Fútbol y política: una simbiosis problemática, por Philippe Raposo
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El 21 de junio de 1978, en el estadio Gigante de Arroyito de Rosario, Argentina, las selecciones nacionales de Argentina y Perú disputaron uno de los partidos más polémicos de la historia del fútbol sudamericano. Fue el último partido antes de la final del Mundial de 1978, en Argentina. Holanda ya estaba clasificada para la final y esperaba a que se decidiera su rival: Brasil o Argentina.
Ese mismo día, Brasil había derrotado a Polonia por 3-1, poco antes del partido entre Argentina y Perú. Los tiempos del partido se invirtieron repentinamente, por lo que los anfitriones afrontaron el partido sabiendo que una victoria por cuatro goles clasificaría a Argentina para la final. De lo contrario, Brasil se jugaría el título contra los holandeses. Ante 40 mil hinchas, Argentina goleó a Perú por 6-0 y se clasificó para la final. A continuación, vencieron a Holanda por 3-1 y ganaron su primer título mundial.
El contexto político en Argentina durante el Mundial era de dictadura militar. De 1976 a 1981, el país fue gobernado por el general Jorge Rafael Videla, que asumió el cargo tras la deposición de Isabelita Perón. Para algunos historiadores, el 78 fue el punto álgido del régimen militar, menos por los éxitos del gobierno y más por los triunfos nacionalistas en las competiciones internacionales.
El tenista argentino Guillermo Vilas estaba en la cima de su carrera con tres títulos de Grand Slam en el bienio 1977-1978 (Roland Garros, US Open y Australia Open). La modelo Silvana Suárez sería elegida Miss Mundo a finales de ese año. Y, con mayor atractivo popular, la selección nacional de fútbol ganaría la Copa del Mundo, que fue instrumentalizada como propaganda política y propulsora de la imagen internacional del país.
Paralelamente al delirio ufanista proporcionado por las competiciones internacionales, aumentaron las denuncias de asesinatos, torturas, encarcelamientos políticos, exilios y desapariciones forzadas.
En la economía aumentó la desindustrialización, el desempleo y el espiral inflacional. Esta otra cara de la moneda no impidió que parte de la población aplaudiera al general Videla en el estadio Monumental de Núñez, donde Argentina fue campeona, y en la Plaza de Mayo, durante la celebración. Una combinación perniciosa de fútbol, política y nacionalismo.
En cuanto a la polémica victoria por 6-0, se ha especulado mucho sobre el estado físico del portero peruano Ramón Quiroga (El Loco). Además de recibir seis goles, Quiroga es argentino nacionalizado peruano, lo que ha hecho sospechar de un supuesto soborno para entregar el partido, acusación que él siempre ha negado. De hecho, un análisis de los goles muestra que Quiroga no parece haber sido culpable de ninguno, en contraste con dos o tres fallos claros de los jueces de línea peruanos. En un reportaje publicado por Folha de Sao Paulo en 1998, Quiroga afirmó que estaba seguro de que alguien había ganado dinero para regalar el juego.
En 2005, el periodista Pablo Llonto publicó el libro La vergüenza de todos, con un análisis de los rumores de esa copa. El autor argumentó que el equipo argentino ganó el partido en el campo, sin interferencias externas, a pesar de las especulaciones que persisten hasta hoy. En 2007, la emisora de radio colombiana Caracol anunció que el cártel de Cali había sobornado a algunos jugadores de la selección peruana. Las afirmaciones fueron hechas por Fernando Mondragón, hijo de Gilberto Orejuela (El Ajedrecista), un antiguo capo de la droga colombiano.
También en 2007 se estrenó el documental Mundial 78: verdad o mentira, dirigido por Christian Rémoli. El director demostró que poco antes del inicio del partido entre Argentina y Perú, el general Videla y el exsecretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, acudieron al vestuario del equipo peruano para hablar de solidaridad y unidad latinoamericana, lo que fue interpretado por algunos jugadores como un acto de presión política.
