrellas y botiquines de alta factura, no iba a dedicarle ni un solo minuto de su agenda en lidiar con el RNA mensajero, el Ro del SARS-Cov-2 o la inutilidad de la hidroxicloroquina.
Personalmente sentí mucha pena las veces en las que el señor Trump, desde la brutalidad de todo su poder de entonces, hizo escarnio público de Fauci, una de las mentes médicas más autorizadas del mundo y en cuya admiración crecí.
Es la típica tragedia del experto frente al poder: la de creer ingenuamente que la realidad cabe en los linderos de su particular experticia, ignorando que el poder, sobre todo si se ejerce desde la oficina oval, no necesita de variables independientes que lo expliquen porque en él mismo está contenida su propia justificación.
En materia de expertos, Venezuela no podía quedarse atrás en este tema. La covid-19 pronto dio paso a una masiva afluencia de opinadores de mayor o menor solidez técnica que por todos los medios posibles han tratado y aún tratan de influir en la agenda nacional sobre este problema.
Desde marzo de 2020, las redes sociales se vieron inundadas de webinars, pódcasts, posts, conferencias vía Zoom y un largo etcétera de emisiones en las que “los que saben” venían a explicarnos “cómo era la vaina” a nosotros, los legos que, en el valle de lágrimas de los hospitales venezolanos, estábamos —y aún seguimos estando— a la cabecera de estos pobres enfermos. A uno, modesto “indio” en medio de tanto “cacique”, no le quedó otra sino otorgarles en cada oportunidad el beneficio de la duda, nunca llegando a saber del todo cuándo era que el pez estaba bebiendo agua en este complejo asunto.
Aquí hemos sabido de expertos que, por ejemplo, criticaron nuestras objeciones e interrogantes sobre la vacuna rusa Sputnik V.
Nosotros los legos no estamos criticando ni objetando a la rAd26 y la rAd5 —su denominación técnica— por rusa sino porque de su seguridad y eficacia, en tanto que candidata a vacuna, apenas supimos algo hace dos días y no porque lo leyéramos en Pravda sino en The Lancet.
En las aguas de las políticas públicas y su formación me tocó chapotear, muchas veces con inminente riesgo de ahogamiento, por más de 20 años. Desde esa vivencia y acicateado por la conmoción que me produjera presenciar la humillación pública infligida a una de las figuras médicas que más he admirado, me atrevo a ofrecer aquí una breve reflexión sobre la medicina vis a vis con el monstruo del poder. A tal fin he abierto sobre mi mesa, junto a las páginas del Harrison’s, las de los tres tomos de las obras completas del gran Manuel García Pelayo, quien describe los atributos esenciales en el político y que me permito hacer extensible al proceso de formación de toda política. Una política de estado en Venezuela frente a la pandemia no tendría por qué ser una excepción.
El primero de dichos atributos es la razonabilidad: el hacer sabiendo lo que se hace. ¿Lo saben acaso los que dicen estar dirigiendo esto? Junto a la razonabilidad, la instrumentalidad es la siguiente cualidad esencial en el político y en toda política concreta. Porque si bien es necesario saber lo que hay que hacer, no lo es menos el saber cómo hay que hacerlo.
Si contra la covid-19 no cabe repartir los goteros de Maduro sino vacunar a los susceptibles de contagio, que al fin y al cabo somos todos, ¿cómo lo haremos?, ¿con cuál o cuáles de las vacunas que hoy circulan por el mundo?
Continúa García Pelayo llamando la atención sobre otro atributo esencial en el político y la política: el del sentido de la posibilidad.
Mucho experto criollo anda por allí rompiendo lanzas en favor de las vacunas de Pfizer-BioNTech y Moderna sin detenerse mucho a pensar en lo que cuestan o en cómo distribuirlas. Los peruanos, por ejemplo, optaron por la modesta vacuna china de SinoPharma, que si bien no es la mejor, es la que pueden pagar y transportar en cavas de anime desde Piura hasta Arequipa. Pero el wishful thinking del experto local nuestro no parece reparar mucho en detalles que considera nimios; al fin y al cabo, en Venezuela el costo de opinar ha sido siempre bajo para quien no tiene que comprometerse con la toma de una decisión.
