Gracias y desgracias, por Américo Martín
Entre la gracia y la desgracia parece desenvolverse el pugnaz debate entre el gobierno de Maduro y el gobierno de Guaidó, con presencia de la comunidad internacional y, en su versión más completa, de las fuerzas dirigidas por el presidente Trump. El episodio más reciente en esta agitada confrontación lo cubre la exitosa llegada a costas venezolanas de cinco buques tanqueros de bandera iraní con un millonario cargamento de gasolina que, aunque Miraflores pagó a tiempo y con oro, podríamos decir que en su conjunto el episodio fue percibido como una victoria para el oficialismo venezolano y el gobierno iraní.
Una gracia que, al exhibir previsibles puntos débiles y además irritantes para la población, tiende a convertirse en una inesperada desgracia.
Dos importantes especialistas venezolanos, como lo son José Toro Hardy y José Guerra, presentaron tempranas dudas sobre la posibilidad de desenlaces fallidos. Toro Hardy fue el primero en dudar acerca de la capacidad refinadora de los iraníes para el tratamiento de petróleo pesado, porque el complemento de la gasolina que llegó a Venezuela sin ser bloqueado por la marina norteamericana, era la habilitación, así fuera parcial, del Complejo Refinador de Paraguaná, en el entendido que el abastecimiento proporcionado por Irán no podía sostenerse en el tiempo, por no ser financieramente viable, razón por la cual Maduro y sus aliados depositaron su esperanza en la recuperación, así fuera parcial, de Paraguaná. Mientras que José Guerra anunció que el envío iraní se agotaría a la los quince días. De modo que la desgracia sería severa y ya está en desarrollo.
Esa dialéctica gracia-desgracia se repite con el drama del agua, la electricidad y el hambre, con el agravante, en estos casos, de que la gracia es un suspiro y la desgracia un trueno.
Observan otros importantes analistas que el Estado se desmorona, en los ministerios muy pocos trabajan y no solo por la incidencia terrible del Coronavirus, en realidad se desvanece la vocación y la moral del Estado venezolano. Ninguna persona honrada puede sentirse satisfecha por la inviabilidad del modelo y su acelerada decadencia, porque sería como celebrar la tragedia que vive nuestra patria.
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Por eso, aunque se piense que la solución de fondo reside en un urgente cambio democrático de gobierno que suponga la sustitución de la élite del poder actual, no podemos desdeñar acuerdos entre la Asamblea Nacional legítima y el gobierno de Maduro para conjurar los problemas más palpitantes que a duras penas soporta Venezuela.
Confieso que recibí con sorpresa y alegría la firma de las dos partes del acuerdo para liberar fondos destinados a combatir el covid-19. Fue un gran esfuerzo –cierto es– iniciado por la AN pero no puede despreciarse la firma del representante de Maduro, sin la cual esos valiosos fondos permanecerían congelados. En el siempre impresionante lenguaje de la fotografía ver juntos a Maduro y Guaidó, uniendo sus fuerzas contra una terrible pandemia, sugiere que esas fuerzas unidas pueden proyectarse sin pausa al ataque contra miles de problemas que hunden la vida del país.
Fue una gracia que no necesariamente debía arrastrar la desgracia, pero con insigne ceguera y temiendo al qué dirán, desde las dos corrientes enfrentadas, se agitaron los rebullones que enloquecían a Juan Primito, un bobo curiosamente malicioso que merodeaba la casa de El Miedo de Doña Bárbara.
Fueron rebeliones impostadas para negar el acuerdo o convertirlo en hecho intrascendente. Denotaron una extraña determinación de cegar las evidentes posibilidades de superar inconvenientes que impidan eventuales acuerdos electorales eficaces y normalicen la vida institucional. No sé si estas metas estén al alcance del proceso, pero lo que de seguro sé es que si no se aprovechan momentos como éste jamás saldremos del fétido pantano ni podremos fortalecer la causa de la democracia y elecciones libres que el mundo demanda de Venezuela.
Es a la conducción política a la que corresponde avanzar sin miedo por estos escabrosos territorios. Ni siquiera postulo cambios o relevos direccionales. El salto de la gracia a la desgracia y de la desgracia a la gracia pueden ser alentadoras enseñanzas que enriquezcan la sabiduría de los dirigentes actuales para no tener que añadir el complicado problema del “quítate tú para ponerme yo”.
Estamos por ser sometidos a una confrontación electoral que podría centuplicar la crisis del país, y su relación con el mundo, si no guarda un minimo de seriedad. Andrés Caleca ha advertido los riesgos a que se expone el país si no nos esforzamos a producir unas elecciones convincentes, lo cual es perfectamente posible, porque en las condiciones actuales puede fortalecerse el deseo de participar, tanto más cuanto fórmulas extravagantes como las invasiones y las salidas de fuerza tienden a desvanecerse.
La gracia consiste en que en Venezuela la democracia es la solución de las soluciones, en la medida en que –además– de ser la expresión de la racionalidad y la verdad, sigue convirtiéndose en una fe colectiva. Y la alianza de la razón y la fe vence en la gracia y en la desgracia.