Esa esquina, por Carolina Gómez-Ávila
A fin de cuentas, no sabemos si es calumniosa la historia de las hermanas que daban puerta franca a los hombres que les pedían agua cuando pasaban por su casa, primera en la ruta obligada de cualquiera que viajara del puerto de La Guaira a Caracas.
Ni si es verdad que el dueño de la vivienda pudiera presumir de serlo también de la intimidad de ambas, ni si mandó a instalar un par de piletas en la entrada por celos o porque ellas se lo pidieron, hartas de molestias y habladurías.
Sí es verdad que de piletas a pilitas no hay mucho trecho, pero más de uno contó que el nombre con el que se referían a la casa no era el que apuntaba al repositorio de agua sino a la promiscuidad atribuida a aquellas mujeres.
Para varias generaciones de venezolanos que ya no están sobre la tierra, lo de “dos pilitas” era casi un eufemismo y las historias aderezando la reputación de las que fueran habitantes de esa esquina se comentaron por años hasta que se olvidaron, como todo lo que deja de contarse por hastío o porque deja de ser novedad para ser norma.
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La construcción de la que fue la sede de la Corte Suprema de Justicia en aquel terreno de la avenida Baralt, empezó durante el Gobierno de Herrera Campíns y terminó en el de Lusinchi. Las comparaciones vienen desde entonces y nadie piense que se pueden acabar ahora que no hay luces ni en el entendimiento, ni en la conducta, ni en los enchufes.
Todo esto recordé cuando supe que el “pequeño grupo marginal de políticos” que apacentó al Gobierno con una instancia sin legitimidad ni aceptación popular, estuvo el jueves pasado en ese terreno para solicitar a la Sala Constitucional que declare la omisión legislativa y se aboque a designar —¡otra vez!— a los integrantes del Poder Electoral.
Lo digo conturbada porque nunca entendí de dónde sacaron la interpretación que, según ellos, se lo permite. Por más que busco, no leo en la constitución que el Poder Judicial tenga la facultad de nombrar a los integrantes de otro Poder Público.
El asunto es que no es la primera vez que aparecen políticos de comodín a pedirle encarecidamente al tribunal que se apresure a violar la ley, especialmente si así atentan contra la forma republicana del Estado.
Uno de estos había pedido en enero que se pronunciara sobre la Junta Directiva de la Asamblea Nacional sirviéndole la mesa para que, hace poco más de una semana, Dos Pilitas diera por buena la que todos sabemos que es ficticia y además engordara el expediente para justificar la persecución y represión en contra de los diputados que conforman la legítima.
Gracias a la acción del jueves pasado sofisticarán la trampa. Tras la sentencia habrán decidido, directa o indirectamente, cómo y cuándo se harán las elecciones y quiénes las controlarán y competirán en ellas.
Lo que he dicho lo nota cualquier demócrata. Lo que no está muy visto es que estos farautes del opresor tienen más apoyo del que parece. Cuentan con la bien dispuesta Iglesia católica y con Fedecámaras. Además, algunos políticos de historial democrático se preparan para saltar esa talanquera sin que parezca que lo que hacen, por eso les preceden sus mejores embajadores, opinadores y comunicadores.
Todo se prepara para que en el momento en que en Dos Pilitas nombren rectores (¿a la una?) confluyan en que aceptarlos es insoslayable, dejando complacidos a todos los viajeros que les pidieron agua en el camino menos a los que creyeron que el retorno a la democracia estaba a la vuelta de esa esquina.