«Esto se está arreglando», por Luis Francisco Cabeza G.

Twitter: @luisfcocabezas
El título de este artículo alude a esta prefabricada frase que hemos empezado a escuchar en boca de un descomunal y eficiente aparato comunicacional cuya cobertura abarca desde Pedernales hasta San Antonio del Táchira y desde Cabo San Román hasta Río Negro, por allá bien al sur.
Pareciera ser una frase que aviva la polarización que tanto sirve al desencuentro, sobre todo entre dos sectores de la sociedad que comenzaban a encontrarse en lo sustantivo, en eso que los afecta a ambos y en lo que ambos pueden encontrar agendas de lucha por reivindicaciones colectivas, no intoxicadas por la falsa ideología.
Decir «esto se está arreglando» es de esas frases que tienen matices, pero que en el fondo sirven como mascarada perfecta para llevar la conversación al terreno de lo meramente superficial, a lo que solo salta a la vista, y producen una fotografía trucada de la realidad.
Si nos comparamos con 2016, año en el que no había artículo de primera necesidad o medicina que no escasease, obviamente 2022 es un mejor año: el modelo de la llamada pax bodegónica – Guillermo Tell Aveledo dixit — ha ido avanzando, aprovechando las ventajas y concesiones graciosas del gobierno, con su oferta de productos por los que, en aquellos años aciagos, muchos terminaron liados a puños frente a algún desaparecido Automercado Bicentenario.
Sin embargo, la mejora es relativa, ya que, aunque la escasez cedió terreno de manera importante, la inflación no. Hoy tenemos mucha oferta, pero una capacidad de compra limitada y asimétrica desde el punto de vista geográfico. Las mal llamadas «burbujas de bienestar» son fenómenos eminentemente capitalinos y que reflejan enormes desigualdades.
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Cuando se ha estado en la penumbra, cualquier pequeño destello de luz te encandila. Lo que hoy estamos viviendo es exactamente eso. Los venezolanos hemos pasado por situaciones tan duras que cualquier cambio en la situación, por ligero que sea, nos hace magnificarlos. Dejar de caer no significa que hayas salido el agujero, lo que tiene mucho que ver con la necesidad de construir una esperanza de mejora real y sostenida.
Hoy Venezuela, según el panorama de necesidades humanitarias, tiene 7,7 millones de personas en riesgo humanitario. Sin apoyo, no tendrán posibilidades de salir adelante. Son setecientas mil personas más que el año pasado. Queda claro, pues, que la frase «esto se está arreglando» no es una verdad incontrovertible sino más bien un espejismo.
Algunos pensarán ¿cómo es que en Venezuela hay más personas con necesidades humanitarias? si desde hace tres años se ha venido poniendo en práctica un programa de respuesta humanitaria dirigido por el sistema de las Naciones Unidas? La respuesta es sencilla: en ninguno de los planes de respuesta instrumentados en años pasados se ha logrado recaudar fondos suficientes para su financiamiento; ni siquiera la mitad de lo requerido.
A todo esto hay que sumarle que nuestra emergencia humanitaria compleja ha sido percibida más como una crisis política que como una emergencia humanitaria propiamente dicha, sacándonos con ello del foco de atención.
No obstante, algunos países han sido receptivos a nuestra realidad humanitaria. Su aporte ha permitido desplegar cierto apoyo, aunque limitado, que ha tropezado con múltiples trabas en el campo, haciendo que la operación se convierta en un gran desafío, no solo para las organizaciones nacionales, sino también para las más experimentadas organizaciones internacionales.
El panorama humanitario no luce nada prometedor para Venezuela. El año 2021 ya se asomaba como nuestro techo de recaudación de fondos humanitarios; ahora se suman situaciones como la invasión de Rusia a Ucrania, con las dramáticas implicaciones humanitarias que ella supone. En este contexto, es comprensible que buena parte de esos fondos se destinen a brindar asistencia al perseguido pueblo ucraniano, además de otras emergencias que siguen latentes en lugares como Sudán del Sur, Etiopía, Mozambique y Eritrea, entre otros.
Como vemos, el escenario que se avecina es de un mayor número de personas con necesidades humanitarias y muy probablemente en el que se cuenten con menos recursos. En consecuencia, es imperativo optimizar los recursos disponibles, establecer alianzas, articular esfuerzos y priorizar a las poblaciones más urgidas. A la par, debemos continuar trabajando en nuestras esferas de acción para evitar que el «esto se está arreglando» comience a resonar fuera de nuestras fronteras, con lo que muchos países podrían decidir dejar de posar su mirada en Venezuela y, por lo tanto, su apoyo.
La posibilidad de que el diálogo avance y se flexibilicen algunas sanciones constituye un movimiento inesperado en el tablero. De concretarse, es posible que algunas operadoras petroleras regresen al país y se restablezcan alianzas estratégicas para aprovechar las bondades de un barril de petróleo a precios muy atractivos. Este hecho, a pesar de ser positivo para el país, no ofrece ninguna garantía de que los recursos extraordinarios que de allí se obtengan sean destinados a lo humanitario con la urgencia que lo requiere.
Es necesario buscar alternativas para que el aspecto humanitario de la crisis continúe en la agenda. Sacarlo es olvidar el sufrimiento de 7,7 millones de venezolanos que no pueden solos. En las negociaciones convendría buscar alternativas para la liberación de fondos retenidos que puedan ser destinados a la ayuda humanitaria, y diseñar o reforzar una arquitectura amplia, diversa y ágil a través de la cual se ejecuten los fondos con la participación de las agencias de Naciones Unidas con mandato humanitario, de organizaciones humanitarias nacionales e internacionales de trayectoria acreditada, y de los distintos niveles de gobierno. Con esta iniciativa además de brindar asistencia, se propiciaría la construcción de confianza.
Finalmente, vale decir que el camino para salir de nuestra emergencia es largo y no exento de obstáculos, por lo que gentilmente les sugiero no permitirse caer en la superficialidad de eso que nos venden como «esto se está arreglando», ya podría hasta terminar creyéndoselo.
Luis Francisco Cabezas G. es Politólogo. Máster en Acción Política, especialista en Programas Sociales. Director general y miembro fundador de Convite A.C. También es Fellow Ford Foundation y Fellow Ashoka
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