También se especuló con que el gobierno peruano donaría miles de toneladas de trigo al equipo tras la derrota.
En 2008, Ricardo Gotta publicó Fuimos campeones: la dictadura, el Mundial 78 y el misterio del 6 a 0 a Perú, que aborda estas y otras especulaciones, con pruebas que apuntan a la existencia de sobornos dentro y fuera del campo.
Se recuerda que en 1978 el Perú era gobernado por el general Francisco Morales Bermúdez, entonces jefe del autoproclamado «gobierno revolucionario de las Fuerzas Armadas» del Perú. En sí mismo, fue un periodo problemático en la historia del país. En 2012, el exsenador peruano Genaro Ledesma (1931-2018) denunció que la paliza de 6-0 habría sido parte de un acuerdo entre los gobiernos militares de ambos países, y que también incluiría ayuda financiera y cooperación política. No se ha demostrado nada.
En 2018, en una entrevista para el diario peruano Trome, el exjugador José Velásquez (El Patrón) aseguró que seis jugadores peruanos regalaron el juego, citando nombres. Pero no estaba claro a qué «rendición» se refería. También se informó que funcionarios del equipo brasileño ofrecieron dinero al equipo peruano para no perder el partido por más de tres goles de diferencia (la famosa «bolsa blanca»), lo que llevaría a Brasil a la final de la copa. Es fácil concluir que la propuesta brasileña no fue aceptada por los peruanos.
Otra posibilidad que no se puede descartar es que el equipo argentino haya jugado uno de sus mejores partidos en la historia de la participación en los mundiales, habiendo ganado el partido en el campo sin interferencias externas. En ese caso, la visita de Videla y Kissinger al vestuario peruano habría sido una mera visita de buena voluntad. Esta hipótesis se ve reforzada por la convincente victoria de Argentina en la final contra Holanda.
En resumen, hay mucha especulación. Pero no hay pruebas, solo testimonios personales. Creo que todas las hipótesis anteriores son plausibles.
Para concluir, vale la pena reflexionar brevemente sobre la relación entre la política y el fútbol en Sudamérica, donde el fútbol es un instrumento históricamente utilizado por los gobernantes para promover su imagen y obtener prestigio popular.
En 1970, el título de Brasil en el Mundial de México tuvo una repercusión muy similar a la del título de Argentina en 1978. En ambos casos, los gobiernos aprovecharon el fútbol para revitalizar su legitimidad política y disimular las debilidades de la economía.
La Argentina, ya redemocratizada, volvió a hacer uso político del fútbol cuando ganó la Copa del Mundo de 1986, también en México, revitalizando la imagen del país, erosionada por su derrota en la guerra de las Malvinas de 1982. Muchos consideran que el gol de Maradona (1960-2020) contra Inglaterra, popularizado como «La mano de Dios», fue una especie de capitulación de los ingleses, fruto de una asociación alegórica entre política y fútbol.
Gran parte de la historia de la relación entre la política y el fútbol es el resultado de los testimonios –historia oral– de quienes participaron en los acontecimientos. En esta lógica, el tiempo es una variable fundamental a tener en cuenta. Con el paso de los años, los personajes de la historia dejan de existir y, por tanto, se produce el fenómeno natural de la «quema de archivos».
Hay innumerables debates que entran en la órbita de la especulación y el deseo, lejos de la realidad de los hechos. En este campo lleno de incertidumbres, es plausible admitir que el fútbol –en Sudamérica y en otras regiones– es susceptible de ser instrumentalizado a favor del populismo, desviando la atención de la población de sus verdaderos desafíos.
Philippe RaposoDiplomático. Profesor voluntario del Inst. de Relaciones Internacionais de la Univ. de Brasilia (UnB). Máster en Historia, Política y Bienes Culturales por la FundaçãoGetúlio Vargas (FGV/RIO). Especialista en Rel. Internacionales por la UnB.
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