Estalló la paz, por Teodoro Petkoff

Un texto de la afamada y polémica periodista italiana Oriana Fallacci, rebotado sin cesar por Internet, traza un paralelismo entre los aliados que en los cuarenta enfrentaron y vencieron el horror nazi-fascista y esta campaña “liberadora” en la Mesopotamia del Tigris y el Eufrates, que con sus Simbad y Aladinos pertenece, aunque sea un poquito, a todas las imaginaciones. La Fallacci, apasionada, visceral e irreductible, se equivoca. El mundo está abiertamente dividido acerca de la pertinencia de esta guerra decidida entre Washington y el 10 de Downing Street y discrepa aún más sobre las enormes tareas de la reconstrucción que se avecinan. Por eso esta nota se roba una frase inmortalizada luego del triunfo de Francisco Franco en la guerra civil española: “Ha estallado la paz”.
Una certeza es que la poderosa coalición bélica angloamericana ha necesitado sólo tres semanas para acabar con el régimen de Saddam Hussein, aunque para el día hoy queden focos dispersos que aún presentan batalla en la propia Bagdad y en el norte de Irak. Para ser una amenaza a la paz mundial, el tirano sucumbió estrepitosamente rápido, sin que hasta ahora hayan aparecido sus mortíferas armas de destrucción masiva.
Quizás Estados Unidos y Gran Bretaña soliciten a los inspectores de la ONU que reinicien su pesquisa, interrumpida por las prisas de los bombardeos.
Ha estallado la paz, pues. La legitimidad de toda esta gigantesca operación militar dependerá de cómo Estados Unidos administre la victoria. Bush y Blair, reunidos en Belfast, prometieron una participación “vital” de las Naciones Unidas en el proceso de reconstrucción política iraquí. El diario español El País no duda en calificar de vaguedad la precisión del Presidente estadounidense sobre el significado de “vital”. Dijo Bush: “vital es vital”. No debería extrañar tal simpleza viniendo de quién viene. Bush no es precisamente un lector afiebrado de Las mil y una noches. Prefiere a Rambo que a Simbad.
Poner a la ONU en juego cuánto antes pudiera, y debiera, ser una decisión sabia. Para Irak, donde los ajustes de cuentas, el rompecabezas étnico religioso y la hambruna masiva, son los problemas prioritarios; para el mundo árabe, que celebra puertas adentro la caída de Saddam pero advierte los peligros de una presencia radicalmente ajena a su cultura en el corazón de su inestable área; y para el sistema de las Naciones Unidas implantado después de la segunda guerra mundial que, como lo observa acertadamente Héctor Faúndez Ledesma en El Nacional de hoy, “no está en condiciones de poner límites al comportamiento de los Estados Unidos bajo una administración como la de Bush (…) será la potencia del norte la que, en buena medida, dicte las reglas del juego”. Y el árbitro, el señor Bush, no estará sometido a ellas. Sí, ha estallado la paz.
La guerra, por otra parte, ha cobrado entre sus víctimas las vidas de más de una docena de periodistas, blancos, en algunos casos, del “fuego amigo” que apunta, como en el ataque al hotel Palestina, contra “objetivos” donde se sabe –o se presumía que se sabía– que no había enemigos. Dos hombres de prensa española han caído en la batalla. Su presidente, el intruso José María Aznar, como bien lo identificó Simón Alberto Consalvi, lo lamentó y, luego agregó, “estaban cumpliendo con su deber profesional y (..) desgraciadamente, conocían el alto riesgo que podía suponer su presencia allí”. Muy bien, señor Franco… perdón, señor Aznar.