Esperanza y libertad, por Alejandro Oropeza G.
Twitter: @oropezag
“Quienes todavía creemos en la política
como fuerza transformadora de la sociedad podemos
parecer unos ilusos y supersticiosos, como tal vez creímos
en el pasado cosas que hoy no podríamos sostener”.
Daniel Innerarity: “Una teoría de la democracia compleja”,
enero, 2020.
Primeramente, quiero desear a la comunidad de TalCual, en medio de las vicisitudes que impactan a nuestro país, un año 2021 en donde la salud, la fortaleza, la esperanza y la unión nos acompañe y nos ilumine la bendición de Dios en el camino.
Saludo a los lectores que me siguen y muchos de los cuales me han enviado mensajes preguntando por las razones de mi ausencia durante parte del 2020. Ya retomo mis contribuciones regulares, agradeciendo a todo el infatigable equipo de TalCual su solidaridad y acompañamiento.
Creo que el ánimo de la esperanza, es un buen tema para la reflexión en esta primera entrega y la cuidemos y protejamos en su “caja de Pandora”.
En la obra: ¿Qué es la política?[1], la filósofa judeo-alemana Hannah Arendt afirmó que en política los hombres tenemos derecho a esperar milagros porque somos capaces de crear “condiciones de realizar lo inverosímil e incalculable”. Quienes creemos y asumimos la política como una posibilidad cierta de manifestación de voluntad, actuamos en un ámbito en el que se reconoce la pluralidad, la diferencia y acudimos a él para comunicarnos e interactuar con otros.
Es clave que ese reconocimiento del otro implique involucrar a aquellos que nos acompañan y, de una u otra manera, concuerdan con nuestras posiciones; pero, también debe considerar y reconocer a aquellos que no comparten nuestras posiciones y opiniones, lo que de suyo supone el no considerarlos como adversarios a destruir, como enemigos sino como contrarios con los que debemos compartir el espacio público a lo largo del tiempo.
De esas diferencias se nutren y se hacen posible los compromisos y promesas que sustentan la evolución permanente de los acuerdos que legitiman, complementariamente, el poder desde la sociedad. En ese ámbito, en el de lo público, si podemos actuar libremente, entonces, solo en ese espacio puede emerger la esperanza como factor colectivo amalgamador de una sociedad que asuma un proyecto mínimo común para su desarrollo. Así, el ejercicio de lo político, al cual todo individuo tiene derecho e inclinación natural, supone un accionar soberano que está condicionado por la esperanza, por el futuro y, acciones y discurso persiguen (o deben perseguir) construir un mundo más seguro y libre.
Esa esperanza es el factor de encuentro para ser una nación, porque sustenta y da sentido a una concepción de futuro. Parafraseando a Ortega y Gasset: sin una idea compartida de futuro no existe la nación.
Pero, debe quedar claro que esa idea compartida no debe estar basada en la imposición de la voluntad de mayorías, sino que debe ser expresión de una comunidad de individuos, de ciudadanos que se fijan, como sociedad, una meta que expresa una ilusión de posteridad que conduce sus acciones y hechos a lo largo del tiempo.
Se puede, como es lógico suponer, identificar múltiples variables que incidan y que sea menester impactar para alcanzar fines sociales, comunes, se insiste. En esta oportunidad, entendemos como clave un valor intrínseco a la democracia: la pluralidad. Su práctica supone asumir que todos pensamos y estamos en capacidad de aportar ideas para alcanzar un futuro definido por la esperanza, articulados socialmente, lo que de suyo supone que es una visión compartida (aspecto en el cual Werner Corrales viene insistiendo y trabajando hace años).
Así, es más válido (y útil) un grupo de ciudadanos diversos —que piensen y actúen normalmente, intercambien y debatan, se opongan y discutan y que, en algún momento puedan llegar a un acuerdo— que un cenáculo de personas muy inteligentes que piensen igual y se reconozcan infinitamente unos a otros; lo cual, además de ser extremadamente aburrido, no aporta ideas y reflexiones que hagan fructífera y diversa la tarea sobre los tópicos considerados.
Sin embargo, existe posibilidad de que el debate abierto conduzca a la confrontación fanática que rompe la posibilidad de reconocer y respetar a los otros diversos, de aceptarlos y avanzar. Cuando esto sucede la esperanza se diluye en la lucha por imponer un criterio y que unos y otros se declaren poseedores de verdades absolutas contradictorias.
*Lea también: ¿Y el pernil como para cuándo?, por Rafael A. Sanabria M.
Hoy, en nuestra muy vapuleada tierra de gracia, el ámbito de lo público-político aparece estéril, agotado, inútil la posibilidad de generar en él consecuencias de la acción de los individuos y grupos que creen y luchan por la libertad y la democracia perdida. No se perciben secuelas inmediatas que sustenten y viabilicen el construir una idea de futuro posible, que sirva de norte a la nación y que sea expresión de una sociedad que alcance acuerdos y avance con un liderazgo confiable.
