Estar de paso, por Eduardo López Sandoval
Nota preliminar: Se publicaron un par de entregas que son parte del capítulo Indoamérica: Las Razones de la Inestabilidad Política y Social del Venezolano, de la inédita obra El Doctor Italiano -Novela Histórica; por razones de fuerza mayor, imprevistas, relacionadas con posibles compromisos con una editorial española, nos vimos obligados a no seguir la serie de la cual venía la Parte III, sin embargo publicaremos la sustancia de las conversaciones entre este par de doctores, uno Médico y el otro Abogado, en el medio del llano venezolano a mediados del siglo XX, ¡y qué vigentes!, sin numerarlos, en entregas por venir…
Los manantiales que se forman en las cercanías del río Guárico por lo general forjan con el pasar de los miles de años acrecentados barrancos, que son peligrosos en su transitar. Los calaboceños se han servido de estas aguas por siglos. Es necesario que en plurales ocasiones, varias veces a diario por cientos de años, tomen agua para los más variados usos de estos ojos de agua, sin embargo notamos que en ninguno de estos manantiales habían construido la más rústica escalera o cimentación que facilitara el constante bajar y subir de estas gentes. Solo en la Aguada Grande, visitada por los menos, hay unas escaleras. De hecho, muchas de las emergencias que hemos atendido en nuestro largo permanecer que se acerca a una década continua en esta ciudad, son por escoriaciones, fracturas y contusiones provocadas por caídas en estos sitios. Muy a pesar de que esta labor de bajar con las barricas vacías y subir con estas cargadas de agua la están realizando los calaboceños por generaciones, por siglos, repito.
He preguntado a los calaboceños, por qué no construían una escalera en estos inclinados sitios, por supuesto después de realizar la correspondiente cura, cuando por una caída de estas nos visitaban. Sin respuesta.
El doctor Reina sí respondía:
—Porque están de paso…
El estar de paso literalmente no refleja fiel y de forma total el carácter que queremos describir. Dentro de este “estar de paso” incluimos el carácter díscolo propenso a las actuaciones reñidas con las buenas costumbres y las normas penales, como algunos pasajes que nos cuentan viajeros que en otros tiempos nos visitaron y escribieron acerca de este insano comportamiento social del llanero y del venezolano en general. Que relataremos de seguidas.
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La experiencia de estos viajeros acerca de este “estar de paso”, contadas a través de sus libros, quizás no deben generalizarse, es posible que sean hechos aislados, ese es el defecto de estas aseveraciones, pero tales escritos tienen además, y en contraste, una gran virtud, tienen la objetividad de un viajero que escribe lo que dice ver para que los europeos de su tiempo puedan “observar” a través de sus letras el suceso de moda del momento, las crónicas del Nuevo Mundo; que no tienen, hasta lo que se puede indagar algún interés porque sus opiniones puedan ser usadas como insumo en el diagnóstico de una cuestión política de varios siglos después.
Friedrich Gerstacker es uno más de los viajeros alemanes quien garrapatea sus crónicas con el grado de objetividad descrito, sin ningún interés en participar en las particularidades políticas de estas tan alejadas regiones.
Nos cuenta Gerstacker: “La dificultad era conseguir, en este tiempo, un baqueano, pues un hombre viejo no resistiría así no más la gira dificultosa. Pero el señor Vollmer, quien realmente se empeñó de la manera más gentil, consiguió superar también esta dificultad, es decir, me encontró un hombre manco que en una de las revoluciones anteriores había perdido el brazo.”
Con este trabajador baqueano el viajero alemán hizo el viaje que incluyó a Calabozo hasta finalizar en San Fernando de Apure, lugar desde donde seguiría su viaje por los ríos Apure y Orinoco hasta su siguiente itinerario, cual era la ciudad de Angostura. Después de semanas de compartir el día a día de las vicisitudes de un viaje a caballo con arreos e burros por estos agrestes caminos del llano alcanzaron al río Apure, donde –como se dijo– el viajero alemán debía tomar una embarcación para dirigirse a la hoy Ciudad Bolívar, próxima meta de su recorrido.
Llegados al río Apure, aún en las orillas de Guárico que los llaneros llaman aún las Playas de Caracas, por corresponderse estas tierras de las orillas del margen izquierdo del río Apure con la colonial Provincia de Caracas, escribe el alemán: “Ahora era necesario arreglar cuentas con mi guía, quien de aquí regresaba a su casa… Se había mostrado durante todo el camino como una persona buena y responsable y como no tenía ganas de andar por San Fernando ofreciendo en venta un burro con su albarda, se lo regalé todo: el burro, la silla de montar comprada, la albarda, como también otros varios objetos, y me lo llevé hasta San Fernando para allí pagarle.”
Pasaron el río Apure y… “Ante todo me llevó a la posada del lugar donde, sin más, colgué mi hamaca comprada en Camaguán –porque camas no había aquí en ninguna parte–, y me eché en ella para descansar un poco. Mi mozo había salido entretanto para hacer algunas compras y entregar cartas que le habían dado en Calabozo, y cuando regresó, le arreglé su cuenta y le pagué abundantemente también para su regreso –cosa que no necesitaba hacer– , y luego salí yo mismo para darle un vistazo a la ciudad. Cuando volví a la posada, mi guía ya se había hecho trasladar a la otra ribera para emprender su viaje de regreso, pero antes se había hecho dar de la posadera provisiones de boca extras a cuenta mía y encima de eso se había llevado de mi morral mi último par de paños de algodón.
“¡Qué pueblo curioso! Los venezolanos son realmente en general gente laboriosa y honesta…”
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