Esa carta, desgraciada; por Teodoro Petkoff
Si no fuese por Ipostel, el PSUV sería poco menos que la cuota inicial de un partido político. Sería nada. Un mensaje a García. Una botella lanzada al mar de la felicidad, con la carta de Francisco Ameliach adentro. Pero es gracias a la eficiencia de nuestro servicio postal que la correspondencia impertinente no ha consumido al Partido Socialista Unido de Venezuela, organización que es hoy una realidad; tanto así, que hasta tribunal disciplinario tiene. Un courier, un servicio expreso, un air mail, habría dado al traste con lo que con tanto debate y esfuerzo revolucionario se ha logrado construir.
Emisarios como Roberto Hernández, vicepresidente de la Asamblea Nacional, son un ejemplo de entrega revolucionaria para los carteros de este país; de entrega de cartas, claro está. Él dice que le entregó a Jorge Rodríguez la carta en la que Francisco Ameliach le plantea al comandante Chávez que mejor dejan el tema de la conformación del PSUV para más tarde, que estar armando un partido a estas alturas del partido —valga la redundancia— sería nocivo para la reforma constitucional. “Yo se la entregué a Jorge Rodríguez —dice— y él la colocó sobre unos papeles”. Al declarar esto, Hernández se desmarca de aquel grupo de 140 parlamentarios, al que dicen pertenecer Iris Varela y Luis Tascón, que avalaron la recomendación del ex director de organización del Movimiento V República y que, ironía mediante, piden amplitud y tolerancia en el debate político interno de la revolución. La carta la habrán firmado otros, pero Hernández no.
Luego está la sagacidad de Jorge Rodríguez que, literalmente, dice no haber recibido ese paquete. Que, si la recibió, desechó la carta como si contuviera ántrax, como si tratara de un sobre-bomba capaz de hacer volar por los aires al gobierno entero. Así, más peligroso e importante resultó el sobrecito que contenía una página escrita por Ameliach, que el maletín de Guido Antonini con todo y sus 800 mil dólares adentro. “No les voy a hablar de lo que decía la carta, sino de lo que no decía”, dijo ayer Tascón, entre valiente y temeroso de las represalias.
¿Qué decía, entonces, esa correspondencia? ¿Sería algo así como el discurso abreviado de Isaías Baduel antes de pasar a retiro? ¿Qué cuestionaba, además de los cronogramas que se planteó el Presidente para tener partido, reforma y todo lo que se le antoja, como para que le valiera la expulsión al otrora hombre fuerte del MVR?
Para conjurar la pava que se avecina, todo el que la leyó estará tarareando el estribillo de Gualberto: “Denme oscuridad / que voy a romper / la carta que ayer / me dio Ameliach”.