Es mejor dividir que hacer trampa, por Luis Ernesto Aparicio M.

Twitter: @aparicioluis
El pasado 31 de agosto, la oposición venezolana anunciaba, muy tarde, la decisión de acudir a las elecciones del próximo 21 de noviembre. Desde ese momento estaban entrando al túnel del compromiso democrático, y también al campo abierto con fuego cruzado entre la que llamaría la oposición a distancia —entre cámaras y redes sociales— y el mismo Nicolás Maduro. Todo, sirviendo a la estrategia que más ha funcionado a este último en sus logros y permanencia en el poder: dividir y desmovilizar.
A horas del anuncio, Maduro se encontraba en una de sus tantas peroratas, aparentemente vacías, pero muy cargadas de intenciones, felicitando a todos por la decisión de ir al proceso electoral, como si no entendiera que es el camino de los demócratas. Pero más valía su propósito.
Maduro se encargó de ajustar su mira y citó a varios de los opositores, incluso los felicitaba y agradecía su participación. Sabía que con esa acción activaba los cañones de esa oposición —a la que todavía no logro entender— y así iniciar otra cruzada para desacreditar al voto, más allá de hacerlo con los opositores por él mencionados.
Comenzaba esa estrategia de atrapar incautos o, mejor, de sumar adeptos para su plan de desmovilización, de desmotivación y, sobre todo, ampliar la división.
Algunos políticos y analistas —incluyendo a muchos de esa oposición que aún no ha logrado explicar con hechos creíbles las «fantásticas fugas», por ejemplo— de inmediato afinaron y comenzaron a acusar a los dirigentes de los partidos de haberse dejado manipular para acceder ir a un proceso electoral más, sin tener en cuenta, o sabiendo, que es el proceso electoral uno de los elementos fundamentales de la política, mucho más si se es demócrata.
A esos señores se suman quienes solicitan «aplausos» para los partidos, o que como una especie de oráculo, predicen que la oposición solo obtendrá una o dos alcaldías y con ello legitimarán al régimen; que Guaidó ha quedado por fuera y será olvidado, como si de verdad existiera un gobierno interino. Quizás, hasta yo mismo con esto que ahora escribo, y usted que me está leyendo, nos sumamos a esa estrategia de Maduro.
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Luego se encuentran aquellos que hablan de arrojar oxígeno y tiempo, para que así los del gobierno continúen en el poder, sin darse cuenta de que no participar igual es tiempo ganado por el régimen, y mucho más, porque a menos que estén a la espera de una guardia divina que descienda —o ascienda, si gusta más— de algún lugar y ¡zúas!, corte de cuajo cabezas para salir de la autocracia, no tienen nada que aportar para sacar a Venezuela de la situación en la que se encuentra, más allá de la crítica y de la solicitud de estrategias y unidad, siendo esta última la más atacada por ellos.
En resumen, cada uno arrima más agua al molino de la estrategia de Maduro, quien manipula y hace un juego por televisión para que no vayas a votar, porque no vale la pena. Que negociar es darme tiempo, por lo que no es bueno hacerlo, porque, igual, siempre voy a ganar.
Estamos frente a los mismos caminos, y pareciera que el haberlos recorrido previamente no ha dejado nada para nuestro proceso de aprendizaje.
El fantasma del 2005 se asoma como una escena de aquel cuento de Charles Dickens, para advertir que sigue dispuesto a hacer de las suyas si no generamos un cambio de actitud ante nuestra realidad. Vemos a los eternos candidatos, embarcados en el camino del cada uno por su lado. No somos capaces de entender que andamos bajo el esquema divisorio de Maduro y su banda, quienes estarán ganando elecciones, negociaciones, juegos de metra o perinola, conscientes de que es mejor dividir que hacer trampa.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista y Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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