Fedecámaras: los tiempos han cambiado, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
Nadie puede imaginar que la vicepresidente Delcy Rodríguez descendió en predios de Fedecámaras colgando de un paracaídas, cual cápsula de Jeff Bezos en el desierto de Texas. Es muy obvio que su presencia en tan estelar reunión fue producto de ese trajinado ir y venir de conversaciones (¿y negociaciones?) con el oficialismo, pues de otra manera el presidente saliente del organismo empresarial no hubiera tenido pie para afirmar que «hay coincidencias con el chavismo de cómo debe avanzar el país».
La señora Rodríguez, a quien sacando cuentas pudiéramos considerar la séptima persona en el ranking del poder en Venezuela, no trató esta vez de entrar «por la ventana» como en la famosa reunión del Mercosur en Montevideo, donde sus colegas la dejaron con los crespos hechos y las carpetas bajo el sobaco, sino con toda la alfombrada anuencia de sus anfitriones, cuyo principal vocero calificó su visita como «histórica».
También queda claramente reflejado el consenso en la ruta que busca Fedecámaras si se toma en cuenta que el nuevo presidente venía fungiendo como segundo de abordo y que su candidatura no tuvo adversarios.
Puede verse, entonces, que Fedecámaras ha escogido un nuevo líder y una «nueva» hoja de ruta, aunque esta sea la misma de otras veces: exigir condiciones para poder cumplir con el mayor éxito posible sus objetivos empresariales. Esencialmente enunciados: producir bienes y servicios que generen prosperidad y riqueza, que los empleos vienen aparejados. No son ellos quienes han cambiado de objetivos.
Justamente fue la lucha por asegurar condiciones jurídicas idóneas y un clima de confianza y garantías para la actividad privada la que llevó a Fedecámaras a escoger, hace casi 20 años, una vía distinta a la de ahora. No es posible imaginar que Pedro Carmona Estanga, siendo presidente de la cúpula empresarial, hubiera encabezado la organización del paro del 10 de diciembre de 2001 o la gigantesca marcha del 23 de enero del año siguiente o los paros sucesivos hasta llegar al golpe del abril si Chávez no hubiera impuesto, sin aviso ni protesto, 49 leyes vía Habilitante. Y hoy, en medio de este erial, sabemos cuán pertinente era esa lucha cívica.
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Es verdad que Carmona buscó y obtuvo el apoyo de la dirigencia sindical de la CTV, pero también es cierto que quien emergió como presidente de la república después del golpe del 11A fue el presidente de Fedecámaras.
De modo que no resulta muy ajustado a la verdad histórica decir que la presencia de Delcy Rodríguez en Fedecámaras se deba «al fracaso de la oposición», porque en este país oposición han sido todos los sectores organizados, y con ellos los ciudadanos, que no han podido lograr el desalojo del régimen devastador ni por las buenas ni por las malas. A menos que se quiera lanzar exclusivamente las culpas sobre la dirigencia política de hoy, la cual ya ni siquiera es un solo sector.
Tómese el párrafo anterior como una catarsis. Pasemos a la realidad política y económica del presente y admitamos que no es la misma de hace 21 años.
El régimen mantiene una hegemonía política que es un campo donde no se siente de verdad amenazada, pero los estropicios económicos dejados por su modelo estatista, centralizador y expropiador le van encogiendo la existencia como en La piel de zapa.
Difícilmente se pueda discrepar de esta afirmación del presidente de Fedecámaras entrante: «Yo no veo futuro en el país si no asumimos con seriedad y compromiso un proceso profundo de negociación entre todas las partes en conflicto».
Ojalá sus palabras fueran respetadas y tomadas seriamente por quien tuvo la desfachatez de decirle en la cara a los empresarios —y sobre todo a los exempresarios venezolanos, cuyos esfuerzos de tantos años están enterrados en el gran camposanto de la destrucción nacional— que son «la envidia» de los empresarios extranjeros. Maquiavélico y demencial.
En las aguas turbias en que nos envuelve este tsunami de 22 años, cada hecho que evidencie algún giro relevante agudiza las tensiones y dispara las reacciones en los extremos. La dirigencia empresarial recibe acusaciones de «indignidad».
A lo mejor todo vuelve a quedar en el eterno recomenzar sin frutos que hemos visto a lo largo de los años. Pero, ojalá se viera en lo político gestos similares. Luchar con un liderazgo unido, con una ruta consensuada y mantener el foco en movilizar a la inmensa mayoría de los venezolanos; una invencible fuerza electoral contra quienes siguen destruyendo el presente de Venezuela y, peor aún, acabando con su futuro.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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