Espejo boliviano, por Teodoro Petkoff
La crisis política boliviana desembocó en una situación que a los venezolanos nos es conocida: una disyuntiva por cuya radical resolución clamaban dos fuerzas extremadamente polarizadas. Esta polarización, por curioso y paradójico que parezca, no se daba sólo entre las fuerzas que representaba y dirigía el Presidente y las organizaciones de la sociedad civil que agrupan a la inmensa mayoría, de campesinos, obreros y gente de la clase media. No, esta polarización la constituyen quienes reclamaban, de un lado, el uso de la fuerza y la violencia para resolver la crisis, y los que presionaban en cambio para que esta solución se lograra dentro del ordenamiento constitucional.
A lo largo de esa diversificada y cruenta lucha entre el gobierno y la oposición estuvieron siempre presentes esas dos tendencias contrapuestas. Por un lado, la voluntad de Sánchez de Lozada de permanecer en el poder a como diera lugar, lucía secundada por los sectores más poderosos que hicieron posible su acceso y mantenimiento en el poder. Su pretensión de aferrarse al poder porque le había sido otorgado de manera legal y de no escuchar los reclamos de una oposición cada vez más generalizada, encontró siempre apoyo en los voceros de la política exterior de Estados Unidos, por un lado, y el apoyo unánime de las fuerzas del Ejército y de la policía. En la acera opuesta, las fuerzas que lidera Evo Morales, líder del Movimiento al Socialismo y de los cocaleros, así como las fuerzas indígenas y campesinas que dirige Felipe Quispe, conjuntamente con los combativos obreros de la poderosa Central Obrera Boliviana y del aguerrido movimiento estudiantil, lucían igualmente dispuestas a imponer por la fuerza la salida inmediata del Presidente, sordo a sus reclamos.
Todo, en una palabra, hacía pensar que nos hallábamos en víspera de otro de los tantos procesos de violencia con que se teje la convulsionada y trágica historia de Bolivia. Una nueva tiranía o bien un proceso revolucionario, como el que abriera el MNR en 1952, nacionalizando las minas, y lo cerrara el mismo MNR, tres décadas después, privatizándolas. En los dos bandos militan ardorosamente experimentadas fuerzas. Obreros y campesinos frente a un ejército que se ha formado con un ánimo revanchista contra aquellas fuerzas populares que lograron derrotarlo y disolverlo hace ya medio siglo.
Y, sin embargo, a la solución que ha comenzado a implementarse no se ha llegado por ninguno de esos dos caminos tan trillados por el pueblo boliviano. Nos hallamos en el comienzo de una pacífica transición constitucional y perfectamente legal. Al parecer se han impuesto los que no querían imponerse por la fuerza.
Podríamos atribuir este afortunado desenlace a la sabiduría del pueblo boliviano que, en su mayoría sabe, que ninguno de los dos caminos ha solucionado los problemas de Bolivia, que siguen siendo más o menos los mismos. Sabiduría, sin duda, pero también realpolitik, conciencia de que algo ha cambiado definitivamente en América Latina: ya no hay caminos para buscar soluciones que no sean legales y democráticas. A pesar de que los violentos siguen con vida, como bien lo sabemos.