En el sentido de la finalidad en el político y la política también se detiene García Pelayo. Leyéndole, se pregunta uno: ¿cuál es la visión general que tenemos frente a este desafío? ¿Salir a vacunar a todo el mundo desde el primer día y con la misma vacuna? ¿Por qué será entonces que los emiratíes reservan la costosa vacuna de Pfizer-BioNTech para grupos de alto riesgo y ofrecen a la generalidad de su población la vacuna china, mucho más barata?
Por último, el eminente jurista y politólogo hispano-venezolano oriundo de Corrales del Vino destaca la importancia del sentido de la oportunidad en todo diseño de política y en quien la diseña: ¿es que acaso creemos tener todo el tiempo del mundo para tomar una decisión sobre este asunto y ejecutarla? ¿O no hemos reparado aún en que, al día de hoy, los venezolanos estamos fuera del tablero en el complejo juego de procurarnos una vacuna razonablemente eficaz y segura, digan lo que digan el señor Baladelli y sus cófrades de la OPS/PAHO en Caracas?
La formación de una política pública frente a la pandemia que se exprese en un programa creíble y verificable de vacunación ciertamente requiere del insumo que aporte el experto, pero no puede reducirse tan solo a él.
Más allá de los sesudos debates por chat que le llegan a uno y de su marcada naïveté, se hace impostergable la adopción de una cesta de vacunas contra la covid-19 accesible y aplicable con base en objetivos, metas y actividades factibles, mensurables y totalmente auditables. Todo lo cual —y ya lo hemos dicho antes— está fuera del alcance del Estado venezolano. A estas cosas nunca suelen referirse los llamados expertos.
En Venezuela urge convocar un equipo ad hoc —una ad hoc-cracia, como las llamara Alvin Toffler hace décadas— que recoja los elementos técnicos surgidos del debate científico y los integre en nuestra particular circunstancia como país. Que examine las opciones del caso —financieras, logísticas y organizacionales— y elija entre ellas de manera transparente; en otras palabras, que tome y ejecute decisiones de Estado.
A dicha “ad hoc-cracia” la he llamado, honrando nuestro pasado histórico, “Junta de la Vacuna”.
Aquí de poco sirve un listado de burócratas incluso bienintencionados. Porque la política consiste en administrar, ejecutar y decidir balanceando costos y beneficios, ganadores y perdedores. O como me dijo alguien una vez: en administrar el no. Porque para que haya vacuna tendremos que sacrificar muchas más cosas y porque a unos los vacunaran primero que a otros. El experto criollo no suele entrar en tales fuegos, puesto que carece de formación y carácter para ello. Y es esa precisamente la raíz de su particular tragedia: la de no mirar por otra ventana que no sea la propia, la de no ver matices, la de no saber tomar decisiones en medio de la incertidumbre, desde la dimensión de lo que no se conoce, sabiendo de antemano que las cosas pudieran no ir tan bien como al principio se pensaron. Es la tragedia derivada —decía Ortega y Gasset— de saber “cada vez más acerca de cada vez menos”.
Insisto: frente a la pandemia se requiere tomar decisiones de Estado. Decisiones ciertamente apoyadas en sólidos fundamentos técnicos, pero cuya naturaleza es esencialmente política. Decisiones difíciles. No estamos ante un auditorio de epidemiólogos expertos sino ante un país puesto de rodillas por sus muchos males, la covid-19 apenas uno de tantos.
Bueno sería que de ello tomara nota la numerosa grey de expertos locales que desde sus púlpitos digitales nos imparten cátedra todos los días. No sea que pretendan acercarse a la candela de los asuntos de estado sin medir antes el riesgo de salir chamuscados.
Referencias:
- Logunov, Denis Y, Inna V Dolzhikova, Dmitry V Shcheblyakov and the Gam-COVID-Vac Vaccine Trial Group. Safety and efficacy of an rAd26 and rAd5 vector-based heterologous prime-boost COVID-19 vaccine: an interim analysis of a randomised controlled phase 3 trial in Russia. The Lancet, Volume 396, ISSUE 10255, P887-897, September 26, 202. DOI: DOI:https://doi.org/10.1016/S0140-6736(20)31866-3., 2.García Pelayo, M (1991) Cualidades de los políticos y necesidad de los teóricos. OO.CC. Madrid, Ediciones del Centro de Estudios Constitucionales, TII, p. 3235-3238, 3. Toffler, A (1977) El shock del futuro. Barcelona, Plaza& Janés, p. 157.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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