Ezequiel y el facebook, por Fernando Rodríguez
Mi amigo Ezequiel Borges inventó una ars poética nacida en Facebook. En vez de poner fotos –la verdad es que también las pone- escribe casi a diario un poema sin volverla vista atrás, es decir, prácticamente sin corregir y donde se aferra a temas del día o de los días, y ya. Los puristas y los obsesivos hacedores, orfebres del detalle y la perfección formal, lo sentimos.
Ezequiel vende espontaneidad, automatismo. André Bretón decía que había que poner la primera palabra al azar y lo demás salía solo. Es algo así pero a nuestro autor no le interesa hurgar en su inconsciente sino, sobre todo, denunciar el mundo muy tangible de esta excremental dictadura que nos atropella y no alcanzamos a quitárnosla de encima.
En otras ocasiones le da por cortejar a una chica de sus antojos. Es una forma de hacer poesía que cautiva por su frescura y porque el poeta tiene innegable autenticidad y talento. En otros ámbitos cultiva una poesía más como mandan las musas y hasta un distinguido libro tiene.
Lo cierto es que otro poeta, laureado como pocos, Igor Barreto se ha convertido en un continuo y entusiasmado seguidor de la estética feisbusqueana de Ezequiel y ha entablado un muy serio diálogo con ella. Y el domingo pasado, tal para cual, decidieron hacer un recital donde Igor haría una disertación sobre esa singular manera de tocar la lira, en otros épocas como es sabido, no había Facebook, ni Internet, ni nada de esas vainas que ahora existen para bien y mal del homo sapiens.
Tuvo lugar en uno de los sitios más acogedores de la ciudad, la librería Lugar Común de Las Mercedes, bella y singular, y sita en un conjunto que componen un lugar que ni en Paris . Pero algo falló en la convocatoria y fuimos unas cinco personas, lo que hacía más notoria y acogedora esa mañana sabatina, muy veraniega.
Pero, hete aquí, que entrando al recinto, el poeta Igor recibió una llamada en su smartphone –hasta los poetas lo tienen, de no creer- en que le comunicaban que su casa había sido robada, lo que hizo que tuviese que volver a mirar qué había pasado en su lar, muy campestre o campesino por cierto. Pero nada, seguimos adelante, orquestado por su muy gentil esposa y el poeta leyó sus poemas. Estupendo de verdad, los poemas nos pintaron muy bien al amigo, a ese ser algo solitario, duende de la ciudad, conocedor como pocos de sus noches y rincones, valiente demócrata (se trataba básicamente de apostrofar la dictadura) y singular y magnífica sensibilidad literaria.
Fue un pequeño ritual inolvidable. Luego, para nuestra sorpresa, ya tomando el café de despedida regresó Igor, algo fatigado, para contarnos que en efecto le habían robado unas cuantas cosas… pero se las habían devuelto, gracias a un vecino que agarró a los mozalbetes implicados , los regañó y todas volvieron a su sitio. Eso le puso al recital un gran final ionesquiano que faltaba.
Pero la pasamos bomba. En la ocasión, nobleza obliga, apretamos entusiastas la tecla “me gusta”.
La verdad que los ratos felices se deben al azar más que a otra cosa. Si hubiese habido un gentío, Igor hubiese hecho una disertación muy correcta académicamente, la figura de la mañana hubiese declamado como un aeda cualquiera y los cacos hubiesen sido auténticos malvados de verdad no hubiese sido tan memorable la jornada.