Fe, esperanza y unidad, por Marta de La Vega

A la memoria de Fernando Martínez Mottola
y todos los caídos ante la barbarie.
El jueves 8 de mayo de 2025 fue escogido un nuevo Papa, después de dos días en el cónclave de Cardenales reunido en la Capilla Sixtina del Vaticano, convocado a la muerte del Papa Francisco, el sacerdote jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio. El cardenal Robert Prevost, nacido en Chicago, Estados Unidos, y durante casi veinte años obispo en Chiclayo, Perú, no solo habla perfecto español, sino que tiene la nacionalidad peruana y conoce muy bien nuestra América, pues como Superior General de la orden religiosa de los agustinos, visitó en labor apostólica varios países iberoamericanos. Llamó la atención que, siendo políglota y estadounidense de nacimiento, no hubiera hablado en inglés en su primera alocución pública. En cambio, envió un saludo en español con su agradecimiento a los fieles de la diócesis a la que estuvo vinculado en su tarea misionera en Perú.
Va a dirigir la Iglesia Católica universal desde Roma. Interesante y simbólica la escogencia de su nombre como Pontífice: León XIV. Significa evocar a León XIII, el Papa pionero y reformador que revolucionó el papel de los católicos en el horizonte intramundano o terrenal, al plantear por primera vez la Doctrina Social de la Iglesia. Sin desconocer el derecho natural de todo ser humano a tener más que su propia prole, es decir, sin propiedad alguna, de donde viene la palabra «proletario» y, por tanto, el respeto a la propiedad privada y el derecho de todo individuo a poseer bienes materiales, León XIII defendió, frente al liberalismo que postula la no intervención estatal, la obligación del Estado de «apoyar a aquellos cuya existencia no es segura». Su afán por proteger a los obreros y la lucha contra los abusos laborales hacia los más indefensos quedó plasmado en su célebre Encíclica De rerum novarum, «De las cosas nuevas», publicada el 15 de mayo de 1891.
León XIV se refirió varias veces a su antecesor el Papa Francisco en su discurso de saludo desde el balcón papal a la multitud que lo aclamaba. Significa también que quiere continuar por el camino de amor y alivio para los más vulnerables y de búsqueda de la paz: «una paz desarmada, desarmante y también perseverante, que proviene de Dios…»
La necesidad de diálogo, de tender y construir puentes con los otros, es un imperativo. Porque “el mal no prevalecerá” … Esta certeza nos invita a mantener fe, esperanza y unidad. La escogencia de León XIV como nuevo Papa no solo es signo de renovación espiritual y reconciliación global. Es también una ráfaga de aire fresco contra la sofocante arbitrariedad sin límites de tiranías usurpadoras e ilegítimas.
En su primer discurso en la plaza del Vaticano, sus palabras hicieron énfasis en la fe como brújula moral, en la esperanza como fuerza que sostiene al ser humano incluso en los tiempos más sombríos, y en la unidad como único camino hacia la paz verdadera.
El Sumo Pontífice León XIV apeló a estos tres valores como fundamentos del cristianismo y respuesta urgente a los desafíos del mundo actual. Con voz serena, el Papa pidió a los pueblos «no ceder ante la desesperanza, no abandonar la fe en el bien, y reencontrarse en la unidad como hermanos». Sus llamados resonaron particularmente entre quienes viven bajo regímenes autoritarios, donde la lucha por la dignidad se libra cada día en silencio, rota la democracia, bajo la represión, la pobreza y la fragmentación social por el derrumbe del Estado, las instituciones que lo sostienen y la corrupción generalizada.
A miles de kilómetros de Roma, en Venezuela, cinco miembros del equipo político de María Corina Machado, perseguidos por el aparato represivo del régimen, fueron rescatados tras pasar más de un año soportando una campaña sistemática de terrorismo de Estado para quebrar su resistencia como refugiados, en condiciones brutales de encierro y hostigamiento físico, psicológico y diplomático. Su temple fue, ante todo, un acto de fe: creyeron en su causa y en un futuro libre y democrático.
Fue también un ejercicio de esperanza: nunca dejaron de imaginar, al igual que familias y amigos, que habrá un país en el que los valores supremos sean la honradez, la probidad pública, la decencia y la dignidad. Y fue, sin duda, una muestra de unidad: gracias al respaldo sostenido del gobierno argentino, la presión internacional y el compromiso de la disidencia venezolana, se logró una delicada operación, coordinada adentro y afuera, que parecía imposible.
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Este rescate fue una victoria política y una victoria ética. La unidad de voluntades lo permitió y ha probado cómo esos valores —lejos de ser abstractos— adquieren poder tangible en escenarios de crisis. Ahora hay el peligro de represalias del grupo dominante, fisurado en su aparente poder monolítico, porque no son invencibles y fueron de nuevo, de manera apoteósica, derrotados técnica, política y moralmente.
Ambos hechos, el uno espiritual y el otro político, reafirman que hasta en los momentos más oscuros, la combinación de fe, esperanza y unidad sostiene a los individuos y también moviliza acciones capaces de cambiar el curso de los acontecimientos.
Marta de la Vega es investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora Titular en la USB y en la UCAB
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