Fuera de control, por Teodoro Petkoff
Autor: Teodoro Petkoff
Ayer se cumplió un año de la implantación del control de cambios. Todo lo que ha ocurrido era previsible, incluyendo los largos meses que le tomó a la gente de Cadivi comenzar a dominar su oficina. Su instauración, durante la emergencia económica creada por el paro, fue perfectamente comprensible.
La crisis política determinaba una presión tan dura sobre las reservas internacionales y la fuga de divisas era tan pronunciada, que la perspectiva de una caída abrupta del nivel de reservas no podía ser contrarrestada sólo mediante los mecanismos de mercado. De manera que el establecimiento del control era algo así como un out forzado en segunda.
Pero, puesto que la crisis política no cesa, el control ha terminado por convertirse en un tigre del cual el gobierno no sabe cómo bajarse. Mejor dicho, no puede. Si el control se eliminara de un tajo, sobre todo en medio del escándalo del “millardito”, se produciría una verdadera estampida de divisas, con medio país corriendo a sacar dólares. Chávez hace de la necesidad virtud y dragonea con la eternización del control.
Por supuesto que, en parte, quiere mantenerlo porque conoce su tremendo valor como instrumento político, pero la razón principal es que está consciente de que levantarlo es quedarse sin reservas, “excedentarias” o no. Peor aún, la posibilidad de una campaña electoral mantiene en suspenso la medida, anunciada desde la aprobación del presupuesto para el 2004, de devaluar nuevamente la tasa oficial, para llevarla a un promedio de 1.920 bolívares por dólar para el año. Devaluación inevitable y lógica, porque todo control, sobre todo en medio de una inflación elevada como la nuestra, sobrevalúa la moneda nacional y ello es pura gasolina para la candela del mercado negro, de modo que “mover” la tasa de cambio es aconsejable y, de hecho, Nóbrega lo anuncia cada semana.
Pero devaluar tiene un costo político y electoral terrible porque “oficializa” los aumentos de precios. Es el gobierno quien carga, ante los ojos del público, con la responsabilidad de ese incremento, y seguramente Chávez no está dispuesto a pagar tal costo antes de los procesos referendarios y electorales en vista. En cambio, los aumentos y la inflación producidos por el mercado negro, pueden ser cargados a la “especulación” y la responsabilidad se diluye entre los fantasmagóricos operadores de aquél. El público grueso ni siquiera está al cabo de saber que entre esos operadores se cuentan muchos que hacen sus negocios con y desde el gobierno. Como Recadi, pues.
Porque el control de cambios, inexorablemente, segrega mercado negro tal como el hígado segrega bilis. El uno va con el otro. Ni siquiera los férreos regímenes comunistas –donde las penas para el comercio ilegal de divisas eran durísimas– pudieron impedir la existencia de ese negocio subterráneo. Y la tasa negra se va volviendo, por la fuerza de los hechos, la tasa marcadora para la economía. Los precios (cuyo control sólo sería efectivo si fuera el Estado el único productor de bienes y servicios), más allá de los decretos de “regulación”, bailan al son que les toca el mercado negro de divisas. Con el control de cambios, el gobierno –y también el país– está atrapado en un dilema para el cual no tiene solución inmediata.