Felicidad: más allá de lo material, por Oscar Arnal

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Resulta un contrasentido que a pesar de un aumento en el poder adquisitivo a nivel mundial, la depresión se incrementa entre jóvenes y adultos, según los reportes de Gallup y otras fuentes confiables. Una de las causas es la tendencia de quienes tienen recursos económicos, a ver su situación material como natural y a sólo compararse con personas más ricas, famosas o con aquellas que exhiben éxitos en las redes sociales.
No se dan cuenta que son unos privilegiados al tener pertenencias que le faltan a la inmensa mayoría. Dejan de lado que la pobreza crítica, el desplazamiento, y las enfermedades afectan a cientos de millones de personas en el mundo.
Las cifras de pobreza según el Banco Mundial son espeluznantes, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo más de 1.000 millones de personas viven en pobreza multidimensional, es decir, enfrentan privaciones simultáneas en salud, educación y nivel de vida. La mitad de ellas son niños, y casi el 40 % habita en zonas en conflicto.
La cifra de desplazados y refugiados en el mundo supera las 120 millones de personas. Según la Organización Mundial de la Salud, se estima que 1.300 millones de personas presentan una discapacidad significativa. En cuanto a las enfermedades, se ha reportado que más del 95% de la población mundial tiene algún problema de salud, y más de un tercio tiene más de cinco dolencias. Aquellos que no tienen para satisfacer las mínimas necesidades económicas y están en un estado vulnerable se encuentran en una dura lucha para cubrirlas, lo que genera una gran presión.
La Pirámide de Maslow explica que cuando una persona no alcanza a satisfacer sus necesidades básicas, no puede lograr su realización personal. La pobreza extrema genera infelicidad, tal y como se desprende del Informe Mundial de la Felicidad.
De cualquier manera, la riqueza por sí sola no garantiza la felicidad. Gente con menos dinero a menudo es más feliz que otros que tienen más. Si bien el dinero reduce el estrés de satisfacer necesidades básicas, da seguridades y libertades para decidir o hacer muchas cosas, el bienestar genuino tiene que ver más con el ser como personas que con el tener bienes materiales.
En un momento dado estudiaba simultáneamente en una universidad privada, donde los estudiantes eran parte de las clases medias y altas, y en una pública, con alumnos que tenían mucho menos capacidades económicas. Mi sorpresa fue que sentí más alegría y vi más sonrisas donde había menos poder adquisitivo. Las personas con menos recursos económicos, pero que no están en modo de sobrevivencia, a menudo valoran intensamente lo que tienen, mantienen fuertes lazos sociales, comunitarios y familiares, y basan su bienestar en la gratitud, la solidaridad, y en el contar con un sentido de propósito. No en el consumismo.
La paradoja de Easterlin nos da otra lección. Señala que a partir de cierto nivel de ingresos, un aumento de la riqueza no se traduce en un incremento de la felicidad.
La búsqueda incesante de bienes materiales genera un ciclo de insatisfacción. El problema no es tener, sino el énfasis desmedido que la sociedad moderna le da a la acumulación. Una sociedad obsesionada con el tener genera consumidores perpetuamente insatisfechos, que siempre quieren más y no se sacian con nada. En contraste, cuando valoramos el ser mejores seres humanos, cultivamos individuos libres, realizados y plenos.
La felicidad verdadera no se encuentra tampoco en acumular poder, sino en la orientación vital centrada en el desarrollo interior. El ser implica nutrir la conciencia, la creatividad, el espíritu o el alma, las relaciones genuinas y el crecimiento personal.
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La riqueza material debe venir acompañada de riqueza emocional. El reto, por lo tanto, es cultivarnos internamente, conocernos a nosotros mismos. Esto no significa que el dinero sea malo, sino que el peso de nuestra felicidad no debe recaer en lo que poseemos, sino en quiénes somos.
El amor, el agradecimiento, la compasión, las relaciones con los demás y el sentido de la vida, son los pilares que independientemente de nuestros ingresos, nos permiten construir una vida verdaderamente feliz.
Somos los arquitectos de nuestra propia felicidad. Como señaló Erich Fromm #»No es rico quien tiene mucho, sino quien da mucho. Dar te puede hacer más feliz que recibir, porque cuando uno se siente bien consigo mismo, no hay dinero que pueda pagar eso.»
Oscar Arnal es profesor de Derecho Constitucional de la UCV
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