Estamos desde hace tiempo en “cuarentena radical”, por Beltrán Vallejo
Ya vamos por nuestra segunda quincena en cuarentena, y como que estamos sufriendo menos que los otros países lo de suspender la actividad económica “no esencial”. Además, como que el venezolano es más dado a hacer caso en eso de quedarse en su casa, y he ahí como las calles de alguna ciudad o las de algún pueblo del interior se parecen a un paisaje lunar en las tempranas horas de la noche. ¡Qué fácil ha sido para Maduro poner en confinamiento radical a toda una nación! ¡Caramba, lo felicito por tanta autoridad!
No es que esté banalizando la determinación temprana de Maduro de imponer el cierre de actividades económicas y de aislar estados, municipios y ciudades, y de meter a la gente en su casa sin muchos aspavientos de golpes y `peinillas, como se ve a diario en otros lugares del globo terráqueo. Sin lugar a dudas, al menos hizo algo bueno en su vida cuando tomó la temprana decisión de suspender labores, suspender las clases y prohibir aglomeraciones y multitudes; por cierto, unas medidas que son las que han tenido más abal de la Ciencia y de la Historia en esa larga lucha de la humanidad contra las epidemias.
Lo que pasa es que él está trabajando fácilmente con la realidad de un país enfermo desde hace tiempo y que no necesita que lo confinen a juro porque ya lleva rato en cuarentena económica y social.
Comenzando con tomar en cuenta que el virus ha tenido su expansión en sociedades hiperconectadas con el mundo y donde por sus aeropuertos y puertos diariamente circulan millones de personas de diversas nacionalidades para realizar en dichos lugares actividades turísticas y de negocios, para labores académicas y de estudios, para participar en eventos culturales y artísticos, para visitar parientes y amigos. En esas sociedades, tipo China, EEUU, Italia y España, el virus hizo explosión. Pues bien, la depresión económica de Venezuela, valga la ironía, “nos ha ayudado”; y sobre todo en lo que concierne a la depresión que desde hace tiempo viene sufriendo nuestro turismo internacional, que el año pasado sufrió una caída del 50% de la boletería aérea, y donde el 85 % de las líneas aéreas que habían operado en Venezuela ya no lo hacen.
Y si hablamos de confinamiento interno, la crisis de la gasolina, especialmente en el interior del país, pues por supuesto que es una mala “costumbre” que se le ha impuesto a un pueblo que ya lleva tiempo haciendo colas interminables al frente de gasolineras y tiene rato con su movilidad restringida; y hoy, precisamente en estos días de coronavirus, esa calamidad cogió un repunte.
Maduro mandó a cerrar por el coronavirus buena parte de la actividad productiva, dicen; pero lo hizo en un país donde el año pasado se registró una caída del 90% en el sector construcción y del 80% del sector manufacturero, además del cierre de unas 700 empresas. Maduro está dando órdenes de “hibernación empresarial”, pero sobre el cementerio del tejido productivo venezolano.
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¿Y cuántos muchachos van en verdad a escuelas y liceos si en dichas instituciones se encuentra desaparecido el programa de alimentación escolar? ¿Y cuántos jóvenes van a las universidades?, ¿y cuántos encuentran allí a sus profesores si lo que está imperando es el solitario pasillo y el ulular del viento golpeando contra las puertas de las frías aulas?
En medio de esta desolación, el venezolano no está escuchando las medidas de Maduro para enfrentar el coronavirus, sino el cruento sonido que hacen millones de estómagos vacíos.