Estamos mal pero vamos bien, por Teodoro Petkoff
El acto de juramentación del CNE tuvo dos detalles interesantes, que no tienen porqué ser extrapolados para extraer de ellos conclusiones, pero que si vale la pena poner de relieve por su significación, no por puntual es menos importante. Por primera vez tuvo lugar un acto en el cual estuvieron presentes cuatro de los cinco poderes del Estado y no fue Chávez el centro. El Poder Legislativo, encabezado por su presidente y vicepresidente, así como los tres titulares del Poder Ciudadano, fueron testigos de un evento en el cual la cúpula del Poder Judicial activó el Poder Electoral. Y Chávez no estaba allí. Se llegó a este momento no sin borrascas previas.
Amenazas y declaraciones truculentas de algunos parlamentarios del oficialismo en relación con un supuesto conflicto de poderes. Posiciones encontradas entre el Fiscal y el Defensor sobre la potestad del TSJ para hacer lo que hizo.
Presiones desembozadas de Chávez mismo sobre el TSJ. En fin, todas las premisas de la Ley de Murphy ( “Si una cosa va salir mal, sale mal” ) estuvieron dadas pero, finalmente, privó el buen sentido y la cosa salió bien. No se produjo el conflicto de poderes, desmontado al final por unas oportunas declaraciones conciliadoras del presidente de la AN, Francisco Ameliach, y en el Poder Ciudadano privó el criterio del Fiscal. El Ejecutivo ha acatado la decisión del TSJ. ¿Es el inicio de una nueva dinámica entre los poderes públicos? El tiempo lo dirá.
El segundo detalle atañe al sostenido aplauso que recibió la breve alocución de Iván Rincón. Lo que dijo y cómo lo dijo, en un discurso cuyo centro fue la obligación de que salgamos de esta crisis en sana paz, tocó una fibra en un público que bien pudiera haber sido una muestra del espíritu de la mayoría de la nación: ¡basta ya de conflictividad! ¡que hable el pueblo y que sea su veredicto quien ponga fin a esta crisis interminable! Se instala, pues, el CNE, rodeado de la expectativa favorable de todos los sectores nacionales. De entrada su legitimidad no ha sido cuestionada. Pero no nos engañemos.
La crisis sigue muy viva y el CNE va a navegar en aguas procelosas. Que conserve el espíritu de cuerpo sería muy conveniente, pero no es realista esperar de ese organismo decisiones unánimes todo el tiempo. Algunas de ellas difícilmente complacerán a todos los sectores por igual. Mucho dependerá de cómo reaccione cada parte interesada ante lo que el CNE resuelva, porque si está apegado a la ley lo único que cabe es respetarlo. Por poner un ejemplo.
Si el CNE valida las firmas para el RR presidencial, el gobierno puede rechinar los dientes, pero lo lógico es que acate. Pero si no las valida, la oposición, sin más demoras, lo que tiene que hacer es recogerlas de nuevo. Una cosa tiene que estar clara: el CNE existe para hacer posible y garantizar, con estricto apego a la ley, la expresión de la voluntad popular y no para empantanarla en un tremedal de formalidades insustanciales o de triquiñuelas. Si el país percibe que su comportamiento es recto, la sangre no llegará al río. Estamos mal pero vamos bien.