Golpe larense, por Teodoro Petkoff
Finalmente Henri Falcón se hartó de las intemperancias, los ataques desconsiderados, los irrespetos antidemocráticos de Chacumbele y, con un tono muy decente y serio, literalmente lo mandó pa’l carajo. Renunció al PSUV pero no a sus ideas de siempre, que son las que Chacumbele ha estado irrespetando todo el tiempo, desde que Falcón era alcalde de Barquisimeto y luego gobernador de Lara, cargo para el cual fue elegido con un porcentaje de votos muy superior a los que ha obtenido Chacumbele en toda su carrera, cosa que su vanidad no soporta y explica en alguna medida la animadversión que ha mantenido contra el líder guaro.
La decisión de Falcón no es ajena, en absoluto, al talante democrático y tolerante que ha caracterizado su doble gestión, como alcalde y como gobernador, contrapuesta abiertamente a la intolerancia y la voluntad autocrática y autoritaria que «adornan» al primer mandatario. Desde hace tiempo eran sabidas las diferencias entre ambos y a la luz de las groseras alusiones que Chávez ha hecho últimamente de Henri Falcón, todos los que conocen a éste daban por seguro este desenlace, porque no es del material humano del cual están hechos muchos de los que rodean al capo y los cuales, mientras más los patea, más le empinan el trasero para que golpee con mayor comodidad.
Falcón ha sido muy explícito en la carta que ha enviado a Chacumbele. Es un gobernador de estado que, insólitamente, nunca ha podido comunicarse orgánica e institucionalmente con el presidente de la República. La radiografía que hace del estilo de Chacumbele es lapidaria: «La relación entre un Jefe de Estado y los gobernadores y alcaldes no puede limitarse a la emisión de instrucciones u órdenes sin la mínima oportunidad de que podamos confrontar puntos de vista, analizar los pros y los contras de determinadas iniciativas y revisar o revocar decisiones que, luego de su ejecución, resultan dañinas o inconvenientes al interés de la región o del país». Juzga Falcón que el PSUV ha sido «minado por la burocracia, la ausencia de discusión, el clientelismo, el grupalismo y un mal entendido concepto de la lealtad».
Nada nuevo para quienes observamos desde fuera a esa montonera que Chávez llama «partido», pero el diagnóstico de Henri Falcón mete el dedo en la llaga de un mamotreto que Chacumbele ha construido tan sólo para que opere como altoparlante de su voluntad y con el cual apenas se comunica mediante órdenes e instrucciones inapelables. De hecho, ese «partido» es el modelo de sociedad que Chacumbele quisiera para su país y con el cual el gobernador larense no comulga, abogando, por el contrario, por «la urgencia de propiciar la inclusión sin exclusión, la reconciliación nacional y el diálogo constructivo». «La democracia –añade– se forja en la diversidad, en el reconocimiento del otro, en el respeto y en la conjunción de esfuerzos», concluyendo que «un nuevo modelo de socialismo no debe reproducir el esquema vertical y de ausencia de debate libre y abierto, que llevó a otras experiencias socialistas a su desaparición o a su deformación».
La renuncia de Henri Falcón al PSUV es una señal más del profundo desencanto que corroe las bases del chavismo. No es el primer episodio, ni será el último, de un proceso que está estremeciendo a la parte pensante del chavismo, la cual ve en la gestión y el proyecto de Hugo Chávez un divorcio creciente de cualquier ideal de justicia y libertad que hayan albergado.