Fútbol político (o el caso de Mesut Özil), por Fernando Mires
Durante esos tiempos tenebrosos, abril 1986, cuando explotó el reactor atómico ruso en Chernobyl y las autoridades alemanas minimizaban los daños a fin de no perjudicar a las grandes empresas de la alimentación, escribí un artículo en donde decía: “Las ciencias naturales se han convertido en ciencias políticas”. Así lo escribí porque físicos, biólogos y químicos de las universidades, daban a conocer en grandes pizarras callejeras los grados de contaminación que contenían los alimentos en los supermercados. En ese momento percibí que lo político propiamente tal no existe. Eso no significa que “todo es político” como reza el absurdo lema de las movilizaciones estudiantiles sesentistas. Pero sí significa que todo, bajo determinadas condiciones, puede llegar a ser político. O mejor dicho: politizado.
Lo político -es la idea- es como un foco que se detiene a iluminar a un determinado objeto. No todo es político, claro está, pero todo puede ser en un momento politizado. Y hoy el foco de lo político se ha detenido nuevamente en Alemania, iluminando a un deporte, el fútbol, convertido como consecuencia de la renuncia del jugador de ascendencia turca Mesut Özil a la selección de fútbol alemana, en un hecho intensamente político. Esa renuncia es, y probablemente seguirá siendo, punto de intensa discusión. Incluso más allá de las fronteras alemanas.
Vamos a los hechos. Después de la desastrosa perfomance de la selección alemana en el mundial de Rusia, diversos medios buscaron un chivo expiatorio y muchos lo encontraron en la persona de Özil del que, personeros de la liga, dijeron que no debió haber sido jamás seleccionado. Efectivamente, Özil jugó un pésimo mundial aunque la mayoría de sus compañeros no lo hicieron mejor. No obstante, esa turba salvaje que opera en twitter no ahorró epítetos racistas para descalificar a la persona de Özil. Desde camellero (Kamellentreiber) hasta fornicador de cabras (Ziegelficker). Nadie, ni siquiera el director técnico, salió en defensa del jugador.
Özil evidenció en su carta un profundo dolor. Puede ser que la acusación de racismo que él hizo en contra de la directiva del fútbol profesional de su país no tenga sustento en hechos reales. Pero Özil debió haberse sentido solo, muy solo. Si la directiva del fútbol, el entrenador e incluso los políticos no se expresaron en términos racistas, al no defender a Özil -un jugador que dio muchos triunfos a su país: Alemania- sí toleraron el clima racista, callando. De la AfD, la derecha xenofóbica del país, cabía esperarlo. Sin embargo, la Afd, con la habilidad que caracteriza a sus dirigentes, no se lanzó directamente en contra de Özil, sino en contra de la política de integración auspiciada por el gobierno Merkel. Para ellos la renuncia de Özil era la prueba escrita de que, con pasaporte alemán o no, nacido en Alemania o no, un turco será siempre turco. Ergo: la integración es una imposibilidad. Ese precisamente es el hueso de la discusión política que ha traído Özil con su ya famosa carta.
La crítica futbolística primero, racista después a Özil, estuvo precedida de una crítica política hecha antes del mundial, cuando dos jugadores alemanes de apellidos turcos, Özil y Gündogal, aparecieron fotografiados al lado del presidente Erdogan, en plena campaña electoral de este último. En casi todos los medios de comunicación la foto apareció como una abierta toma de posiciones de los futbolistas a favor de Erdogan. Las disculpas de Özil no hicieron sino empeorar la impresión originaria. Özil dijo que no se fotografió con Erdogan por ser un candidato sino por ser un representante del país de sus ancestros. La palabra ancestros -está de más decirlo- fue para la ultraderecha alemana un bombón. No pocos pensaron que para los turcos -aún poseyendo la ciudadanía alemana- el ancestro es más importante que las ofensas emitidas por Erdogan en contra de Alemania y los alemanes.
Y en verdad, las ofensas de Erdogan han sido muchas. No solo ha intervenido directamente en las elecciones alemanes sino, además, ordenado a los turcos residentes en Alemania a votar en contra de Merkel, calificando de fascista a la canciller. Por supuesto, Erdogan no es considerado un enemigo de Alemania (mientras Turquía sea miembro de la NATO y principal socio comercial de Alemania, no puede serlo) Pero tampoco es un amigo. Podríamos calificarlo como un aliado inseguro, inestable e incluso hostil. Lo suficiente para no desear aparecer fotografiado a su lado. Evidentemente Özil careció de tacto político. Pero ¿quién va a pedir tacto político a un futbolista si de esa virtud carecen tantos políticos? Justamente por eso, la maternal Angela Merkel defendió a ambos jugadores y aquí no ha pasado nada.
