Golpes y armas, por Américo Martín
La relación de fuerzas en Venezuela ha cambiado en forma impresionante a favor de la oposición democrática, conducida por el presidente interino Juan Guaidó y la Asamblea Nacional, única rama del Poder Público reconocida por la mayoría del país y del mundo.
Juan Guaidó entiende el significado de la sociedad de la inteligencia y las enormes potencialidades de la democracia. Joven de 35 años, integrante de la generación de 2007, dispone de una serenidad inmune a amenazas de los quebranta-huesos del fenecido Socialismo siglo XXI. Las armas de su arsenal son un inmenso respaldo popular, el reconocimiento oficial de 50 países fundamentales, la legitimidad de su causa y sus convicciones liberal-democráticas por las cuales, de ser necesario, se jugaría el cuero. Ha aprendido el arte-ciencia de la política como oficio para sumar voluntades sumables, neutralizar positivamente a quienes no lo sean y no cazar peleas inútiles. Su causa se alimenta adicionalmente del macabro fracaso del régimen. Por razones de espacio no repetiré las variables que ilustran el diario deterioro de la economía y el dinamismo al alza de la hiperinflación, enyugada a una indetenible recesión. Ni un pueblo de faquires soportará la exacerbación esperada del drama nacional sobre todo si la cúpula madurista sigue manejando el timón.
Guaidó es un profeta desarmado. Maduro (profeta también aunque en la acepción de agorero) luce condenado a proferir amenazas según más pérdidas sufre y presentarse en actos militares para hacer creer que los uniformados darían su vida por un sistema tan hostil a la condición humana como éste. El malestar en nuestros hombres y mujeres de uniforme es tan severo como el padecido por los civiles de todos los estamentos sociales.
Se dice que en un conflicto entre minorías armadas y mayorías desarmadas éstas estarían condenadas a sucumbir. De ese dogma –podemos llamarlo así- se alimenta el escepticismo. Lo deslizan los voceros del poder y no obstante predican que Guaidó promueve un golpe de estado. ¡Hombre! madrugonazos dan los que monopolizan las armas, nunca los que monopolizan los corazones. El caso es que civiles, militares, hombres y mujeres de cualquier edad, oficio o religión, están consolidando la unidad nacional -con manos limpias y tendidas no con puños amenazantes- para salir de la ominosa tragedia que cayó como una maldición sobre nuestro gran país.
No es cuestión de armas contra pechos desnudos. Se descubre destreza política en los argumentos ponderados y coraje no exhibicionista de Guaidó, la AN y la oposición unida. Nadie busca inmolaciones en el desarrollo del programa de tres pasos, del Plan País recién presentado y de La ley de Amnistía, cuyo fundamento es el dispositivo del art 333 constitucional, a tenor del cual la derogación por la fuerza de la Carta Magna o por medios distintos a los previstos en ella, impone a todo ciudadano, investido o no de autoridad, el deber de colaborar en el restablecimiento de su vigencia.
Para rechazar la venganza cíclica, la amnistía favorecerá a quienes luchen efectivamente y de buena fe por restablecer el ordenamiento constitucional. Es una manera franca e irisada de unir a los amigos de la libertad, la democracia, la prosperidad y el derecho a la felicidad