¡Firrrme! que llegó el comandante responsable, por Tulio Ramírez
Twitter: @tulioramirezc
Atendiendo a las enseñanzas de mi difunta abuela quien vivió las Dictaduras de Gómez y Pérez Jiménez, evito escribir sobre asuntos de uniformados porque, y siempre lo repetía, «es peligroso». De tal manera que, no estando en Suiza, debo cuidar lo que queda de este servidor. La abuela, haciendo gala de su infinita sabiduría, nos recordaba con su característico humor negro que, por estos lados, «las estrellas, barras, charreteras y chapas tienen un gran valor sentimental. Cada vez que las vemos nos entristecemos por la impotencia y la indefensión».
Solo por precaución, y en la medida de lo posible, evito cualquier tipo de contacto con la autoridad uniformada. Mi terapeuta ha insistido que el origen de esta aprehensión está en un trauma adquirido en mi infancia. Según ella, lo sufro desde la primera cueriza que recibí de mi viejo. He tratado en vano de convencerla de que por allí no van los tiros. Le aclaro que después de la primera, vinieron muchas más, y al día de hoy, hasta las agradezco. Que me perdonen mis amigos psicólogos.
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Aclarado que no es un problema con la figura de autoridad, también debo dejar sentado que tampoco se trata de un problema político o doctrinario. Muy lejos de echarle la culpa a algún anarquismo in pectore que se cuela solapadamente desde el inconsciente para rechazar todo olor a uniforme o autoridad. Mucho menos tiene que ver con posturas principistas y estigmatizadoras que le atribuyen al otro, por el solo hecho de existir, defectos o fortalezas, más inventadas que reales.
Mi posición con respecto al tema, tiene que ver más con determinaciones sociológicas e históricas que por preconceptos o desagradables experiencias personales. Por ejemplo, en esta parte del mundo donde se han vivido largos períodos dictatoriales, o sus democracias no han sido suficientemente sólidas, las instituciones han actuado más por el capricho de quien las guía y no por la normativa. En estos contextos, es natural que el uniforme pase a ser un símbolo de «autoridad y orden», inclusive por encima de la ley.
Las nuestras son sociedades donde al uniformado no se le respeta sino que se le teme. Aunque habrá honrosas excepciones, generalmente se le asocia a la arbitrariedad, a la impunidad y al abuso de poder. No por casualidad es común escuchar en nuestros países que: «hay que asegurarse de tener como amigo a un médico, un abogado, un mecánico y un uniformado, sea este policía o militar».
Por esa razón, nunca me gustaron los intentos de militarizar a la sociedad venezolana. Eso de denominar a todo de acuerdo con la jerga cuartelária como «campo de Batalla», «Combate ideológico», «Guerra económica», «Combate de ideas», “Combatiente», «Patriota», «Rodilla en Tierra», no es más que una forma de dar connotación militar a lo que no lo tiene. Todas estas iniciativas pretenden, bajo el demagógico lema de la Unión Cívico-Militar, invertir el orden de los factores. Es decir, sustituir las normas y usos propios del comportamiento civil por la cultura de los cuarteles.
Por la misma razón, también me he opuesto a los intentos de militarizar la educación. No estuve de acuerdo con la obligatoriedad de la Instrucción Premilitar, las Brigadas Escolares, los llamados Patrulleros de Pasillo, la infeliz Guerrilla Comunicacional, la Brigadas de Defensa Integral, así como tampoco aplaudo a las fulanas Brigadas Comunitarias Militares (Bricomiles).
Me preocupa sobremanera que se anuncie que «en cada escuela y liceo debe haber un responsable militar encargado para resolver, arreglar y poner las cosas como deben ser». Ese “poner las cosas como deben ser”, ¿a qué se referirá?. Por ejemplo, si se diera el caso de que los docentes decidan acatar una huelga magisterial ordenada por el sindicato respectivo, me pregunto ¿cómo ese «Responsable Militar» se encargará de «poner las cosas como deben ser»?, ¿pasará por encima del Director?. No me lo quiero ni imaginar.
Por supuesto, me aterra pensar, haciendo un ejercicio de reducción a lo absurdo, que los alumnos tengan la obligación de pararse firme ante la llegada del «comandante responsable» o que en la entrada, los muchachos tengan que entonar el “Patria, Patria querida” haciendo coro a la interpretación desafinada del galáctico. Espero que no se llegue tan lejos, pero uno nunca sabe.
Si bien, en todas las Dictaduras de derecha o izquierda, la escuela se ha usado como formadora de los respectivos «hombres nuevos» (sean comunistas o fascistas), nunca se les confió a los uniformados la tarea de «poner orden» dentro de las instalaciones escolares. Bueno, mejor no sigo y hago caso a mi abuelita. «Siempre es peligroso hablar de esos señores». Amanecerá y veremos.
Tulio Ramírez es Abogado, Sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL
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