No habría pasado nada si Alemania hubiese hecho un papel digno en el mundial. Y aquí entramos en un tema futbolístico con repercusiones políticas. Alemania no solo no clasificó a los octavos, no solo perdió frente a adversarios ganables. Además el fútbol que ofreció fue desastroso, sin táctica y sin estrategia, sin orden y sin siquiera calidades individuales. Los equipos que armó Joachim Löw eran incomprensibles para cualquier iniciado en materia futbolística. Tres 10 estorbándose entre sí, centros al vacío, defensas desorganizados, cambios tardíos, dos mediocampistas defensivos cuando había que atacar, en fin, un gallinero.
Después del penoso espectáculo había que encontrar un culpable. No obstante, el verdadero, si no culpable por lo menos responsable, Joachim Löw, se fue de vacaciones después de prolongar su contrato hasta el 2020, sin ofrecer la más mínima explicación sobre la debacle. Si él hubiera tenido la derechura (estuve a punto de escribir hombría) de un Oscar Tabárez quien se responsabilizó de todos los errores cometidos por el equipo uruguayo frente a Francia, nadie habría buscado un chivo expiatorio. Y Özil fue ese chivo.
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Para colmo los argumentos de Özil han sido, por decir lo menos, débiles. Desde el punto de vista jurídico, por ejemplo, no se puede calificar publicamente de racista a alguien sin pruebas, aunque muchos sean los indicios. Y por cierto, sobre la persona del presidente del DFB, Reinhard Grindel, lo que más sobra son indicios. Incluso, el intento de comparar su situación con la de ex- compañeros de orígen polaco (Podolzki, Klose) a quienes nunca se les dice alemanes-polacos como a Özil casi siempre alemán-turco, no es consistente. Entre Alemania y Polonia existen muchas diferencias nacionales, pero menos culturales. Con Turquía existen diferencias nacionales y culturales a la vez. Lo que es obvio: también en Turquía un iraquí es visto como alguien menos extranjero que un sueco, para poner un ejemplo.
Para nadie es un misterio que la comunidad turca no es fácil de integrar, entre otras cosas porque sus miembros son portadores de una cultura milenaria o- en los términos de Özil- ancestral, y que la mayoría adscribe a una religión que no reconoce los espacios seculares de la sociedad moderna. El mismo hecho de que ciudadanos turcos puedan obtener la ciudadanía alemana sin renunciar a la turca -privilegio que no posee ninguna otra comunidad extranjera en Alemania- ha probado ser un cuchillo de doble filo. Los turcos, incluyendo sus descendientes alemanes, se sienten, y lo son, ciudadanos de dos naciones. Cabe mencionar que en términos porcentuales, Erdogan obtuvo en Berlín más votos turcos que en Estambul, hecho que -no hay que ser simpatizante de Afd para decirlo -no habla precisamente a favor de una buena integración.
Sin embargo, pese a todas las debilidades e inconsistencias argumentativas que subyacen en la renuncia de Özil, él -lo hubiera querido o no- demostró ser un ciudadano alemán moderno, plenamente integrado en el mundo occidental. Pues Özil escribió una carta de protesta en contra de las autoridades futbolísticas de su país, una carta dirigida a la opinión pública, una carta destinada a originar debates y controversias, es decir, una carta que jamás habría podido ser dada a conocer en Turquía, y mucho menos en la Turquía de Erdogan. Özil, con su carta de renuncia se integró en el discurso medial de la polis moderna y provocó hechos políticos. Y de eso se trata precisamente la integración.
La integración no consiste solamente en aprender un idioma, respetar las reglas del tráfico y no violar públicamente a la constitución de un país.
La integración, la verdadera, significa articular opiniones en contra y a favor de otros, aunque sean incorrectas. La integración que imaginan los neo-fascistas alemanes y europeos no es integración, es simplemente sumisión. Al dar a conocer públicamente sus opiniones, Özil expresó abiertamente su malestar a en la polis medial e hizo así, quiera o no, política. Y la hizo en el mejor sentido ciudadano del término. En ese espacio de libertad que es el de todos