Fragmento de las “Memorias subversivas“, por Héctor Pérez Marcano
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Extracto de «Memorias subversivas» (por editar)
En las guerrillas hubo momentos muy duros que solo una alta moral permitía superar. Por tanto había que estar pendiente del estado de ánimo de los combatientes. El Ché escribió en su diario, pocos días antes de que lo capturaran, que la moral estaba baja. Esos momentos duros y difíciles afectaron a los combatientes cubanos que estaban en Falcón con Luben y Douglas; pasaron momentos muy duros.
Ello obligó al aparato cubano a montar una operación de rescate y recuperar a los combatientes cubanos. Sin embargo, en medio de la dureza de la vida guerrillera, se dieron algunos momentos simpáticos que rompían ese clima pesado de la incertidumbre y el hambre.
Voy a relatar uno. Yo le pedí a Fidel que incluyera un médico cubano en la operación “Machurucuto” y me complació. No conté con el hecho de que en Cuba no hay las enfermedades tropicales que azotan a nuestros campesinos –mal de Chagas, leishmaniasis, bilharzia, serpientes venenosas y hasta alacranes capaces de matar–. Las montañas cubanas son un edén.
Por tanto, el médico cubano no sabía nada de enfermedades tropicales y vino a enterarse porque yo había contraído leishmaniasis, y le pedí al partido que nos enviara al frente guerillero la obra del doctor Félix Pifano eminente investigador de estas enfermedades.
El médico se dedicó a estudiar las diversas enfermedades. Iba de asombro en asombro al enterarse de lo peligrosas que eran. Llamaba a sus compañeros cubanos para leerles: ”Oye, el mal de Chagas es del carajo”. “Oye, hay una culebra ‘tigra mariposa’ que salta y te pica en el cuello”.
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A Moleiro le decía: “¡Esto es del carajo, coño! Hay que tomar precauciones”. La anécdota divertida es la siguiente: ocurrió que llevábamos más de una semana sin comida a punta de agua de las quebradas para no deshidratarnos. El comandante «Ramírez», –Fernando Soto Rojas– nos había dicho que nos dirigíamos hacia un caserío en cuya bodega compraríamos víveres. Cada uno de nosotros cargaba en los bolsillos dinero efectivo venezolano. Pero el comandante no daba con el caserío y seguíamos a punta de agua. Bajábamos por una quebrada y un día en la tarde empezaron a aparecer unos cangrejos y los compañeros empezaron a llenar sus morrales de cangrejos para hacer una sopa en la noche. El médico se acercó al comandante «Ramírez» y le dijo que prohibiera que los compañeros comieran esos cangrejos, pues según lo que él había leído en el libro del doctor Pifano, esos cangrejos podían transmitir la bilharzia.
El comandante, viendo el entusiasmo de los compañeros, no les dijo nada temiendo ser desobedecido; además, él sabía que había un descontento entre los combatientes que murmuraban y decían que el comandante estaba perdido y por eso no encontraba el caserío.
Así, en la noche los compañeros hicieron su sopa; los que no comimos la sopa fuimos el comandante, el médico y yo.
Al día siguiente en la tarde seguíamos sin encontrar el caserío y aparecieron de nuevo los cangrejos de río; de repente veo yo al médico metiendo cangrejos en su morral y le recuerdo su advertencia al comandante. Se volteó hecho un energúmeno y me dijo: «Mira, qué Pifano ni qué bilharzia, por mis cojones, esta noche me meto mi sopa de cangrejo y mando al carajo al doctor Pifano y su libro». No pude más que reírme y esa noche los únicos que no comimos sopa de cangrejo fuimos el comandante Ramírez y yo.
El médico cubano fue partícipe de varias anécdotas divertidas. Ocurrió que como estábamos muy aislados no teníamos tabaco. Algunos teníamos picadura de pipa pero nadie tenía papel. Un día veo yo al médico junto con otros compañeros fumando; le pregunto al médico de dónde sacó papel para liar un cigarrillo y me dice: “No te molestes, arrancamos las hojas del mal de Chagas de Pifano que me lo sé al pelo ya”. Me sumé y le pedí un pedazo de papel. Al día siguiente me dijo: «Nos estamos fumando los botrópicos que también me los sé al pelo” y así nos fuimos fumando todo el libro del doctor Pifano, liando cigarrillos como hacen los españoles.
Eso me hizo recordar una anécdota madrileña. Yo recibía clases particulares de historia del Derecho español; el profesor fumaba mucho tabaco negro y liaba sus propios cigarrillos. Un día yo le ofrecí uno de mis cigarrillos con filtro –LM– me lo rechazó indignado y me dijo: «Esos son cigarrillos para señoritas. Mira, “¡desde que los americanos inventaron el filtro y los franceses el bidet, ni el tabaco sabe a tabaco ni el coño sabe a coño!»
Héctor Pérez Marcano fue dirigente político y diputado del Congreso de la República.
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