Fútbol, oligarcas rusos y sanciones, por Gustavo Franco
Twitter: @GusFrancoH
La apertura de muchos países a los grandes capitales ha provocado que la oligarquía rusa haya tenido muchos destinos para elegir en su búsqueda de legitimar unos capitales que se han obtenido por estar cerca —y a veces gracias al visto bueno— de Vladimir Putin.
El ejemplo más ilustre en el fútbol es el de Roman Abramovich. El que es actualmente el propietario —sancionado— del Chelsea fue político en 1999 como representante en la Duma por la región de Chukotka. Luego fue gobernador de esta región en el extremo oriental ruso. Un cargo que luego fue reformado para que sólo pudiera ser de discreción del presidente, por lo que en 2005 fue renovado en su cargo por Vladimir Putin. Para entonces, se había convertido en un magnate sumamente influyente por haber estado en la órbita de Boris Yeltsin, antecesor de Putin, y luego logró seguir de buenas con el propio Putin. No hace falta ser muy entendido para ver cómo su cercanía a los círculos políticos lo llevó a acumular grandes fortunas, y también a ser él mismo una persona de poder en Rusia.
Abramovich quiso proteger su fortuna, o poder disfrutarla en democracias liberales de occidente. En el Reino Unido estaban más que dispuestos a recibir esta fortuna, ya que desde 1994 tenían un programa de residencias conocido como Ruta del Inmigrante Inversor (una visa dorada, prácticamente). Con una inversión de un millón de libras esterlinas se podía obtener la residencia.
Abramovich entró de lleno a la sociedad británica y compró al Chelsea FC. El magnate uzbeko-ruso Alisher Usmanov (primero en el Arsenal y ahora en el Everton) también entró en la Premier League —y ahora tiene sus activos congelados al igual que Abramovich—.
La Premier League permitió que entrase capital del fondo de inversión soberano de los Emiratos Árabes Unidos y, más recientemente, el Arabia Saudí. Ambos son capital que bien pueden proceder de la autocracia y de regímenes que abusan de los derechos humanos. Y la liga inglesa dijo bien claro y bien fuerte que no hay problemas con ello. Como Jürgen Klopp dijo hace poco: «Cuando Abramovich llegó, ¿A quién le importó? ¿A quién le importó cuándo el Newcastle fue comprado [por el fondo soberano de Arabia Saudí]? Todo el mundo sabía de dónde venía ese dinero».
Las sanciones a oligarcas rusos, que tienen consecuencias en el fútbol, hacen preguntas muy duras al fútbol y al conjunto de la sociedad. Todos tenían muy claro de dónde venía ese dinero. Ahora queda preguntarse cuál era el fin de ofrecer esas visas, y por qué se accede a la entrada de Abramovich al Chelsea. Con respecto a la sociedad, Abramovich y Usmanov, la gran mayoría de activos confiscados son de lujo y no activos productivos generadores de bienes, trabajo, riqueza y bienestar. Son apartamentos de lujo y yates. Activos que al resto de la población no le sirve. Más bien, esa entrada de capital lo único que ha hecho es encarecer la vida de los londinenses.
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Por el lado del fútbol, es posible que efectivamente el Chelsea haya ganado en relevancia dado la inversión descomunal de Abramovich. Pero ahora, la identidad de este club fue trasladada desde la de un equipo del barrio del oeste Londres (Fulham) a uno llevado a las escalas globalizadas. Sin alma propia, simplemente un vehículo para un entramado financiero turbio de un oligarca que nada tiene que ver con la ciudad, mucho menos el barrio.
Pensar que Abramovich o Usmanov son la raíz del problema es pecar de miopía. Estos son casos que le muestran a la sociedad y al fútbol lo alejado que están de sus supuestos principios. La capacidad de que las sanciones sean efectivas depende de que el sistema financiero en Reino Unido sea menos opaco y más transparente. El hecho de que Abramovic (Chelsea), Usmanov (Everton), Mansour (Manchester City) y Rumayyan (Necastle) hayan entrado al fútbol inglés sin mayor oposición habla de que efectivamente hay un apetito voraz de aceptar dinero sin mirar de donde viene. Y que las sanciones contra Abramovich y Usmanov no son medidas reformistas, sino meramente reaccionarias. El fútbol muestra síntomas de esta tendencia capitales globales y en movimiento, con autoridades reacias a regular ese flujo.
Hay que preguntarse qué es lo que se busca. ¿Evitar que el dinero obtenido por la corrupción o por prácticas autoritarias entren a un territorio? ¿O es sólo poner presión sobre Putin? Con los incentivos que hay en algunas democracias, es difícil que estas sanciones cumplan su objetivo. Y en este caso, habrá perjuicio para el Everton y el Chelsea. Aunque viendo todo lo que sucede en el mundo, el destino deportivo de ambos equipos es lo menos importante.
Gustavo Franco es periodista deportivo. Es editor del portal web Línea de Tres
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