Fuego fraterno, por Marcial Fonseca

Eran hermanos, y por ello, acordaron que una separación física podría ser la solución a sus continuas desavenencias. Y lo hicieron. Uno decidió irse a Córcega. Llegó allí, su dominio del griego lo ayudó a instalarse, pero inmediatamente se percató de que tenía que hablar latín vulgar para el éxito en su negocio, que era la venta de bolsos de piel de oveja para damas.
El otro partió para Lyon donde se hizo catador de vino; después compró un viñedo, se entretuvo con la elaboración vinícola y finalmente adquirió una taberna. En un periodo de cinco años abrió siete expendios similares.
Está demás decir que cada quien en su lugar prosperó grandemente. Lo siglos pasaron y los hermanos mostraban la vitalidad que da el no tener enemigos; pero algo que no despareció fue la animadversión que nacía cuando se veían; y para no cometer el pecado capital de Genesis 4.8, agobiaron la tierra en busca de peleas locales para hacerlas suyas y olvidar la propia.
Así, uno participó en la batalla de Grumela en Mosul y se codeó con Alejandro Magno hasta ascender a lugarteniente; el otro se desplazó hacia el Oriente Medio para apoyar a los fenicios; y de paso aprendió el arte de navegar los mares.
Cuando cada uno por su lado había participado en muchos batallas, y entre ellos había kilómetros de separación y siglos de ausencia, se reencontraron y, por sus antecedentes, juraron que harían lo único que sabían hacer: odiar; pero a los locales, para no dar entrada al rencor mutuo que sentían entre ellos.
Sin embargo, los lugareños sabían que los hermanos eran muy peligrosos; y se prepararon para el enfrentamiento.
Los inicios fueron rápidas victorias de los dos; pero finalmente los locales se impusieron y condenaron a los hermanos a morir en la hoguera, ya que el sufrimiento causado por ellos clamaba por el dolor generado por el fuego. Antes de la ejecución se decretó una feria de tres días, y el pueblo fue invitado al ajusticiamiento; este se llevaría a cabo al final de las fiestas.
Empezaron los preparativos del cadalso; en este dispusieron de un lugar para la hoguera; en el centro de esta clavaron un poste y en el tope, una estructura perpendicular de un codo de longitud de la cual podían pender fácilmente dos cuerpos humanos.
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Llegó el día; a pesar de que la ejecución sería a las tres de la tarde, desde la salida del sol el pueblo empezó a congregarse. Cerca de la hora se hizo silencio, trajeron a los dos prisioneros; la quietud continuó mientras los sujetaban; todos los soldados abandonaron el área del poste; un centurión bajó la cabeza, como si orara, luego se aproximó con una tea y encendió la base. El fuego se avivó rápidamente por la brisa, cubrió a ambos condenados, estos no mostraron ninguna reacción; todos los presentes fueron sorprendidos cuando notaron que la pira se separaba en dos brillantes candeladas de color naranja: los moribundos querían ser dos entes separados y diferentes. Hasta muriendo mostraban sus odios.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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