Golpe en Honduras, por Teodoro Petkoff
La comunidad internacional, de modo unánime, ha condenado el golpe militar en Honduras. Y con toda razón, porque probablemente nunca ha habido un golpe militar, doblado en golpe de Estado, más incomprensible e injustificable diríase, incluso, innecesario, que éste de Honduras. La crisis política que vivía el país podía encontrar, sin mayores dificultades, una salida dentro del marco constitucional. Zelaya estaba totalmente aislado. La crisis, suscitada por su increíble torpeza y su pérdida del sentido de la realidad, lo había dejado solo. Ni siquiera su propio partido, el Liberal, lo respaldaba. Su proposición de realizar una consulta popular sobre la convocatoria de una constituyente, tampoco había encontrado eco en los demás partidos. El Congreso, el Tribunal Supremo de Justicia, la Corte Electoral, la Procuraduría y la Fiscalía de la República, habían expresado una opinión contraria al propósito de Zelaya. Amén de todo esto, existía también un masivo rechazo popular para su proposición, como lo demostraban las caudalosas manifestaciones en contra. ¿Con base en qué podía, entonces, justificarse una intervención militar para dar salida a una crisis que podía resolverse dentro del marco constitucional hondureño y sobre el piso de una situación política que estaba marcada por elecciones presidenciales en el próximo mes de noviembre? No se puede decir que Zelaya hubiera avasallado a los poderes públicos; los tenía todos en contra, tan legítimos y legales como él, desde el punto de vista de su elección y/o designación.
Era él quien se encontraba de espaldas al país, de modo que un desenlace político se veía inminente. De hecho, él mismo ya se había visto obligado a retroceder, cuando el sábado emitiera un decreto declarando «no vinculante» el resultado de la consulta, que, por lo demás, probablemente ni siquiera habría contado con una participación suficiente como darle legitimidad.
¿Por qué, entonces, y para qué el golpe? Muy mal precedente, este de Honduras, después de tantos años en los cuales parecía relativamente superada la época de los golpes militares en América Latina, y en este sentido, independientemente de los mecanismos puestos luego en acción para designar como presidente interino al presidente del Congreso lo cual no es desdeñable-, no podemos sino expresar nuestro rechazo a la solución militar golpista que se ha dado a la crisis política de Honduras.
Por cierto, aquí no se trata de discutir la pertinencia o no de la convocatoria a una constituyente, sino de la viabilidad de una política desarrollada a contrapelo de la opinión mayoritaria del país y de los poderes fácticos.
Zelaya, incluso si se le da el beneficio de la duda en cuanto a una sincera intención reformista de su parte, perdió de vista la correlación de fuerzas existente en su sociedad, que le era enteramente desfavorable y probablemente más desfavorable todavía cuando anudó lazos tan estrechos con Chávez, quien es visto cada vez con más aprensión en el continente-. De Zelaya se puede decir que se estaba matando él mismito, como Chacumbele.