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¿Es la meritocracia un mito?, por Marta de la Vega



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Es la meritocracia un mito
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Marta de la Vega | @martadelavegav | marzo 15, 2021

Twitter: @martadelavegav


En la Venezuela anterior al triunfo de Chávez en 1998, hubo un proceso sostenido de democratización, crecimiento económico, consolidación de un sistema público de salud y de educación accesibles a todos los sectores y de muy alta calidad, movilidad social ascendente e inclusión integradora de grupos muy heterogéneos de la población, que duró más de 30 años.

También hubo, después de la huida del dictador militar Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958, una política sistemática de los sucesivos gobiernos para asegurar que el esfuerzo, el mérito, la capacidad, la honradez, la honorabilidad y la preparación fueran los escalones para acceder al más alto rango de valoración social y a posiciones públicas de responsabilidad con base en los méritos de ciudadanos y funcionarios.

Para el filósofo estadounidense Michael Sandel, la meritocracia plantea dos problemas: 1) las oportunidades en realidad no son iguales para todos 2) A mejor formación universitaria, mayor mérito. Este último implica la arrogancia de creer que poseer estudios superiores lleva al éxito, con el consiguiente menosprecio de quienes no tengan títulos universitarios. Resolver este dilema significa que el Estado sea garante de que ningún oficio o profesión disminuya la dignidad de las personas. Al primer problema, la política de Estado es la equidad como instrumento para que haya igualación sin igualitarismo.

La meritocracia fue, desde la presidencia constitucional de Rómulo Betancourt entre 1959 y 1964 hasta el final del primer gobierno de Rafael Caldera, un principio orientador en la escogencia y selección para los cargos en instituciones de educación superior y cátedras universitarias, en la administración pública y en empresas del Estado emblemáticas por su eficiencia y éxito.

La probidad de los gobernantes y en primer lugar del presidente de la república era una condición indispensable para ejercer el poder.

Mediante un pacto de élites para garantizar la gobernabilidad y estabilidad del sistema político democrático que comenzaba a desarrollarse, gobernaron alternadamente los dos grandes partidos de masas, Acción Democrática o Socialdemocracia y Copei o Democracia Cristiana.

Con una democracia modernizadora apenas incipiente, una economía todavía dual y subdesarrollada pero que afianzaba las bases para una diversificación económica e industrial, un capitalismo regulado por el Estado o Welfare State en su modalidad latinoamericana, como proyecto populista que tenía como eje un Estado interventor, dirigista, paternalista y asistencialista, con una economía a la vez antiliberal y de mercado, Venezuela ingresó en el siglo XX.

El influjo de la revolución cubana de 1959 y la fascinación que ejercía el liderazgo carismático de Fidel Castro en muchos países latinoamericanos atrapó a Venezuela por intermedio de una parte de su juventud instruida, de sectores trabajadores y campesinos que pensaron que para profundizar la democracia era necesario torpedearla y destruirla mediante las consignas ideológicas del marxismo-leninismo y la lucha armada. Esta percepción, inspirada en el ideal revolucionario del castrismo, condujo a un callejón sin salida a los insurgentes organizados en guerrillas urbanas y en el campo.

Algunos de los líderes más emblemáticos entonces, como Teodoro Petkoff o Pompeyo Márquez —sobre todo después de haber escuchado las denuncias de Nikita Kruschev durante el XX Congreso del Partido Comunista en 1956 en Moscú sobre las atrocidades y crímenes horribles del socialismo impuesto por Stalin— convencidos de que era suicida buscar demoler una democracia que apenas nacía, rompen con la Unión Soviética y con la Cuba castrista, con graves riesgos de terminar como Trotski en México.

Deciden dejar atrás la violencia, reincorporarse a la vida política y buscar de manera civilista transformar el país para profundizar y consolidar la democracia. Se acogen a la “pacificación” que tuvo lugar durante el primer gobierno de Rafael Caldera entre 1969 y 1974.

La meritocracia comenzó a resquebrajarse con el llamado boom petrolero de 1975, en el inicio de la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez. La avalancha de petrodólares no solo inunda el país sino que adormece las conciencias y las voluntades a favor de la ganancia fácil, de la famosa consigna «‘ta barato, dame dos».

Permanecieron como islas de excelencia algunas instituciones, como la entonces recién fundada Universidad Simón Bolívar en 1970 u organismos de talla mundial como la empresa petrolera estatal Pdvsa, que se convirtió en paradigma de eficiencia institucional, transparencia, buena gerencia e innovación tecnológica.

Con el arribo del chavismo como modelo de conducta social y de gobierno, la meritocracia se convirtió en veleidad contrarrevolucionaria. Los efectos están a la vista.

La reconstrucción del país y la transformación de las mentalidades exige que se rescaten el sentido del logro, la superación y la restauración del trabajo como medio para alcanzar las mejores metas. La meritocracia no es un mito. Es una realidad por reimplantar para derribar la kakistocracia, la cleptocracia y la oclocracia propias del actual régimen usurpador venezolano.

Marta De La Vega es Investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora en UCAB y USB.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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