Golé, por Teodoro Petkoff
Terminó el Mundial con un campeón inédito, España. Lo mereció. No fue una sorpresa. Llegó como favorita y aunque arrancó mal, en el camino fue enderezando las cargas, sin muchos goles, pero sin volver a perder, hasta la victoria definitiva, frente a una Holanda que dio una pelea formidable. Fue un gran duelo y el triunfo tuvo una connotación épica. Todo en este Mundial fue épico.
Por primera vez la gran fiesta futbolística tuvo lugar en Africa. El mundo pudo descubrir, quizás no sin asombro, a una vibrante Sur Africa, que montó un torneo con todas las de la ley. La fiesta deportiva ecuménica por excelencia tuvo por escenario al país de Nelson Mandela, el hombre que encarna algunas de las más altas virtudes de la especie humana. El hombre que venció al apartheid , no sólo para acabar con esa vergüen- za de la discriminación racial y social, sino para darle fundamentos perdurables a la igualdad, desterrando el odio de los corazones de las que fueron víctimas y victimarios, y hacer de su país símbolo planetario de la tolerancia y la convivencia. El Mundial se jugó bajo la explícita divisa de rechazar el racismo. Ningún escenario más apropiado que el de los grandes estadios surafricanos para recordarle a la humanidad lo mucho que falta todavía por hacer en este planeta cruzado por fanatismos y rencores.
Basta con recordar la triste y desconsoladora reacción de algunos sectores de Francia ante la derrota de su selección, para no hablar de otras evidencias, mucho más terribles y letales, vinculadas a guerras y matanzas. No obstante, el Mundial en Sur Africa fue un gran triunfo para la esperanza de una humanidad de seres cada vez más libres y más iguales entre sí.