Estados alterados, por Aglaya Kinzbruner
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Llama mucho la atención la frecuencia con la cual salen hoy en día videos en internet sobre experiencias de vida después de la muerte. Casi siempre los protagonistas de estos videos cuentan como «murieron» por una operación, una enfermedad o un accidente, estuvieron en un sitio paradisiaco donde se vieron rodeados de amor y una energía maravillosa, luego se les hizo entender sin palabras que tenían que volver a la tierra a terminar la misión que les era encomendada. Unos vuelven cómo al despertar de un sueño llenos de entusiasmo porque perdieron el miedo a la muerte.
Quisiéramos llamar la atención sobre el hecho que no hace falta «morir» para tener este tipo de experiencia, por lo menos si le damos crédito a relatos que nos han sido contados por conocidos que no los hacen públicos por miedo a ser llamados locos, o por lo menos, fantasiosos.
Estos relatos tienen características comunes. La persona está desarrollando una actividad y, de repente, siente que ha trascendido a otra dimensión de espacio/tiempo, que, de repente tiene conocimientos que antes no tenía, que participa de una energía nueva y, cuando la experiencia termina, se siente renovada. La mayoría de las personas ignora el disparador de este evento.
Sin embargo, por ejemplo, al contemplar la bóveda de la Capilla Sixtina, en especial la creación de Adán de Miguel Ángel Buonarroti, percibimos su estado de ánimo al momento de la creación de esta obra de arte. Para pintar este fresco él tenía que subir a un andamio ubicado cerca del techo, por medio de una escalera. Luego se acostaba sobre ese andamio y empezaba por esbozar con carboncillo lo que pintaría más tarde. Todo eso duraba horas y fue pintado entre el 1508 y 1512. No podemos siquiera imaginarnos lo agotador de este ejercicio. Este fresco en particular, siempre hablamos de la creación, mide unos 280 X 570 cm.
Adán está reclinado, como en reposo, y se acerca Dios rodeado de querubines. Su mano derecha está extendida con su dedo índice a milímetros del mismo dedo de Adán que parece estar esperando la chispa divina. La emoción que debió sentir Miguel Ángel al pintar esta escena nos da una idea de la elevación que sintió en esos momentos. Ahí no hubo ni miedo al Papa Julio II, ni agotamiento. Solo eso que llaman felicidad. Quien tiene la oportunidad de ir al Vaticano y contemplar esa maravilla quizás también se contagie de esa emoción.
Esta escena para algunos queda impresa en la memoria. Y puede revivirla cuando quiera. Es como un relato fantástico de amor y trascendencia. Pero, ¿qué hacer si la memoria falla? Hay tantos tipos de memoria. Hasta hay una falsa memoria, como cuando uno cree haber hecho algo y no es cierto. Eso pasa, por ejemplo, cuando uno se dirige a un sitio para efectuar alguna labor y lo interrumpen. Entonces el cerebro archiva esta labor como ya efectuada.
También existe una memoria falsa colectiva que se llama Efecto Mandela. Parece que cuando se propuso que Mandela fuese presidente de la Unión Sudafricana, la gente se extrañó porque, al no haber oído de él en mucho tiempo, pensaban que había muerto.
Otra cosa que deteriora mucho la memoria es ¿y quién lo hubiera creído? mentir. Parece que al mentir se incrementa la llegada de sangre a la corteza prefrontal ventro-lateral, núcleo acucumbens y amígdala cerebral (Consejo Mexicano de Neurociencia) y dicho en palabras llanas, la mentira ocupa un espacio importante y acelera el metabolismo. El cerebro de un mentiroso ¡pobre! debe entonces trabajar el doble cuando no el triple porque debe recordar lo cierto pero también la mentira, ¡no vaya a ser descubierto! A lo largo eso afectará su memoria.
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Es bueno recordarles a los mentirosos que de acuerdo a las leyes del karma, pueden algún día ¡hasta reencarnar en una cucaracha!
Aglaya Kinzbruner es narradora y cronista venezolana.
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