Gedeón, la estrategia, por Adriana Moran
El deterioro y la pérdida de apoyo ha sido progresivo, pero ningún evento muestra de forma más gráfica el final del resurgimiento de la esperanza opositora en torno a la figura del joven líder de La Guaira en aquel enero ya lejano, que la solitaria playa de Macuto en la que murió antes de nacer la operación Gedeón.
Y no es solo porque fuera una cruzada chapucera que puso en evidencia que se conspiraba y se urdían en la oscuridad planes descabellados. O porque quienes al principio lo negaron terminaron por apartarse y desaparecer cuando las pruebas se volvieron inocultables. Tampoco fue porque el gobierno le haya sacado todo el provecho que pudo, dándole incluso con sus exageraciones una connotación épica que no tenía.
Gedeón fue el principio del fin porque a partir de ahí muchos entendieron que todas las opciones podían estar de verdad en cualquier lado de la informe mesa hecha a la medida del ya conocido salidismo y tuvieron que aceptar que aquel no fue un error más en la cadena que acumulaba una entrada fallida de ayuda humanitaria y un vergonzoso 30 de abril con la sombra de López a la espalda.
Gedeón fue la revelación de que esos errores eran por sí mismos la estrategia. Que no había nada diferente a esas aventuras de las que se esperaba un resultado inmediato y sin pueblo que les permitiera hacerse del poder.
Gedeón, como el 23-F, o como el 30-A, no fueron hechos aislados. Fueron, son y serán la estrategia.
Las olas rompiendo tercamente en la playa de Macuto dejaron al descubierto que no hay un plan para que los ciudadanos que salimos a apoyarlo en enero participemos de forma activa en la recuperación de la democracia. Que no hay espacio para construir alternativas ni conexión posible con el agobiado pueblo y sus mil preocupaciones.
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Que una vez más, los ciudadanos somos un simple decorado sin ningún papel y que si un día, alguna de Las aventuras planeadas en secreto tiene éxito, estarían al mando los que habrían acordado con otros y que les deberían a otros ese remedo de libertad y de futuro otra vez incierto.
Con Gedeón se cayeron las máscaras que vestían de lucha democrática ese resurgir que motivó a tantos a creer una vez más. Junto a las esperanzas despedazadas de muchos, quedaron también botadas en la orilla de la playa, las vestimentas de líder que una vez convocara multitudes.
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