Feliz Navidad, por Teodoro Petkoff

No me toquen a los buhoneros”, ordenó Chávez a comienzos de su gobierno. Fue el pasaporte para la expansión de un problema urbano que ya para entonces era grave y hoy, gracias a la demagogia, se ha tornado aún más difícil de manejar. El esfuerzo del ex alcalde Antonio Ledezma, quien con coraje pero también mucha paciencia y una hábil negociación, logró rescatar buena parte de los terrenos de La Hoyada, fue anulado en cuestión de horas. El sitio fue reinvadido y, contando con la bendición de Chávez, tanto el centro de Caracas como algunos otros sectores de la ciudad fueron ocupados con instalaciones cada vez más permanentes.
El problema es muy peliagudo porque, en definitiva, los buhoneros no son otra cosa que la expresión viviente de una crisis social. Desempleados que se las ingenian para tratar de exprimirle a la vida una precaria forma de sustento, en un país donde han sido destruidos centenares de miles de puestos de trabajo, siendo la cifra oficial de desempleo al cierre del tercer trimestre de este año de 15%: ¡casi dos millones de personas sin trabajo! Es obvio que la solución del problema pasa por un desarrollo económico sostenible y continuo, que genere puestos de trabajo, pero a quien debe procurarse el pan de cada día de poco le sirven planes cuya concreción inevitablemente es de mediano y largo plazo. Sin embargo, por más comprensión que exista sobre las dificultades económicas de quienes se dedican a la buhonería, ello no les da una patente de corso para confiscar los más importantes espacios públicos de la ciudad, y el deber de la autoridad es impedirlo y garantizar el uso de esos espacios para la inmensa mayoría de los ciudadanos, hoy despojados de esa posibilidad.
Pero la solución no pasa por la utilización de la fuerza y la violencia. Quienes dejaron crecer e incluso alentaron la buhonería se equivocan si creen que mediante la represión brutal pueden encontrar soluciones. El primer intento lo hizo Bernal en el bulevar de Sabana Grande. A las pocas horas de haber tumbado los tarantines ya estaban montados de nuevo. Lo mismo ocurrirá en la zona ayer devastada por la batalla entre Policaracas y los buhoneros.
Este es un asunto que requiere lo que sin duda no puede ser sino un largo proceso de negociación, de soluciones parciales y progresivas, de recuperación también progresiva de los espacios públicos y su protección permanente para que no puedan ser reocupados. Pero, desde luego, la peor época del año para buscar salidas es precisamente la Navidad, porque como para todos los comerciantes, esta es la temporada cuando las cosas mejoran un poco. Meterles la policía, como se hizo ayer, es una torpeza amén de un acto de crueldad, que además se paga políticamente: los buhoneros se sienten utilizados. Piensan, no sin razón, que se les cortejó y mimó mientras sus votos fueron necesarios, y ahora que ya no hacen falta el tratamiento es a plomo. Sin que hubiera faltado el colofón de costumbre, la película repetida, la estúpida y estereotipada acusación contra ¡Bandera Roja!, que ayer, como eco de voces que resonaron otrora, repitió el gordo Barreto.