Fotofinish en Colombia, por Javier Conde
Twitter: @jconde64
Los colombianos en el exterior ya comenzaron a votar desde el lunes nada menos que en 67 países, adonde los ha arrojado la pobreza y la violencia, en su mayor parte, que por más de medio siglo martirizó a este país sufrido y exuberante.
La inmensa mayoría de los votantes lo hará el domingo 19 a lo largo y ancho de esta Colombia andina y caribeña, con vista al Pacífico y al Atlántico y rabiosamente dividida entre un populista simplón, tan destemplado como risueño, y un izquierdista estructurado, dueño del verbo, también de las sombras.
Las últimas mediciones publicadas ofrecen una mínima ventaja ponderada de 2% al Rodolfo Hernández, exalcalde de Bucaramanga, que fue segundo en la primera vuelta del 29 de mayo con el 28% de los votos pero que aquella misma noche recibió el apoyo del derrotado candidato del uribismo, Federico Gutiérrez, que obtuvo 24% de respaldo. Si de matemáticas se tratara, el asunto estuviera zanjado.
El ‘viejo’, como llaman a este ingeniero constructor de 77 años, que se guía por intuiciones, rehúye los debates cara a cara y tiene un discurso incendiario contra el estamento político y la corrupción, aparece como la solución de última hora para poner fin al tercer intento de Gustavo Petro por llegar a la Casa de Nariño.
Una apuesta por la antipolítica frente al temor a un hombre del que se recuerda su pasado guerrillero, a pesar de que abandonó las armas hace más de 30 años, y sus ‘malas compañías’ del presente. Gustavo Petro se ha granjeado, sin embargo, fama de senador incisivo y ha liderado el debate político de su país al frente del Pacto Histórico, del que recelan también que es más de lo primero, que de lo segundo.
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Hernández confía en su buena estrella que lo condujo a ganar en Bucaramanga en 2015 cuando nadie lo intuía y a colarse en esta definición electoral cuando en abril apenas asomaba la nariz con un 10% de simpatías.
En esta recta final, desbocado en su crecimiento sorprendente, se permitió rechazar a Sergio Fajardo, líder de la derrotada coalición del Centro Esperanza, con un programa liberal y madurado y un cierto capital político que el domingo puede lamentar de haber perdido.
El ‘viejo’ cultiva esa atracción insana por la antipolítica que tanto gusta en estos tiempos y ofrece parches de efecto inmediato, como eliminar vehículos de senadores y representantes, convertir la casa presidencial en un museo, fusionar ministerios y dejar sin efecto consejerías del Estado para temas como niñez, juventud, información y del Alto Comisionado para la Paz.
Gastos suntuarios, algunos, que mortifican a una parte del electorado pero de ínfimo impacto en el equilibrio de las lastimadas finanzas públicas del país.
Petro tiene propuestas de fondo, aunque polémicas, sobre la desprivatización del sistema de salud, el cambio del modelo económico extractivo y la preeminencia del tema ambiental, preocupación que abrazó durante un breve período de diplomático en Bélgica a mediados de los años noventa.
Aunque ganador de la primera vuelta electoral con 40% de los votos, Petro pareció desconcertado por el inesperado avance electoral de su rival del domingo y por vez primera en más de un año dejó de puntear las encuestas. Frente a un electorado que se inclinó por el cambio, él se reivindica, por paradójico que resulte, como el cambio seguro.
Momento complejo en Colombia. El país que se libró de las FARC, que mandó a las viejas fuerzas liberales y conservadoras a las gradas, decide entre dos hombres enigmáticos que encarnan el riesgo de un giro imprevisible. La idea del salto al vacío y del rompimiento institucional planea también sobre las urnas.
Javier Conde es periodista hispano-venezolano.
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