Fuego en el 23
Hay mucha distancia entre el 23 de enero de 1958 y el de ayer, no solo por los cincuenta y cinco años que median entre ambas fechas. En aquella oportunidad, la inmensa mayoría de los venezolanos veían el futuro con optimismo, hoy casi la mitad del país ni siquiera ve que exista futuro.
En 1958 la celebración fue en toda la ciudad y en todo el país. Ayer el gobierno se quiso apropiar de una fecha que hace no muchos años desdeñaron. Creen que la memoria de los venezolanos es corta, pero no podemos olvidar que el propio Hugo Chávez viajó hasta Madrid para invitar a Marcos Pérez Jiménez a su primera toma de posesión, cuando sí juró en 1999, y luego afirmó en 2001 que el 23 de enero “no hay nada que celebrar”.
Se entiende que no quisieran celebrar un gobierno caído cuando su propia andadura política comenzó con la incapacidad para derrocar a otro, en 1992. Pero después cambiaron de opinión porque el barniz democrático les hace cada vez más falta. Entonces ahora sí hay que conmemorar.
El lugar que escogieron para la celebración de ayer es emblemático, no solo porque se llama 23 de Enero, sino por lo que hoy ocurre en esa parroquia y que identifica muy bien al movimiento que controla el poder en el país.
En esa zona de la capital, ubicada apenas a pocas cuadras del Palacio de Miraflores, se impone la ley del más fuerte. Allí unos autodenominados “colectivos”, todos ellos partidarios del ausente Chávez, hacen lo que les da la real gana, sin Estado que se los impida, sin ley que respetar más que la propia redactada informalmente por ellos a punta de pistola. Todos quienes allí residen y también el resto del país y el mundo los ha visto actuar armados hasta los dientes sin que ninguna autoridad tome cartas en el asunto.
Tan solo una vez, cuando uno de sus líderes cometió un acto que no agradó a su jefe, este pidió la intervención de la Fiscalía. Pero fue una declaración para hacer creer que no compartía las amenazas de muerte que vertió, pues nunca ha sido detenido y hasta ha participado en actos públicos al lado de diputados del PSUV, aun a pesar de cargar con tres órdenes de captura por intento de homicidio.
Esta misma semana, el lunes, ocurrió un evento que retrata muy bien el “vivir viviendo” de la “democracia socialista” en la urbanización creada por Carlos Raúl Villanueva, en plena dictadura. Uno de esos colectivos “tomó” el Bloque 30, entró en tres apartamentos y asesinó a tres jóvenes a sangre fría, incluso lanzando a uno por la ventana para que cayera 11 pisos. Este grupo, no contento con matar a estas tres personas, dejó por escrito amenazas de muerte a otros quince ciudadanos en volantes que quedaron regados en el piso. La fiscal Luisa Ortega Díaz no se ha enterado.
Se dice que hay más de 18 colectivos armados en el 23 de Enero. A ellos se atribuyen más de 15 asesinatos en los últimos dos años, sin contar los del lunes pasado ni otros casos recientes. La policía nunca ha investigado tales señalamientos, el Ministerio Público tampoco. También han caído allí hasta escoltas de dos ministros, los de Rafael Ramírez y Jorge Giordani.
Cuando terminó la visita del chavismo de ayer al 23, llena de consignas repetidas y de loas a quien no está, regresó “la normalidad” a la parroquia.; la que determina que cada día se puede vivir, de nuevo, una guerra entre bandas como las que ya se han hecho costumbre, de las que dejan cadáveres, sangre en los escalones y vehículos agujereados, seguidos de un gran silencio oficial. La Carta Magna que garantiza el derecho a la vida, a un juicio justo y demás mentiras (visto lo visto) no está vigente en esa parte de la ciudad, vecina del Poder Central y de la Asamblea Nacional.
Ayer en su triste intervención, Nicolás Maduro repitió una frase famosa: “hay fuego en el 23”. El lunes también lo hubo, y en ráfagas.
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