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Ernesto Roque Sábato Ferrari, por Pablo M. Peñaranda H.



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Opinión TalCual | octubre 17, 2022

Twitter: @ppenarandah


Cuando llegó a nuestras manos la novela El Túnel, tal fue el alboroto de nuestras ideas que se desató una búsqueda desesperada para conseguir su otra novela Sobre héroes y tumbas y una vez leída, pasamos semanas hablando sobre sus protagonistas y en un acto de irreverencia literaria decidimos publicar en pequeña escala El informe sobre ciegos texto que integraba el libro y que nuestra decisión cumplía el sacrilegio de arrancarlo de la obra. Para esa época teníamos acceso a una imprenta y de forma semiclandestina en una noche entre risas y proyectos sobre el futuro, logramos encuadernar 150 ejemplares para el consumo de nuestros amigos y militantes.

Siempre me mantuve atento a sus extraordinarios escritos, a sus opiniones y a sus debates que no fueron pocos, pero donde se agigantó su figura fue al presidir la comisión de la verdad Conadep, que pasó a conocerse en el mundo entero como NUNCA MÁS. Por esa comisión desfilaron miles de personas narrando las torturas, las persecuciones, los encarcelamientos. La comisión dio curso a los juicios que todavía no terminan contra aquellos esbirros de las dictaduras argentinas.

En uno de esos procesos electorales en la Universidad Central de Venezuela salí electo representante profesoral ante el Consejo Universitario, el cual, por ley es el máximo organismo de la institución.

Para ese momento había leído Antes del fin, una especie de autobiografía que se transforma poco a poco en un testamento, o un requerimiento a los ciudadanos del mundo sobre los peligros que acechan la condición humana y su existencia, es decir, el futuro de la humanidad. El texto fue escrito en lo que él consideraba sus años finales. La publicación de la editorial Seix Barral, para mi sorpresa, incluía la obra de Sábato publicada y allí estaba Informe sobre ciegos lo cual borraba nuestro anatema. Con esa lectura en mente y pensando también en que nuestra institución acrecentaría su prestigio otorgándole a ese genial ciudadano, el honoris causa, muy animado comencé una serie de contactos con esta proposición. Pero encontré tanta dificultad en ese camino que opté por proponer otorgarle la máxima condecoración, cuyo nombre es Orden Universidad Central de Venezuela.

No me referiré a las peripecias del debate sobre la propuesta, lo cierto es que se le otorgó la condecoración y para mi sorpresa no existió ninguna voluntad ni organismo privado o público, al menos en mis gestiones, que se animara a traer a aquel genio a nuestra tierra.

En uno de esos congresos políticos que se realizaban en la Argentina logré una invitación, y con la aprobación del rector de la UCV no tardé mucho de encontrarme en Buenos Aires hablando con el embajador Edmundo González Urrutia, quien gentilmente hizo los contactos y dispuso uno de los autos de la embajada para realizar el traslado a la residencia de Ernesto Sábato, quien vivía en una ciudadela satélite de Buenos Aires llamada Santos Lugares. A la visita se unió un escritor venezolano y a media mañana llegamos al sitio, donde fuimos recibidos por su secretario Diego y ya Sábato estaba esperándonos en una sala.

Lea también: La edad de mis arterias, por Gustavo J. Villasmil-Prieto

Después de las presentaciones y las manifestaciones de nuestra admiración, él agradeció la visita y nos informó que ya no podía escribir ni leer. Esto se había acelerado con la muerte de Matilde, su esposa, con la cual convivió seis décadas, hecho que por sus palabras había ocurrido recientemente. Familiarizados con el ambiente pasamos a entregarle la condecoración con unas breves palabra de esas que uno no quiere pronunciar sino a través de un abrazo que exprese todo lo que la humanidad puede agradecerle a un individuo por su obra y por su entereza en la defensa de las causas justas. Además le hice entrega de una serigrafía del pintor Claudio Cedeño cuyo motivo era Carlos Gardel y que yo había trasladado desde Caracas, como un talismán de buena suerte.

Sábato agradeció con palabras muy hermosas el gesto de la Universidad Central de Venezuela y expresó la importancia que para él tuvo el mundo universitario en su vida y en su obra. Calmadas las emociones, nos invitó a conocer su estudio y su taller de pintura. Nos mostró un disciplinado estudio, donde se encontraba una foto de Borges en su escritorio y un par de fotografías de Matilde con su hijo. En ese espacio habló de sus lecturas y de algunos autores que le habían salvado en momentos de angustia total. También con voz pausada nos habló, de cómo, al encontrar el oficio de escribir, se había salvado del naufragio y del abismo.

Pasamos a su taller donde tenía una veintena de pinturas que fuimos detallando una a una y que a mi me recordaron en silencio la pintura de Munch. En todo el recorrido nos acompañó su perro con un caminar parsimonioso y al impartirle unas órdenes lo llamó por el nombre de Roque. Yo intervine para decirle que me era gracioso ponerle al perro su segundo nombre, pero Sábato me respondió que no era por su segundo nombre sino por un presidente de Argentina.

Regresamos a la sala y en medio de su opinión y las nuestras sobre los nuevos escritores argentinos, Diego trajo su ultimo libro publicado, Querido y remoto muchacho y con un esfuerzo escribió la dedicatoria con nombre y apellido, «con mi más afectuosa simpatía», S Lugares 29 de setiembre de 1999. Diego le insistió sobre el fin de la entrevista, habían transcurrido tres horas.

Yo, interesado en prolongar el momento, me dediqué a señalarle la importancia de su presencia en Venezuela y lo útil que sería su prestigio para acrecentar el debate sobre el presente y el futuro de América Latina. Sábato oyó detenidamente aquel rogatorio y se dispuso a acompañarnos a la puerta para la despedida y, ya en la salida, me pidió el libro y en la mesa de Diego, escribió en la portada: Para Pablo con toda mi amistad, Ernesto.

Abordamos el vehículo de la Embajada que nos regresaría a Buenos Aires y al leer las dos dedicatorias sentí que estaba abandonando una de las luces mas importante para vencer las tinieblas en este extraviado mundo en que vivimos.

Solo eso quería contarles.

Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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