Frente al espejo, por Alejandro Oropeza G.
Autor: Alejandro Oropeza G. | @oropezag
Ya no seremos niños, sacudidos por las olas
y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina,
por la astucia de los hombres,
por las artimañas engañosas del error.
Efesios 4:14
Al salir de la sesión en el imponente Hemiciclo pensó que había estado aburrida; no hubo ninguna circunstancia que animara el encuentro. Los debates fueron más rutinas perdidas elevándose por columnas y retozando lentamente entre vericuetos testigos de historias aleccionadoras, que enconados ataques o arabescos de victorias próximas, de conquistas. No ha habido ni una sola discusión respecto del objetivo para el cual fuimos electos, se le vino a la mente; no hemos discutido ni un solo artículo de una probable nueva Carta Magna, reflexionó. Inconscientemente sacudió la cabeza como despojándose de malos pensamientos, lo cual resultó en un acto de intrépida coquetería para quienes estaban cerca. Total, ella podría ser actriz de Hollywood. Rio para sí misma. Luego, se dirigió al baño de damas, allí no tenía nada que hacer, solo quería un momento de serenidad. Se vio en el espejo pero, eludió su propia mirada ¿Qué pasa? Todo avanza bien, se dijo, cumplimos con el deber sacrosanto de defender la revolución heredada del “gigante”, seguimos su gesta, su sino universal y eterno. Todo está bien ¿verdad? Preguntó callada a su propia reflexión. No miró de nuevo al espejo, no pudo.
El chofer aguardaba paciente en el vehículo oficial; hubo revuelo de escoltas, guardias, protectores y jalabolas. Rauda y ausente se coló rápidamente dentro del vehículo quizás, un tanto ajena. No quiso despedirse de nadie ¿Qué hacer con la derecha fascista? ¿Cómo desenmascarar la conspiración? Luego un sopor profundo hizo naufragar los pensamientos ¿Cuál derecha? ¿Qué fascistas? ¿Dónde la conspiración? Un silencio corrió las cortinas del pensamiento al saludar a nadie realmente. Un tratamiento parco y seco al chofer de confianza y a la conquista del camino ¿Cuál será la casa de hoy? Cuando se tienen muchas casas ciertamente no se posee hogar. Nuevamente, sacudió la melena más esta vez no hubo dejo de coquetería. Hollywood está muy lejano e imposible.
El avance fue rápido y sin demoras, como corresponde a un carro que porta a un alto funcionario. Sin embargo, en una esquina una pequeña demora le mostró una realidad, de tantas: no podía ubicar donde estaba, era una calle estrecha de esas de la Caracas olvidada de todos, un cruce más propiamente. En una de las esquinas, apiladas estaban un sin fin de bolsas de basura y, seres sin rostro escarbaban en la realidad del abandono y el hambre; no eran solo perros los que acometían nerviosos los rastros, los que rompían y empujaban buscando el acaso hondo, el hueso sobrante, el olor comprometido.
Vio cómo una de aquellas sombras la miró profundamente, atrevido, osado, receloso de su botín; sus ojos estaban perdidos, intoxicados de necesidad, lagrimeantes, como si el orín del universo se hubiese depositado en esas cuencas; esos ojos la amenazaron con una boca que era obligada a masticar rápido para contener la náusea, mientras las arcadas doblaban la humanidad del perro que competía al lado de aquella silueta vestida de nadas. Migajas de semillas de cualquier cosa resbalaban por un pecho hueco que descontenía el ansia y aletargaba el hambre. Eran varios espectros demoliéndose en las puertas de un infierno edificado en una esquina de la capital de la revolución que se comprometía con el rescate de la vergüenza de la humanidad vuelta ceniza, en mil discursos altisonantes, en un millón de alharacas y retos a los imperios del mal. Voceados imponentes a todos, menos al descalabro renuente de acertijos muertos en el centro de la necesidad del otro.
Fue un segundo, quizás un instante de segundo. Miró hacia la otra vera y vio una partida de espectros andando callados, trashumantes, evaporados sobre el asfalto resquebrajado; gritando la pena que no estorba al hambre. No tuvo más. Bajó la vista en un celaje y miró la uña redonda, perfectamente pintada de un dedo gordo que asomaba de una cálida sandalia. Lo movió, como comprobando que estaba viva y se quedó mirando la uña roja ¿Es mentira? ¿Qué poderes navegan en los imperios mustios que me traen esta escena para descontestarme el logro? ¿Quién o quiénes se prestan a la farsa? La farsa… Por tercera vez, así como la negación de Pedro, sacudió la cuidada cabellera la combatiente y trató de no pensar en la mentira que rondaba celosa, nerviosa y callada, pero segura, por la esquina siguiente. Negó la posibilidad de pensar como algo semejante a una madre rota, ajena, lejana.
La casa sin hogar la recibió callada, pulcra e impersonalmente ordenada. En silencio acometía y, a la vez, trataba de eludir al recuerdo de aquellos ojos brillantes de miseria, de aquella boca deformada que contenía el asco del perro vecino. No podía dejar de mirar la baba que escurría despacio y espesa por el cuello y llegaba a la piel curtida de una mano que tejía los espasmos del día siguiente ¡Qué mierda es esta! ¿A qué podría oler aquella esquina? Se imaginó ¿De dónde salieron esos seres, de dónde son? Se sepultó, quiso sepultarse, en la dantesca visión de un infierno sin esferas ni círculos que estaba ahí, al lado de la historia.
*Lea talbién: Nuestro período especial, por Alberto Lovera
Cabezas demasiado redondas evaporándose, estómagos vueltos contra sí en el centro de un vómito espectral que reflejaba fracasos cantantes ¡La Verdad! Fue al baño revestido de piedras ajenas y se miró en el espejo, en los espejos; de todos lados acudía la visión de unos ojos negros que negaban los caminos ¡No! Tanta mentira no puede afectar mis transcursos y los éxitos que nos quieren negar. Pero… ¡Yo los vi! Yo contemplé cómo esa sombra me retó callada para que no alargara la mano y tomara su mendrugo de miseria. Yo escuché el desplome de los andamios donde los lirismos rotos colocaban las guirnaldas de las épicas creadas.
Yo vi ese pálpito de ganas carcomidas, roídas, en el centro de una danza de macacos extraviados que morían riendo a carcajadas, oyendo un canto de primavera lejana que hacía, a ratos, olvidar al último niño muerto de hambre. Se sentó, sus perfectas manos pintadas de rojos entretejieron la cuidada cabellera, mil reflejos traían la mirada ciega que no quería verse. La mentira… ¿La mentira? ¿Quién los puso en mi camino? ¿Los caminos de la derecha fascista son inconmensurables? ¿Dónde escuché algo semejante?
Un látigo de arcadas la dobló cuando recordó e imaginó el bocado miserable entre sus propios dientes. Cuánta necesidad debe haber para escarbar en el olvido desechado, para alimentarse de los despojos de platos acabados. Cuánta pena junta, olvido y rabia. Rabia… hacia…
Un toqueteo la despertó del vómito que venía en camino ¿Estás ahí? Un respiro profundo, una manada de aguas sobre el perfecto maquillaje lavó la memoria y se coló por el desaguadero de un momento que quedó muy lejano.
Se contempló en los espejos, con la mirada vacía de un ciego que olvidó el recuerdo del postrero atisbo. No miró… No podía ver… ¿Verse?
Sí, ya voy.
Recostó la mano húmeda aún en la piedra y se quedó hecha nadas… frente al espejo…
WDC.