¿Error? ¡¡Atraco!!, por Teodoro Petkoff
Según Atila, lo de Pudreval fue apenas un «error». Estuvo a punto de decir «un errorcito», que fue lo que denotaron el tono de voz y el lenguaje corporal. No, Señor Presidente, no fue un «errorcito» y ni siquiera un «error». Fue una combinación de corrupción, incompetencia y negligencia, que sumadas configuran un cuadro de sinvergûenzura pocas veces visto en este país. Todo fue hecho a conciencia. Ninguno de los protagonistas de ese guiso escandaloso se «equivocó»; ninguno cometió un «error».
En todo caso, si de «error» puede hablarse fue el que esa punta de ladrones debe considerar que cometió al dejarse cazar prácticamente con las manos en la masa. Si Atila fuera la misma persona del 4 de febrero de 1992, no sólo no habría tratado de minimizar el alcance de esa peripecia sino que habría asumido completamente la responsabilidad general del asunto. Pero ya no es esa persona. El poder lo transformó.
Sin embargo, es el responsable. No sólo en última sino también en primera instancia. Nada de lo que hoy ocurre bajo el cielo venezolano escapa a su responsabilidad y ya sería hora de que deje de hacerse el loco con lo de Pudreval.
Desde la atribución a Pdvsa, es decir a Rafael Ramírez, de la facultad de operar como importadora y distribuidora de alimentos, lo cual fue un verdadero disparate, reconocido a medias cuando se traslada Pudreval de Pdvsa a la vicepresidencia -de Ramírez a Jaua-, hasta la investigación chimba que se simula adelantar, todo, absolutamente todo, en esa cadena de dislates y robos atañe al primer magistrado.
Si Atila hubiera chequeado la designación de Luis Pulido a la cabeza de Pudreval, habría descubierto desde el inicio que el tipo carecía de capacidad para tamaña responsabilidad. Si se hubiera preocupado por saber como iban las compras de alimentos, sin mucho esfuerzo habría detectado que aquellas adquisiciones salvajes sólo eran el pretexto para un guiso monumental.
Si no hubiera entregado los puertos a una pandilla de burócratas cubanos, que están a punto de dejar al país sin instalaciones portuarias, que ni siquiera sabían como manejar los miles de contenedores que llegaban; si hubiera pedido cuentas al Seniat, a la Guardia Nacional, al ministerio de Alimentación y hasta al Indepabis, Atila habría podido ponerle un parao a lo que inevitablemente tenía que ocurrir, dada la suma de atrocidades administrativas que cometía Pudreval a cada paso de los que daba.
¿Ese pleito tragicómico entre la Fiscal y el Contralor, tirándose el muerto el uno al otro, no le sugiere nada a Atila? ¿No debería exigir a la Asamblea Nacional que careé a ambos funcionarios para esclarecer una actuación que seguramente los inculpa a ambos de negligencia? Ahora hay también un detalle adicional: la investigación que se adelanta en Argentina sobre las comisiones que cancelaban empresas de ese país a los choros binacionales que compraban, vendían, se pagaban y se daban el vuelto en las operaciones de lo que allá llaman «la embajada paralela». ¿Cuántas de las toneladas podridas fueron adquiridas en Argentina, previo pago de 15% de comisión? No, no fue un «error».
Fue un atraco a la Nación.