Fiasco forense, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
Se sentía muy feliz por haber estudiado Ciencias Forenses. Su pasión era imaginarse cómo habían actuado los delincuentes según la escena del crimen que habían dejado atrás; estaba consciente de que ellos actuaban como cualquier ser humano. Le venía de lejos su fervor, siempre apuraba en los periódicos la llamada página roja; y no era por un gusto malsano, sino para indagar el comportamiento de los antisociales.
El estereotipo que de ellos retrataba la televisión, en las series y películas, estaba muy alejado de la realidad. Le vino a la mente una entrevista en un periódico local; le preguntaron al ladrón de autos qué aconsejaba a las posibles víctimas futuras. Que cuando fueran seleccionados, se quedaran quietecitos, tranquilitos; que ellos, en su trabajo, se estresaban y podía ocurrir una desgracia por el nerviosismo que cargaban.
Recordó a su padre. Ella de doce años, su progenitor, militar activo, estaba en el balcón del pent-house, en Maracaibo, libando un whiskycito pasada la medianoche. Él sintió unos ruidos en el estacionamiento; se asomó por el balcón del lavandero y ve dos tipos que se movían entre carro y carro, claramente buscando cosas que robar o un vehículo fácil de llevarse.
Su padre buscó su pistola de reglamento; y esperó a que los merodeadores se pusieran en la mira; lo hicieron; cuidadosamente hizo tres disparos; empezaron a encenderse las luces en los apartamentos, él bajó a planta baja, y ya había dos residentes asombrados por el ruido, minutos después llegaron todos los ocupantes del edificio. Él les explico lo que estaba sucediendo; decidieron todos salir al estacionamiento, una vez que comprobaron que los ladrones habían huido.
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Se extrañaron de que no sintieron el aroma de una noche bochornosa marabina, en su lugar los golpeó un fuerte olor a excremento humano; van al centro del estacionamiento y ven un camino de mierda que había dejado uno de los delincuentes; el otro no se había asustado lo suficiente. Claro, justificaba ella, son humanos normales y ante los disparos tan cerca, el miedo se apoderó de uno de ellos, o como le explicaron en las clases de Respuesta Biológicas I: ante la vida en peligro, el cerebro asume el control y lo primero que ordena es aflojar los esfínteres y paralizar las actividades que requieran mucho esfuerzo cerebral.
Por ello, quería proponer que se les enseñara a las mujeres a emitir gritos desgarradores y atemorizantes ante algunas situaciones de peligro basado en que los delincuentes, de suyo humanos, responderían instintivamente huyendo.
El cerebro, ante lo pavoroso del grito, les ordenaría que abandonaran la acción que habían emprendido. Ella se la pasaba practicando gritos y alaridos, y es que su voz era de tal tesitura que le permitía cubrir tres octavos, y sostener la modulación del grito por varios segundos.
Y le llegó el día de poner a prueba su idea. Los padres le habían pedido que les cuidara la casa mientras ellos visitaban a los nietos en Barquisimeto. La vivienda era la típica ubicada en una calle ciega, un patio con su pared perimetral; un pasaje que llegaba hasta el frente de la casa, por el lado de oeste, usado normalmente para los servicios (aseo urbano, gas, medidor eléctrico y generalmente era fácil de acceder el patio por ahí).
Luego de dos días en la vivienda de su infancia todavía no había salido, dormía y leía; eran unas cortas vacaciones. La casa lucía vacía.
Un sábado amodorrado por el calor siente que abren la puerta de servicios, alguien dio unos tres pasos y se detuvo como queriendo cerciorarse de si no había nadie en la vivienda; y todo era un silencio urbano. El corazón de ella empezó a acelerarse; pero sus labios sonreían, ¿era la oportunidad de probar su teoría? Reanudaron los pasos con mucha cautela, se detuvieron de nuevo; claramente ya estaban más cerca de la puerta que comunicaba con el patio. Vio una mano en la aldaba, se preparó; sabía que el invasor, una vez dentro, se dirigiría a ella; tenía que empezar a gritar antes de que él la viera.
Y así lo hizo, fue un grito tan profundo y variado como si alguien estuviera llorando. El intruso sintió como su corazón se paralizaba, dio media vuelta y corrió hacia por donde había entrado, al traspasar la puerta que daba a la calle, perdió el equilibrio, y se fue de bruces; la frente la pegó en la base circular antiperro de un poste; la fractura le produjo la muerte instantáneamente.
Ella fue detenida, llevada a juicio y juzgada y condenada por homicidio preterintencional sin causa. El supuesto ladrón, en palabras del acusador privado pagado por la familia, era un visitante que se equivocó de casa; sus siete arrestos anteriores no influyeron en nada en el juicio ya que el acusador consiguió que no mencionaran el historial delictivo para no perjudicar la imagen del occiso.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.
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