Es la ideología estúpido, por Bernardino Herrera León
Twitter: @herreraleonber
El título viene por la famosa frase “Es la economía estúpido” del asesor de campaña de Bill Clinton de 1992, James Carville. Válida para gritarle a la clase política venezolana el origen del mal que ha provocado el desastre venezolano.
Es la ideología, Y ésta no se combate ni con violencia ni con pacifismo. Se combate en el terreno de la cultura. Es allí donde hay que ganarle a los proyectos políticos suicidas, ruinosos y destructivos de las ideologías.
Jamás habrá convivencia social plena mientras acechen las ideologías. La coexistencia pacífica y la democracia son incompatibles con las ideologías. Porque todas las ideologías son irracionales.
Es falso lo que sostuvo el politólogo Samuel Hutington, autor de “El Choque de civilizaciones”. El futuro que predice en su teoría no está determinado por el enfrentamiento entre Oriente y Occidente, ni entre cristianos y musulmanes, ni entre países del norte y países del sur. El conflicto ocurre en el interior de todas las sociedades, de todas las culturas. Y tiene un autor causa: las ideologías.
Vale la pena definir de una vez el complicado concepto de ideología. Digamos que no se limitan a ideas inmutables, dogmáticas y anacrónicas. Es decir un puñado de muy malas ideas. Buenas o malas, las ideas, siempre compiten en el mercado de las ideas de las sociedades. Las buenas dan buenos resultados. Las malas, pésimos resultados. Por eso se desechan.
Los mitos, los prejuicios y las religiones no son ideologías. Son ideas que fomentan las creencias a las que los humanos nos aferramos desde tiempos inmemoriales. Las malas ideas se convierten en ideología cuando se proponen como un proyecto de implantación social. Cuando no están en el poder, se empeñan en sabotear el éxito social. Cuando están en el poder, en destruir la sociedad que tuvo la mala fortuna de adoptarlas.
*Lea también: Derechos Humanos, por Luis Alberto Buttó
Las ideologías suelen ser socialmente seductoras porque prometen el paraíso. Idealizan una redención a futuro que nunca llega. Todas las ideologías coinciden en al menos cuatro de sus odiosos patrones que las caracterizan:
Una: Todas son supremacistas. Promueven la superioridad de un sujeto social por encima de otros. Sea raza, nacionalidad, clase social, tribu, género, indígena o credo. Siempre hay un sujeto predestinado a prevalecer y a dominar. He allí uno de sus falaces pero poderosos atractivos.
Dos: todas las ideologías son liberticidas. Odian la libertad individual. Hacen culto al “colectivo”. Engañan con la ilusión de identidad y pertenencia a una raza, clase social, religión, grupo o tribu, para restringir así la libertad propia del individuo y de las familias.
Tres: Todas las ideologías son conflictivistas. Sobreviven en el enfrentamiento social, entre razas, nacionalidades, clases sociales, religiones, géneros masculino y femenino, “civilizaciones”, etcétera. Hacen culto a una eterna lucha. Una revolución que nunca acaba. Un triunfo que jamás ocurre. Idealizan una eterna guerra, sea santa, de clases, de independencia, de género. La “causa” siempre estará por encima de todas las consideraciones humanas. Sobre todo de las individuales.
Cuatro: Todas las ideologías son apocalípticas. Todas, sin excepción, conducen al colapso, a la destrucción de la convivencia, al caos y a la barbarie. No existe ninguna experiencia histórica en la que las ideologías hayan logrado algún éxito. Ni un sólo problema han resuelto. Sólo embaucan prometiendo un futuro luminoso. Un paraíso al otro lado de la historia que no existe.
La mejor manera de detectar una ideología es por su contrario: La civilización. Resultado de un acto puramente racional. Porque nada es más racional que llegar a un acuerdo que evite odiarnos y destruirnos mutuamente.
La civilización es un milagro, dado el perfil extremadamente violento y desconfiado del Homos Sapiens. Pero, por alguna razón, dos o tres o más líderes de dos o más tribus razonaron que era mejor alcanzar un acuerdo con sus vecinos, antes que exponerse al peligro de extinción en una guerra eterna. Negociaron. Establecieron derechos de propiedad en los territorios de cada grupo y pactaron acuerdos comerciales.
No hay duda. La civilización fue un milagro frágil que, sin embargo, se mantuvo como un faro a lo largo de toda la historia. Y ese faro, aunque débil, fue extendiéndose a todas las culturas. A medida que se expandía, se reducían las malas ideas.
Los productos más acabados de la racionalidad humana son el humanismo, la ciencia, la ética, la moral, el derecho, la democracia. Son sistemas racionales que recién aparecen en la historia de la cultura humana. Sufren el acecho de las ideologías, pero han sobrevivido perfeccionándose, fortaleciéndose. Es la poderosa idea fuerza de que la humanidad es una sola y que es posible convivir sin asesinarnos ni destruirnos. Lenin tenía razón.
La historia lo afirma con meridiana claridad. A mayor racionalidad, más perdurable será el orden social. A más ideología menos perdurables serán los sistemas políticos. Todas las ideologías conducen inevitablemente a la regresión de la barbarie. Aunque use sofisticadas armas y medios de comunicación. La tecnología no es civilización. La racionalidad sí lo es.
Las principales ideologías más conocidas en el pasado y en el presente son:
Pobrismo: Afirma que la propiedad es un robo y que hay que acabar con la propiedad para que surja una nueva sociedad.
Racismo: Una raza debe dominar sobre las otras o exterminarlas si es posible.
Fundamentalismo religioso o teocracias: Una religión es la verdad y debe imponerse sobre las demás.
Nacionalismo: Igual que el racismo pero en vez de raza es el lugar de nacimiento la marca de la supremacía sobre otras.
Socialismo-Comunismo: Una clase social debe dominar sobre las otras o exterminarlas si es posible, excepto la privilegiada clase de la dirigencia revolucionaria, por supuesto.
Y muchas otras como indigenismo, ideología de género, etc. La tendencia actual es a una mezcla de varias de ellas, que las convierte en un cóctel explosivo de odio y violencia.
Un masivo y espontáneo movimiento cultural conocido como La Ilustración, en el siglo XVIII, logró provocar los cambios más profundos y extraordinarios que jamás haya experimentado la sociedad. Apenas con la imprenta como herramienta de difusión.
Nos corresponde hoy asumir la Segunda Ilustración. Para reducir a la mínima expresión el efecto perverso de las ideologías. Aquella sólo contó con la imprenta en medio de un mundo analfabeta. Hoy, contamos con herramientas de comunicación extraordinarias en medio de un mundo alfabetizado.
Pero las ideologías aún insisten en destruir y corroerlo todo. Nuestro desafortunado país es un trágico ejemplo. Allí la verdadera batalla. Es la ideología estúpido, la que hay que vencer.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo