Guaidó contra el tiempo, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
A poco más de cien días para vencerse la legislatura 2016-2020, el presidente de la AN, Juan Guaidó, intenta un llamado a la unidad a los diversos sectores de la oposición para la búsqueda de una ruta común a fin de lograr “la libertad de Venezuela” y, a los efectos, solicita a diversos factores políticos “una respuesta pública y activa” en una término perentorio de diez días.
No es un plan surgido del debate interno en el denominado G-4, sino “concebido por mi equipo”, dirigido para su discusión a grupos y figuras de la oposición, incluidas las que hasta ahora se han mantenidos radicalmente alejados y a ratos acremente cuestionadores de la línea que él ha encabezado, como María Corina Machado y Antonio Ledezma, y también a otros que manteniéndose en el G-4 han discrepado de hechos y decisiones, como Henrique Capriles Randonsky.
Por primera vez en mucho tiempo, el jefe del gobierno interino reconocido por una cincuentena de los países más influyentes del mundo, llama a un “plan de lucha y movilización”, que vistas las limitantes circunstancias de reclusión epidemiológicas en que se encuentra la población es obvio que por lo pronto no contempla las acciones calle, ya bastante menguadas en los últimos meses del año pasado.
La directriz apunta a “un mecanismo de participación nacional e internacional masiva de participación ciudadana”. ¿Un referéndum virtual?
El plan contempla además “activar una agenda de acción y movilización para lograr la actuación de la Fuerzas Armadas, de la comunidad internacional y de cada uno de nuestros aliados, que comienza por “denunciar, rechazar y desconocer el fraude parlamentario”. Parece otra forma de abordar ese escollo que se considera fundamental para romper el bloque de poder oficialista.
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Es una ruta verdaderamente exigente y trabajosa la que se propone Guaidó pero, que de recibir el respaldo de las fuerzas que lo han acompañado hasta ahora y sobre todo si pone en funcionamiento el “mecanismo de participación masiva”, pudiera servirle para darle cariz de legitimidad a su presidencia interina más allá del 6 de diciembre, especialmente ante sus aliados internacionales.
Luce que hacia allá se orienta el objetivo de Guaidó sin que esto signifique por sí mismo el diseño de una estrategia de las dimensiones exigidas por la Conferencia Episcopal Venezolana.
Son muchos los factores que se han ido acumulando en su contra, antes de que Guaidó pudiera o se propusiera ir eslabonando la hoja de ruta que ahora necesita.
En un inventario al voleo, los partidos que lo acompañan han sido intervenidos judicialmente y desgajada alguna parte de sus militancias. Es una incógnita cómo se van a reorganizar para mantener reunida y activada a sus huestes.
La enorme popularidad que acompañó a Guaidó durante varios meses del 2019 ha disminuido considerablemente, vista la imposibilidad de cumplir con los muy gastados postulados del mantra que comenzaba por el cese de la usurpación, el gobierno de transición y las elecciones libres. Y falta todavía por cuál será el resultado de las elecciones de los Estados Unidos y cómo pueden incidir un cambio en el poder.
A pesar del deterioro, si Guaidó conserva el reconocimiento de los principales países de la comunidad internacional podrá mantener bajo control los activos de empresas en el exterior como Citgo, Monómeros y seguir siendo el pivote para las sanciones contra el régimen de Maduro que, como se sabe, impactan en la capacidad de maniobra de la cúpula, pero también en las condiciones de vida de una población ya bastante atribulada por carencias, limitaciones y riesgos de todo tipo.
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