Fernando Pessoa (1888-1935), por Ángel R. Lombardi Boscán
Los vikingos antiguos creían mucho en el destino: un azar asociado a la voluntad de los Dioses; mientras que en la Edad Media europea occidental el providencialismo divino apenas daba margen a la libertad humana. Como en realidad uno poco sabe creyendo que sabe mucho, de manera fortuita, cayó en mis manos un libro de “Poesía Antología Mínima” de un tal Fernando Pessoa, de origen portugués y nacido y fallecido en Lisboa.
Inmediatamente, sin ser un experto crítico literario, me di cuenta que estaba en presencia de otro “grande”. Del mismo nivel del enciclopédico y elegante Jorge Luis Borges (1899-1986) o del inextricable e impetuoso Friedrich Nietzsche (1844-1900). Auténticos genios del pensamiento cuya obra se extralimita por encima de los cánones reduccionistas de una ciencia cautiva y adocenada.
En estos sonetos filosóficos y existencialistas de Pessoa, que me encontré inesperadamente, está presente el sello de una esquizofrenia sin norte que bulle en una búsqueda incesante de sentido, elaborando una caótica belleza. Y es bueno decir esto porque Pessoa no escribió para ser publicado en vida y tampoco formó parte de una fama gratificante.
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Lo primero es la angustia por el paso del tiempo y el inevitable aniquilamiento, drama éste que las religiones tratan de resolver con la esperanza de una vida en el más allá. Aunque las sospechas que la fe y la razón tratan de atajar Pessoa las desnudas y nos enfrenta a una soledad metafísica heroica sin apenas concesiones.
El otro tema esencial es el misterio de la vida y la arquitectura de la condición humana que el poeta trata de interrogar asido de tormentos y dudas. Las respuestas que da son todas heterodoxas e introspectivas; múltiples y precarias, como no pueden ser de otra forma, aunque con una fuerza expresiva inusual.
Pessoa fue un hombre común extraordinario cuyo imaginario mental fue tan portentoso que hizo del desdoblamiento de personalidades (heterónimos) un enigma para la psicología clínica
Más de 70 heterónimos, “otros de él mismo” creó Pessoa siendo los más famosos Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Bernardo Soares y tantos otros. Incluso él mismo Pessoa, como crítico literario, refutó y confrontó las “distintas obras”.
No hay duda que toda creación de un gran pensador es reflejo de su propia biografía. De ahí nutre sus reflexiones, anhelos y angustias. Sin pretender nada, sólo compartir el asombro, aquí ofrezco unas breves consideraciones de “este tal” Fernando Pessoa que particularmente me llegaron muy en el fondo y que la exegesis es tarea de cualquier lector interesado.
“Cansa ser, sentir duele, pensar destruye. Ajena a nosotros, en nosotros y fuera, se deshace la hora, y todo en ella se deshace. Inútilmente el alma llora”.
“Van breves pasando los días que tengo. Después de pasar ya no los alcanzo. De aquí a muy poco la vida se acabó. Voy a ser un cadáver por quién se rezó. Y entre hoy y ese día haré lo que hice: Ser cuál yo soy feliz o infeliz”.
“Si estoy solo quiero no estarlo, si no lo estoy, quiero estar solo. En fin, quiero siempre estar de la manera en que no estoy”.
“Vivir es no conseguir”.
“Casi anónima sonríes y el sol dora tú cabello. ¿Por qué, para ser feliz, es preciso no saberlo?”.
“Tenemos, todos los que vivimos, una vida que es vivida y otra vida que es pensada, y la única vida que tenemos es esa que está dividida entre la verdadera y la errada”.
“El único sentido íntimo de las cosas es no tener sentido intimo ninguno”.
“Si así ocurrió, así está bien”.
“Fui feliz porque no pedí cosa alguna, ni procuré hallar nada, ni creí que hubiese más explicación que la de que la palabra explicación carece de sentido alguno”.
“Una vez amé, creí que me amarían, pero no fui amado. No fui amado por la única gran razón: porque no tenía que serlo”.
“Siento una alegría enorme al pensar que mi muerte no tiene importancia ninguna”.
“Comprendí que las cosas son reales y todas diferentes unas de otras; lo comprendí con los ojos, nunca con el pensamiento. Comprender esto con el pensamiento sería hallarlas todas iguales”.
“Siéntate al sol. Abdica y sé rey de ti mismo”.
“Nada se sabe, todo se imagina. Rodéate de rosas, ama, bebe y calla. Lo demás es nada”.
“No sólo quien nos odia o nos envidia nos limita y oprime; quien nos ama no menos nos limita. Que los Dioses me concedan que, desnudo de afectos, tenga la fría libertad de las cimas sin nada. Quien quiere poco, tiene todo; quien quiere nada es libre; quien no tiene, y no desea, siendo hombre es igual a los Dioses”.
“Para el nauta el mar oscuro es la ruta clara. Tú, en la confusa soledad de la vida, a ti mismo elígete (no sabes de otro) el puerto”.
“Para los que la felicidad es sol, vendrá la noche. Pero al que nada espera todo lo que viene es grato”.
“Sufro, Lidia, del miedo del destino. La leve piedra que un momento yergue las lisas ruedas de mi carro, aterra mi corazón. Todo cuanto me amenace de cambio aunque sea para mejor, lo odio y le huyo. Déjenme los dioses mi vida siempre sin renovar mis días, pero que uno pase y otro pase, quedando yo siempre casi el mismo, yendo hacia la vejez como un día va hacia el anochecer”.
“De la verdad no quiero más que la vida; que los dioses dan vida y no verdad, ni tal vez sepan cuál es la verdad”.
Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