Entre siglas te veas, por Marcial Fonseca
A pesar de que en Maracaibo le había ido bien con el jefe de la banda, y aprendido bastante de él; ahora que regresaba, creía que era el momento de cambiar su modus operandi; este latinajo también lo oyó de su maestro. Estimaba que el fruto de sus robos le auguraba casi un año de descanso; visitaría a su vieja y aprovecharía para reflexionar.
Y eso haría. La tranquilidad en el hogar materno le permitiría reestudiar lo aprehendido; primero, que siempre había que tener un plan de lo que se iba a hacer; segundo, desarrollar una vía de escape en caso de que algo saliera mal; pero lo más importante para el éxito, y tercero, era saber al dedillo todo lo relacionado con el trabajo a ejecutar.
El avión aterrizó en Maiquetía. Esperó mientras la correa transportadora mostraba su bolso de viaje; lo divisó, lo recogió y buscó la salida del área de llegada. Vio a todos los conductores con sus avisos diversos, unos que simplemente ponían el nombre de la corporación, IBM, Maravén, Pdvsa, Cantv, etc.; no tenían el nombre del pasajero porque la costumbre era que este daría sus señas al conductor y ya. Vio uno con el aviso apuntando hacia abajo, trató de leerlo, le costó pero vio G…, no se veía lo demás, pero ese era el que buscaba. Caminó hacia él, estando cerca, levantaron el aviso y lo leyó.
–¡¡¡!!! –se sorprendió y exclamó para sí–: ¡Zape gato ñaregato! –el cartel rezaba, en letras vinotinto, GN y continuó en su mente–, ¿la Guardia Nacional?, biiiicho, que zapateen para otro lado –y siguió en su búsqueda.
Vio uno con un galimatías que empezaba con CI.
–Este me servirá, seguro que es de una de esas empresas pequeñas –se dijo a sí mismo. Con donaire y naturalidad se acercó al portador del cartelito.
–Buenas noches, ¿qué dirección te dieron?
–Buenas noches, … señor Guarino –contestó con cierto resquemor el conductor–, aquí dice Cumbres de Corumo, y no se preocupe, la ruta está suave.
–No es eso, lo que me preocupa es mi secretaria, le digo las cosas y parece que no me oyera. Que no iría a mi casa le dije y le pedí que me llevaran a Los cuatro vientos en los Frailes de Catia, allá tengo un tío muy enfermo.
–… No hay ningún problema –al conductor le costó reaccionar, pero luego se recompuso.
–… –este es nuevo, se dijo el pasajero, y agregó–: No te preocupes, todo está bien, yo tengo el nivel para cambiar la ruta, siempre que sea dentro del área metropolitana.
–Yo lo llevo y si quiere, lo espero.
–No es necesario, me quedo en la casa de mi tío. Espérame aquí que voy a recoger mi equipaje –mientras buscaba sus cosas, el otro aprovechó e hizo una llamada telefónica.
Recogido el bolso de viaje, tomaron rumbo a Caracas. Cuando llegaron a la avenida Sucre comentó:
–Estamos cerca.
–A propósito, señor, un compañero en el aeropuerto me dijo que por aquí, más adelante hay un choque bien feo, así que mejor nos metemos por esta otra vía –y cambió de ruta.
El pasajero se puso muy nervioso porque sabía que por ese ese lado estaba una delegación de la PTJ, aunque sabía que ahora no se llamaba así. El corazón se le aceleró y casi le da un infarto cuando el automóvil se detuvo y una 9 mm lo apuntaba.
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–Está detenido -dijo el presunto taxista–, se ve que lo enredaron las siglas Cicpc, a lo mejor pensó que era una línea de taxis corporativa, pero somos la antigua y popular PTJ.
La llamada hecha por el conductor informaba a la central que uno de los más buscados lo había confundido con un taxi, y que enviaran a otro a recoger al director del Cicpc.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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