¡Felizaño!, por Teodoro Petkoff

Autor: Teodoro Petkoff
El 2004 comienza bajo el mismo signo con que culminó el 2003: el referendo revocatorio. Después de esta singular tregua navideña, que el país acogió con alivio, ya dentro de muy pocos días estaremos sumergidos en la política habitual. Comienza hoy o mañana la inefable verificación de las firmas que ambos bandos consignaron para sus respectivas solicitudes de referendos. Pasará nuevamente por el CNE el meridiano de las angustias nacionales. No es un problema técnico, presidido por la aritmética, el que debe enfrentar el organismo comicial. Es un grueso problema político: el conteo y verificación de las firmas para el RR presidencial se realizará bajo el peso del discurso de Chávez, quien aún antes de que finalizara la recolección de ellas, ya había sentenciado que se había producido un “megrafraude”.
Comparar, como ha sido hecho por ahí, esta presión obscena –que no otra cosa es– con las que por su parte también ejerce la oposición sobre el CNE, constituye un verdadero desatino. Las constantes afirmaciones del presidente sobre ese tema, unidas a las de sus portavoces, crean un ambiente político general de peligro que ni la más desorbitada declaración opositora podría lograr. Si el CNE encuentra que existe un número suficiente de firmas para convocar el RR, ¿cómo queda el presidente?, pero, sobre todo, ¿qué hará el presidente? Porque si solamente quedase como un mentiroso, con todo lo grave que ello es, ese no es mal de morirse, pero, ¿acatará él o lo harán los suyos?
De otro lado, si el CNE encontrase que la cantidad de firmas no alcanzó la cota del 20%, el organismo no se librará de la sospecha de que su decisión fue fruto de la presión presidencial. Mal servicio le ha hecho Chávez al CNE. Pero, ¿qué hará la oposición? Como se ve, la impertinencia del discurso presidencial y los peligros implícitos en éste difícilmente podrían ser exagerados.
Convendría, ahora que ya todas las firmas están en manos del CNE, que cesen las amenazas y las truculencias y que se deje trabajar tranquilo al árbitro. Pero también sería del más alto interés nacional que su autoridad fuera reforzada por inequívocas y contundentes declaraciones sobre la disposición a respetar los resultados de la verificación. A su vez, el CNE debe actuar de un modo tan absolutamente diáfano como para que ninguna sospecha pueda prosperar.
Si algo mostró la temporada navideña es que el país está exhausto y quiere paz. Los actores políticos harían bien en tomar nota de ese mensaje y actuar de modo que las inevitables confrontaciones a que este tortuoso proceso obliga no desborden los límites de esa aspiración hondamente sentida. De lo contrario, el sacramental “feliz año” con el cual nos estamos saludando todavía en estos días, comenzará a tener resonancias sarcásticas.