Entre tercos te veas, por Julio Tupac Cabello
No hay nada más inevitable que un terco. Esa gente que siempre está ahí. Recordándote lo que piensa. Consistente, obcecado con sus ideas, nunca desesperado por su turno, porque su turno va a ser siempre. Lo que ellos piensan no depende de las circunstancias.
Los tercos son renuentes. No se van. Esperan en la bajadita. Cuando la fiesta parece haber acabado, ahí están los tercos. Cuando la masa se va con sentido de la oportunidad, los tercos se quedan, y vuelven y defienden lo que siempre han defendido. Otra vez con la cantaleta.
Todos conocemos a un terco. Los hay bocones y altisonantes. Tímidos y sinuosos. Reilones y humorosos, para que nadie repare en su terquedad.
Los tercos son hombres de principios. Así que, en rigor, no le tienen miedo a la derrota. Si sus banderas no parecen ganadoras, eso no les va a hacer vender sus ideas.
Yo tengo un amigo de esa estirpe. Hace casi treinta años ya que he sido testigo de la tozudez de Alonso Moleiro. Era un crítico en sus lides universitarias, que le dio paso a un profesional cuestionador del periodismo como espectáculo o militancia política, y ha terminado por ser un ciudadano con c mayúscula. Porque se rige por la terquedad de su ética como pensador y ser humano.
Él no tiene que hacer un gran esfuerzo. Así es su obstinación. Muy tranquila, pero indeclinable.
Hace 20 años, mientras él pasaba una estancia en Barcelona y yo en Inglaterra, conversábamos en la colina de un parque de Bristol, y aparecían buena parte de los nombres que aún protagonizan hoy el panorama político venezolano, el laberinto en el que se nos había metido el país y la posibilidad de habitar otras tierras de forma temporal para desarrollar ciertos aspectos. «Yo no tengo nada que hacer fuera de Venezuela, me dijo, a mí me interesa hacer lo que yo quiero hacer en mi país».
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A Alonso le han caído a piedras en las cayapas bárbaras del chavismo, le quitaron el piso del canal de televisión donde trabajaba y recientemente le cerraron su programa de radio. Todas noticias que abundan en la escasez de libertades con la que un día soñó Chávez. Y ante cada una de esas calamidades, sus amigos lo llamamos, asustados, lo inquirimos, despavoridos, para encontrarnos -siempre uno se sorprende- con su terquedad, incólume y férrea.
Hoy estamos aquí para celebrar la reedición de un libro muy significativo porque en él Teodoro Petkoff nos resume, gracias a las artes socráticas de Alonso, sus iluminaciones ideológicas, sus aventuras políticas, su perspectiva del mundo y su visión de la catástrofe en que nuestro país se ha atorado. Su obra de vida conversada en un puñado de páginas en las que uno siente que es uno como lector el que asiste a aquella ronda de conversaciones.
Y nunca más meridiana la necesidad de entender el mundo y el país en el que estamos metidos, justo ahora que el caos parece haberse apoderado de la circunstancia y todo este marasmo no deja de asomarnos un haz de optimismo porque tanta locura parece insostenible.
Pero sobre todo porque la partida de Teodoro nos obliga a rescatar, digo yo, un legado por sobre todos los muchos que nos dejó: la necesidad de ser indoblegablemente honestos, serviciales frente a nuestros valores, y exigentes para con las empresas que creemos, por muy delirantes que parezcan (incluso si la KGB y la CIA te esperan al mismo tiempo a la vuelta de la esquina).
De modo que nuestro terco Alonso Moleiro fue y escogió entrevistar al papá de los tercos que, por supuesto, era un pensador por quien, como la mayoría de nosotros, sentía devoción intelectual.
Y no se le ocurrió escoger ninguna otra frase de las miles dichas por Teodoro que «sólo los estúpidos no cambian de opinión», originalmente profesada por John Locke en el Reino Unido de cuatro siglos atrás, para bautizar el libro. La idea del cambio como un signo de inteligencia, y la provocación como expresión neurótica de quien se siente frustrado por el estado insólito de las cosas.
Es la neurosis del terco.
Me permito mencionar también a Lisette Boon, que se encuentra entre nosotros, otra terca que está en Venezuela haciendo nada menos que periodismo de investigación, en un país donde informar está prohibido y descubrir es un delito. Este año su terquedad le ha valido a ella y a su equipo de runrunes el más amplio reconocimiento internacional por su labor, y el producto de su trabajo está siendo muy valioso en los diversos procesos que transcurren contra el clan que gobierna el país, pero sobre todo, para registrar parte del horror que transitamos, y que, cuando hallamos alcanzado la luz, sea una huella que nos indique cuál es el camino que no debemos volver a tomar.
La terquedad está de moda pues. Y parece que los tercos se juntan, los críe o no los críe Dios.
Es tiempo de tercos, para esperanza de todos. Gracias.