Muchos hemos apostado por la colaboración, el acompañamiento de propuestas, de iniciativas que generen esperanza y que se diseñen acciones para reconstruir la democracia y recuperar la libertad. Tres palabras que deben ser columnas en las que reposen las estrategias para alcanzar fines: esperanza, democracia y libertad.
Hemos demostrado insistentemente como sociedad que no nos entregamos, que no nos resignamos, que jamás nos rendiremos y depondremos las acciones y los afanes por la libertad. Más de seis millones nos movilizamos en la Consulta Popular para decirnos —y decirle al mundo— que mantenemos una esperanza que nos guía para alcanzar el futuro que deseamos.
Nuevamente la sociedad propone una ruta, nuevamente le exige al liderazgo opositor: unión, coordinación y suma de esfuerzos. Ese liderazgo debe tener claro que a la ciudadanía no le interesan sus confrontaciones, que le reclama la responsabilidad de la unidad que conlleve a acciones para recuperar la libertad y rescatar la democracia perdida y secuestrada.
Se les exigen acciones que se traduzcan en generación de confianza, en la recuperación responsable de las labores de intermediación para atender la profunda crisis que atormenta a los venezolanos. Se les reclama honestidad, transparencia, sentido común y la asunción de sus responsabilidades como liderazgo político serio que, conjuntamente con la sociedad, fije un camino creíble para generar futuro.
Hemos cometido errores, es cierto, pero lo importante es identificarlos para no repetirlos (eso es ya una esperanza).
Viene el recuerdo de aquel principio de Hanlon: no deberíamos atribuir a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez. En este sentido, buena parte del liderazgo opositor se debate en el objetivo de atribuir y endosar culpas mutuas a “los otros opositores” que se guían por la maldad y la animadversión. Acusan. O atribuyen los sucesivos fracasos —de visiones estratégicas segmentadas y dispersas— a la acción del régimen opresor (que muy poco tiene que hacer para confrontarlos).
La realidad es que muchos de esos fracasos se deben a la propia estupidez de los factores de (utilizando una expresión de Vladimiro Mujica) la resistencia democrática: que no alcanza acuerdos mínimos amplios, consistentes y reales; que no logra unirse en contra de un adversario común, claramente identificado; que no se reconoce a sí misma integrada por diversos, lo cual le podría atribuir su carácter de democrática; que no escucha y aparece aislada y soberbia en una torre extraviada en medio de un gran desierto en donde los ecos de las opiniones se diluyen en el aire.
La pregunta que surge en la sinceridad de la reflexión propia es: ¿existe ciertamente una oposición democrática, responsable, abierta y confiable? Hay que construirla o reconstruirla, debe emerger de la sociedad venezolana misma, hombro con hombro con el liderazgo político, el académico, factores de la sociedad civil, estudiantes, jóvenes, de toda aquella pluralidad de la que somos parte, puesto que no la podemos importar de otro universo paralelo.
Muchos, muchísimos en realidad, hemos sucesivamente respondido a los llamados para acompañar, trabajar, pensar y actuar en pos de los fines que, como sociedad libre, se deben diseñar.
Nos abocamos, muchos también, a colaborar en el diseño y convocatoria de la consulta realizada del 6 al 12 de diciembre pasado. Se alcanzaron consensos y acuerdos amplios entre organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos, construimos propuestas e iniciativas que se comunicaron abiertamente a actores políticos y a personeros de la sociedad civil, en un círculo virtuoso de comunicación e intercambio con miras a un objetivo determinado. Esa acción no puede ser secuestrada y guardada en una gaveta porque a “unos” no les interese el reconocer la capacidad de movilización y liderazgo de “otros”.
Se expresó, nuevamente, una voluntad que bien puede ser el reinicio de una acción que contribuya a avanzar hacia metas y fines futuros claramente identificados: el inicio de un gobierno de transición que conlleve a la realización de elecciones generales libres y democráticas.
¿Qué nos mueve como sociedad abierta, qué nos sigue impulsando y animado a pesar de todo? Lo que a la Venezuela anhelante de libertad le permite seguir existiendo como nación: la esperanza, el deseo de reconstruir la democracia y superar la tragedia que nos oprime. Todo parece indicar que no cejaremos en ello, recordamos acá lo que en una oportunidad dijo Babe Ruth: no es posible derrotar a quien no está dispuesto a rendirse.
Todos a seguir trabajando: oposición, resistencia democrática, sociedad civil, ciudadanía, partidos y liderazgo político; todos, porque no hemos alcanzado los objetivos y nos asiste la justicia y nos anima la esperanza.
[1] Materiales escritos por Arendt, entre 1956 y 1959, compilados por Ursula Ludz y publicados por vez primera, en 1993, bajo el título Was its Politik?.
Alejandro Oropeza G. es Doctor en Ciencia Política. Escritor. Director Académico del Politics Center Academy-USA. CEO de VenAmerica, FL.
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