Es inevitable, por Carolina Gómez-Ávila
En el turbulento proceso de instalación de la Asamblea Nacional el 5 de enero de 2020, Juan Guaidó solicitó a Voluntad Popular, y le fue concedida de inmediato, la relevación de la disciplina, funciones y militancia partidista.
Alegría para quienes entendemos y respetamos las implicaciones del sistema de partidos múltiples, toda vez que la fracasada aventura del 30 de abril fue atribuida a la contumaz ambición y recurrente falta de sentido de la oportunidad de su jefe político, Leopoldo López.
Así que durante 2020 veríamos a un Guaidó libre de decir que no a las imposiciones descabelladas de López y consustanciado con el interés común del G4 y de todos los venezolanos demócratas; esto es, lograr la realización de elecciones presidenciales libres y justas. Idénticas condiciones, por cierto, para las parlamentarias que la ley prevé para este año; en diciembre, si se sigue la costumbre.
Como la historia dice que cuando se excluye esta vía de alternancia, los hombres y mujeres que aspiran al poder conspiran, me parece que es de una ingenuidad perniciosa aspirar a que no lo hagan. ¿Cómo puede pretender que haya paz una dictadura que proscribió a los partidos mayoritarios, que apoya descaradamente a figuras sin liderazgo real para fingir que tiene oposición, que criminaliza a políticos para perseguirlos, encarcelarlos, torturarlos o matarlos? No, en esos términos no es posible la paz.
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Peor si hay recompensas en millones de dólares por entregar a la justicia estadounidense –vivos, los quieren vivos– a la crema en el poder. Mucho peor si, tras la metida de pata histórica de Rendón y Vergara, The Washington Post cuenta que ha visto fotografías con «enormes bultos de dólares estadounidenses cuidadosamente envueltos, apilados en un piso de madera» de los cuales se habría ofrecido un 14% como pago.
No quiero llamar la atención de los pacatos sobre el escándalo moral que esto pueda representar, quiero llamar la atención de los racionales sobre lo inevitable que es que esto suceda.
Considero que Guaidó, por el respeto que debe al pueblo democrático que representa y en vista de que está liberado de disciplina partidista, debió destituir de inmediato a Rendón y a Vergara. También debió desmarcarse del acicate público de Simonovis y del diputado Alemán. Pero va tarde en esto, como en tantas otras cosas; quizás por eso, una coalición de partidos mayor al G4 (Primero Justicia, Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular, Proyecto Venezuela, Encuentro Ciudadano, Copei, Movimiento Progresista) publicó un comunicado en el que más bien son ellos quienes se desmarcan de Guaidó.
Los detalles sobre lo sucedido y los escándalos que rodean a los involucrados en esta aventura son fuegos artificiales sobre un fondo permanente: creer que pueden ganar en un arte y terreno que no conocen, con asesores de tercera o aliados de naturaleza traicionera.
Hasta ahora, la acción armada no ha sido una fortaleza de la coalición democrática. Cada vez que involucraron alguna en su sueño de libertad, despertaron varios niveles por debajo de donde estaban antes de comenzar. Lamento que esto favorezca al grupo que quiere el control de la coalición democrática y que lo procura con acciones que sólo favorecen a la dictadura. Para todo evento, mi interés está puesto en elecciones presidenciales libres y justas.