¿Fanáticos o seres pensantes?, por Rafael Antonio Sanabria Martínez
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“Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro,
la enfermedad es incurable”
Voltaire.
El fanatismo es una vieja práctica, asociada a la violencia, la injusticia, los prejuicios y el no buscar la verdad, porque da por cierto que se posee la verdad única, en exclusividad. La manera de actuar es generalmente en grupo para tener más fuerza y menos responsabilidad, aunque también lo puede hacer de manera individual, solapada. Las «razones», del fanatismo suelen ser religiosas o políticas, frecuentemente ambas asociadas.
Fundamentalistas son los religiosos, que de cualquier religión monoteísta lo han sido. En la política son los extremistas, de izquierda o de derecha, los fanáticos de alguna corriente. Los fanáticos se identifican entre sí por símbolos, frases y eslóganes, algún texto fundacional, ropas y sombreros uniformes y por himnos, muchos himnos para cantar a todo pulmón.
El fanatismo está de moda en diferentes contextos de nuestra sociedad. Es una actitud que ha asumido muchas gente para defender sus posturas, posiciones o ideas. Es una conducta que no edifica sino que genera cualidades disruptivas y conflictos interminables.
El fanático no busca soluciones, su único fin es exterminar al contrario. Por eso una persona que no tiene metas o ha perdido toda esperanza es tierra abonada para el fanatismo. Quien necesita construir y planifica para el mañana no puede ser fanático, la realidad le devuelve a la transigencia, la conversación, la defensa del débil y de los que vendrán.
El fanatismo es cómodo. No hay nada que pensar y nada que construir. Destruir es mucho más fácil. No hay responsabilidades ni el trabajo prolongado de poner piedra sobre piedra, cuidadosamente. Lo del fanático es más rápido, solo acercar la antorcha encendida y el fuego se propaga solo, poderoso, indetenible, con la fuerza e ímpetu que el fanático en sí mismo no tiene.
Meditar y medir, para ser justos, es un fastidio para el fanático. Es más fácil desechar todo de un tirón. El fanatismo es directo, todos los prejuicios lo son. Es más fácil decir que es «una negra» o «un judío», y con un gesto de desprecio se ahorra el argumento. También con sólo decir «es un chavista» o «es una escuálida» ya no se necesita, para algunos, en determinados sitios, decir nada más. Ya todo está supuestamente demostrado.
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Los fanáticos son los líderes de la involución. Conforman el ejército triunfal de la medianía. Son personas que se liberaron del terrible esfuerzo de pensar, de las complicaciones de poder amar y entender a esta humanidad tan diversa sin perder las propias convicciones. El fanatismo es fácil y garantiza una multitud de iguales que apoya sin preguntar.
En Venezuela encontramos fuerzas vivas en el ámbito comunitario en constante pugilato, simplemente por defender lo que ellos consideran que es su verdad, sus ideas, el camino a seguir, su religión y su estilo de vida «que le corresponde» por su nivel social. Es una pasión exagerada hacía una figura, una doctrina, o aun peor caminan sin saber a donde van.
Es un triste absurdo ver perderse el criterio propio, la capacidad de discernir, reflexionar y apostar por una mejor sociedad. Y seguir sumergidos en la sima de la mediocridad y de la apariencia. Jamás avanzaremos mientras haya una visión borrosa del principio de construcción.
Lo bueno que podría tener el fanatismo es que se usase para resaltar el yo sí puedo, yo lo sé, yo tengo la razón y si todos esos YO se juntan, entonces podríamos decir nosotros si podemos. Así lograríamos la verdadera metamorfosis social con el nosotros, pues estaríamos en presencia del verdadero republicano del siglo XXI.
El desarrollo de los pueblos no se alcanza individualmente, se logra cuando todos los ciudadanos entrelazados sin distinciones dan el primer paso para cambiar actitudinalmente y aptitudinalmente. Es importante aprender a convivir, diferente al simple vivir.
Es hora de desmantelar los personajes fanáticos (no la intrascendencia, casi siempre amable, de los «fanáticos» de un equipo deportivo) que se convierte en vectores de un virus que detiene cualquier intento de reconstrucción del tejido social. Andan por allí en las calles, tanto de una tendencia como de otra, tienen trazado muy bien sus objetivos de intolerancia, división y egocentrismo. Para ellos el fanatismo es una rentable profesión y no quieren dejarla.
Quien es capaz de sabotear y trancar el acceso al bienestar colectivo, es un hombre de pobre espíritu, vacío, un barco sin rumbo. Ciertamente que mientras estemos creyendo que promoviendo el fanatismo vamos a provocar un efecto positivo en la sociedad, estamos equivocados, simplemente ganaremos el título de sobresalientes arquitectos de la anamorfosis social.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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